Tantas veces me he quedado sin aliento
hasta que volví, con esfuerzo, a respirar.
Y en esos vericuetos duros e insondables
surgió la ayuda inesperada de tu voz.
Después, la vida retomó su curso habitual
pero hubo una cicatriz de esos escarceos
que enriqueció el aspecto de mi alma
y abrió una ventana directo hacia el sol.
En la ternura de los amigos y los niños
encontré ese refugio indispensable
que calmó la angustia interminable
de los momentos que se fugaron sin adiós.
Texto agregado el 24-04-2013, y leído por 292
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