Camino de un lado a otro, con el cigarrillo casi muriendo, mordiendo la colilla. Gente que hace sonar sus zapatos. Taconeos arrítmicos de la coja. Y la gorda que siempre pasa con la boca llena de mostaza. Hoy pasas de largo, sin decirme nada. Alto, te digo, pero a ti sólo te preocupa tu cartera, porque el viejo ladrón te ha mirado, y él ya no corre, porque ahora lo hace su hijo, el caracortada, que está sucio y borracho, porque la puta de su mujer lo ha engañado, y se nota que han discutido, porque otra vez habrá tallarines con tuco y sangre, sangre que sale de la boca de la mujer que corta la poca carne que le queda en la refri. Y yo tengo mucho frío, quiero un abrazo. El viejo me mira, sonríe. Si estás así es porque eres un huevón, me dice. Y me echo a llorar al costado de un perro que se ha dado cuenta de mi estado y aúlla, con ese sonido tan triste que escarapela el cuerpo.
Entro a mi casa llorando. En la penumbra, me siento en el sofá. Nadie me hace caso. Mi madre está dormida y mi tía discutiendo con mi sobrino, que no acaba las tareas. Mi gato se eriza y se va corriendo mientras que yo descubro que aún quedas flores en el suelo. El olor a licor aún no se va y un aire triste envuelve la casa. No se vayan a dormir, grito, pero nadie me hace caso y me dejan solo, y de cuando en vez me quedo con alguien, que me habla, pero errante prosigue en su camino. La vida es efímera, me dice y llora, llora porque ya no podrá decirle a su esposa lo mucho que la quiere.
Camino, lento. Es un día más siendo ignorado ¿De qué me sirven los regalos de fin de semana, cuando nadie me regala un abrazo? Una mirada. Me acuesto, en un lugar congelado. Y cierro bien los ojos, para que el sol no me lastime. Aún quiero estar aquí, porque quiero verte y decirte que aún no he dejado de quererte, y abrazar a mi familia, a todos.
El corazón ya no me late, todos me están matando con su olvido. No importan las palabras hermosas hoy.
Y seguiré en este mundo, aun cuando ahora tenga un epitafio en la cabecera, y me esté haciendo polvo.
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