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Cap. 31 Camino a la Iglesia…

Decir que Louis-Saint-Claire estaba furioso sería faltar a la verdad, porque en realidad estaba mucho más allá de la furia. Y aunque si hubiese muerto de un paro cardíaco gracias a ello, y por más que esto pudiese ser considerado un beneficio para la humanidad, tristemente no sucedería.

Su enorme ira obedecía a que ese día era la boda de su sobrina, pero aparte de eso, aquella desvergonzada criatura no solo se casaba en suelo francés con un desgraciado inglés, sino que además de ello éste era sin duda protestante hasta los huesos como casi todos los malditos ingleses. Pero para añadir más color al asunto, tenían la desvergüenza de casarse en Notre Dame, algo que ya de por sí Louis consideraba un terrible insulto a la iglesia católica que se veía aumentado porque la ceremonia sería oficiada por Antoine Gautier, sacerdote que era conocido y famoso por su grosera y poco disimulada inclinación al protestantismo, pero que contaba con la protección de Su Majestad, razón por la cual era intocable. Esa era otra espina clavada en la dignidad de los católicos franceses, ya que su soberano aunque se “decía” católico, todos sabían que era un miserable protestante. Algo que había quedado demostrado con la firma del infame Edicto de Nantes*

Por supuesto Louis no había recibido invitación a ese “circo”, y no era que esperase recibirla, sin embargo, cuando le llegó un sobre con el escudo de armas de los Saint-Claire, por un momento tuvo el absurdo pensamiento de que su hermano había cedido a las buenas costumbres y le enviaba una invitación. Pero en realidad se trataba de una nota advirtiéndole que a pesar de no haber sido invitado, estaba seguro que él sentiría la inclinación a acercarse igualmente, pero que si tenía la poco afortunada idea de hacerlo, se preparase para ser echado de allí de la forma más deshonrosa, porque sus hombres tenían órdenes expresas de ello. Obviamente Louis montó en cólera pero nada pudo hacer.

La animosidad existente entre los hermanos Saint-Claire era del dominio público, y como de costumbre la opinión general inclinaba la balanza a favor de su desvergonzado hermano. Mientras Phillipe seguía siendo el niño mimado de la sociedad parisina, Louis se veía atacado casi a diario en los sucios panfletos que circulaban en demasía por toda Francia y que desprestigiaban su imagen. El último que como todos, era fielmente dejado junto con su correspondencia y nunca había sabido cómo, aunque tenía serias sospechas acerca de “quién” tenía la “amabilidad” de enviárselos, lo mostraba a él a las puertas de Notre Dame siendo apaleado por la multitud. Si Louis por un lado estaba seguro que dada su posición, importancia y educación, aquello no podía ser obra de su hermano menor, estaba igualmente seguro que Phillipe era perfectamente capaz de financiar a los artífices de los susodichos e insultantes panfletos. Y volvió a jurarse como lo había estado haciendo a diario durante los últimos años, que aquel mal nacido algún día iba a pagarle por todo aquello.


Después que Dylan se había dado un baño, le habían subido una bandeja con el desayuno, pero él seguía teniendo poco apetito, de modo que apenas si tocó lo que le subieron y pocos minutos después bajaba cuando le anunciaron que la persona a la que había mandado llamar lo estaba esperando.

- Señor Delain -- dijo por todo saludo en cuanto entró al estudio

- Buenos días milord -- saludó el hombre con cierta aprensión


Ya ellos habían sido debidamente notificados de la muerte del antiguo Duque y no estaban muy seguros de cuál sería su situación con el nuevo. Sin embargo, habían continuado cumpliendo con las órdenes que el joven Lord Danworth les dejase antes de abandonar Francia, y con las que envió poco tiempo después.

- ¿Novedades?

- Ninguna milord, todo marcha según lo acordado y todo está preparado para el día de hoy -- le dijo

- Bien -- pero antes de levantarse miró al sujeto y agregó -- No sé cuáles pudieron haber sido los motivos de mi padre para contratar sus servicios y el de sus hombres señor Delain, aunque estoy seguro que los tenía en abundancia, pero en mi caso particular, no he olvidado el enorme servicio que me prestaron, razón por la cual espero poder seguir contando con ustedes en el futuro.

- Por supuesto milord -- dijo el hombre enormemente aliviado

- Muy bien, entonces todo continuara con arreglo a lo que mi padre tenía dispuesto.

- Gracias milord -- dijo Delain y haciendo una inclinación se marchó


Si bien era cierto que habían tenido motivos para estar agradecidos con el anterior Duque, ahora los tenían para estarlo con éste, además de que habían sido testigos de la nobleza de carácter de aquel joven caballero con lo que se había ganado además su respeto y su lealtad por mérito propio.

Por su parte, Dylan se sintió tranquilo al escuchar el informe de Delain, porque eso significaba que tanto Kendall como Sophie estarían protegidos de camino a la iglesia, de modo que si Armagnac era lo suficientemente estúpido como para intentar cualquier cosa, esperaba que lo sacaran de en medio sin mayores problemas. Sin embargo, su instinto le indicó que igual debía permanecer cerca de su amigo, porque con tantas personas como estaba seguro que asistirían a la ceremonia, cualquiera podía colarse y causar desagradables incidentes.



En las calles de París se respiraba un ambiente festivo, la boda de Sophie Saint-Claire, hija de Phillipe Saint-Claire Archiduque de Lothringen y Conde de Cleves, era sin duda el acontecimiento social del año, por lo tanto y como nadie hablaba de otra cosa, las gentes se habían volcado a las calles para echar un vistazo al cortejo. Phillipe había hecho ostentación de su posición y entre otras muchas extravagancias, había ordenado tapizar las calles por donde pasaría el carruaje de la novia, con las más variadas flores.


Rachel y Desire naturalmente habían sido invitadas, y aunque hacía años que no veían ni a su padre ni a su hermana, y ni siquiera habían cruzado correspondencia con ésta, bajo ningún concepto se perderían aquello. Sin embargo ambas, aunque especialmente Rachel, estaban sumamente indignadas porque pensaban que su padre no se había esmerado ni la mitad en el caso de sus bodas como lo estaba haciendo con la de Sophie.



Kendall estaba al borde del colapso, a medida que el tiempo transcurría y se acercaba el momento de la boda, se había ido poniendo más y más nervioso. Su padre había renunciado a intentar tranquilizarlo, y su madre le había hecho beber más tazas de té de las que se había bebido nunca en su vida. Dylan que imaginaba perfectamente cómo debía estar Kendall, había huido convenientemente. Sin embargo, terminaba de vestirse cuando escuchó que llamaban a su puerta, supo sin ninguna dificultad de quién se trataba, y gimió internamente.

- Dylan, siento mucho molestarte pero…

- No se preocupe milord, enseguida voy para allá


Terminó de ajustarse la chaqueta y se dirigió a la habitación de Kendall. El pobre sujeto realmente estaba hecho una pena. Sudaba como si estuviese al pie de una hoguera, caminaba de un lado a otro de la habitación poniéndose y quitándose la chaqueta en forma compulsiva. Dylan consideró varios cursos de acción, entre los que se incluía darle “algo” para tranquilizarlo, pero eso con toda seguridad Kendall no se lo agradecería en el futuro, ya que estaría inconvenientemente dormido en su noche de bodas.

- ¡Kendall! -- le gritó por tercera vez sujetándolo por los hombros -- Haz el favor de comportarte como un hombre y no como un escolar el día de su primera cita. Es tu segundo matrimonio, de modo que…

- ¡Dylan es Sophie! -- exclamó él

- Ya sé quién es -- dijo Dylan con fastidio -- Pero no veo cuál es la diferencia

- ¡Por todos los cielos! -- dijo horrorizado -- Ella no es cualquier mujer

- Vamos Kendall, todas son iguales al final del día -- dijo con suprema frialdad

- Eso lo dices porque no te has enamorado

- Y las gracias sean dadas a quien corresponda por ello, es un mal que ciertamente no necesito. Ahora si quieres llegar medianamente decente al altar, cámbiate la camisa y tranquilízate o te juro que voy a golpearte -- lo amenazó


Kendall obedeció, aunque tranquilizarse fue casi imposible, pero al menos dejó de pasearse nerviosamente. Llegado el momento de partir, el chico adquirió un color ceniciento y Dylan pensó con sumo fastidio que iba a ponerse a vomitar justo en aquel momento, pero afortunadamente no fue así.


Kendall subió junto con sus padres al carruaje que los conduciría a la iglesia, mientras que Dylan iba en compañía de Luciano en otro más discretamente pequeño, y a cierta distancia del primero. Los novios llegarían a la iglesia por dos rutas diferentes, lo que había implicado establecer dos grupos de personas que cubriesen las rutas para seguridad de ambos.


Faltando poco para llegar a la iglesia, Dylan comprobó con satisfacción que el señor Delain había hecho su trabajo en forma discreta y acertada. Porque varios sujetos habían aparecido repentinamente a caballo y con la intención clara de interceptar el carruaje donde viajaba Kendall, pero rápida, discreta y efectivamente fueron sacados del camino.

- Parece que el señor Duque no solo carece de palabra, sino de la inteligencia mínima requerida -- dijo Luciano

- Ya nos esperábamos algo así

- Pero supongo que entiendes que esto solo fue una distracción, ya que por muy necio que sea este hombre, y al parecer lo es bastante, debía suponer que después de su desafortunado intento anterior, ellos estarían protegidos


Dylan también había pensado en ello, arriesgarse a atacar a Kendall en plena vía pública era necio y de un absurdo subido, de modo que al igual que Luciano, pensaba que solo había sido una especie de distracción y esperaba que el señor Delain hubiese llegado a la misma conclusión. No obstante, llegaron a la iglesia sin mayores inconvenientes, pero Dylan seguía con los ojos bien abiertos, porque si bien Armagnac era un estúpido, no era el caso de Montreuil.


Phillipe estaba tanto o quizá más nervioso que su propia hija, y estaba siendo víctima de las bromas de Maurice y Jacques mientras esperaban en el salón a que Madeleine y Marie les avisaran que ya Sophie estaba lista.

- Vamos hombre, ya has casado a tres con anterioridad -- estaba diciendo Maurice mientras intentaba ocultar con muy poco éxito su sonrisa

- ¡No seas estúpido Maurice! -- exclamó Phillipe -- Sophie es… es… Sophie

- Muy explícito Phillipe -- dijo Jacques con una nota muy marcada de humor

- ¡Váyanse al infierno los dos!


Pero no pudieron seguir discutiendo porque en ese momento bajaban Madeleine y Marie. Madeleine se acercó a su tío y lo miró con un brillo de diversión en los ojos.


- Si no fueses mi tío, Jacques estaría en problemas -- le dijo -- Estás guapísimo, tendrás verdaderas dificultades para que no intenten arrastrarte a ti al altar

- Gracias linda, pero eso es algo que nadie conseguirá de nuevo -- le aseguró él

- Debemos marcharnos -- dijo Madeleine mirando a su esposo y a su padre -- Sophie ya va a bajar


Maurice y Jacques tomaron los brazos de sus esposas y abandonaron la estancia. Unos minutos después, Phillipe contuvo la respiración al ver a su hija aparecer en lo alto de las escaleras. En su opinión estaba excepcionalmente hermosa. Se acercó al pie de la escalera y esperó a que llegase abajo, cosa que demoró un poco debido al aparatoso vestido.

- Debo ser el padre más orgulloso de la tierra -- le dijo en cuanto ella llegó abajo y le dio su enguantada mano

- Gracias papá


Phillipe la miró durante unos segundos, y aunque era del todo innecesaria la pregunta, ya que el brillo de sus ojos hablaba por sí mismo, de cualquier modo la hizo.

- ¿Estás feliz hija?

- Mucho papá

- Eso es todo lo que interesa -- le dijo él -- ¿Preparada?

Ella asintió y salieron. Subirse al carruaje no resultó sencillo, pero finalmente lo lograron. El mismo estaba profusamente adornado con flores, aunque no por las costumbres imperantes**, sino con el fin de hacerlo más vistoso.


Aunque Sophie estaba perfectamente al tanto de los ríos de tinta que habían corrido con motivo de su boda, no dejó de sorprenderse al ver la cantidad de gente que había en las calles esperando verla pasar. Phillipe había tomado toda clase de precauciones para la seguridad de su hija, de modo que cuatro sirvientes que portaban lujosos trajes con los colores distintivos de la Casa Saint-Claire, acompañaban el recorrido de forma visible, pero eran muchísimos más los que NO se veían. Sin embargo, bien fuese porque había dado su palabra, o porque no le interesaba dañar en modo alguno a Sophie, Armagnac no intentó nada en su contra y pudieron llegar a las puertas de la iglesia sin inconveniente alguno.


Para acceder a la Catedral de Notre Dame es necesario hacerlo a través de un puente, porque ésta está situada en la isla de La Cité que se encuentra en medio de las aguas del Sena, y tanto el puente como el frente de la Catedral estaban abarrotados de personas. En la entrada, se encontraban en teoría solo los invitados, y del otro lado los que habían ido a mirar.

Kendall estaba de pie al lado de sus padres, y un poco más atrás estaban Dylan y Luciano cuando vieron aparecer el carruaje que transportaba a la novia. Dylan cuyo ojo no había dejado de vigilar a todos los que estaban cerca, notó enseguida la cara de ira de Rachel en cuanto vio acercarse el carruaje, mientras que los presentes ahogaban una exclamación. Aparte de la ya mencionada profusión de flores, éste venía tirado por cuatro magníficos corceles cubiertos con gualdrapas finamente bordadas con los colores de los Saint-Claire. Al frente venían dos sirvientes portando estandartes que ondeaban al viento, con el escudo de armas del Archiducado de Lothringen, donde se podía ver un águila blanca sobre campo azul entre un sable y una lanza, las armas éstas del Archiducado.

En cuanto el carruaje salió del puente, Kendall, sus padres y Dylan, entraron a la iglesia, mientras que Luciano decidió quedarse atrás y observar la entrada de la novia. Phillipe descendió y ayudó a su hija a bajar. Luciano pensó que sin duda aquella señorita lucía espectacularmente hermosa y aunque no lo afectase, entendía el por qué aquellos sujetos habían perdido sus necias cabezas por ella. Por supuesto iba ataviada con el ornamentado y tradicional traje blanco cuya cola medía varios metros, y portando sobre su atractiva cabeza la tiara distintiva que solo podían llevar las hijas del Archiduque. Luciano giró la mirada y vio las caras de las hermanas de la novia y si no se sorprendió fue porque conocía de primera mano lo envidiosas que podían ser algunas féminas, pero estuvo seguro que en por lo menos uno de los rostros, aquella proverbial envidia rayaba en el odio. Decidió que ya había visto suficiente y entró también.

Luciano había estado bastante acertado, porque tanto Rachel como Desire estaban más allá de la simple molestia o envidia, ya que entre otras muchas cosas, a ellas no se les había permitido utilizar la tiara archiducal. Por mucho que Phillipe las hubiese amado, protegido y cuidado como si fuesen sus propias hijas, ellas estaban perfectamente conscientes que en realidad no tenían derecho a portarla, pero aún así estaban furiosas.

Al otro lado de la iglesia y embozado en una gruesa capa con caperuza, Louis observaba con igual ira que las hermanas de Sophie, el descaro con el que su hermano se conducía, y pensaba que solo él habría sido capaz de realizar una entrada como aquella y que estaba reservada a las princesas de sangre real, pero también solo él podía darse el lujo de hacerlo siendo quien era y teniendo como sin duda tenía el favor del rey.

Phillipe sujetó con suave firmeza la mano de su hija y comenzaron a caminar hacia la entrada de la Catedral y hacia el destino final y tan ansiado de Sophie, que podía conducirla hacia la dicha o hacia la desgracia, algo que solo el futuro podría decir.



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• Edicto de Nantes: Decreto firmado el 13 de abril de 1598 por el rey Enrique IV de Francia, donde se autorizaba la libertad de culto. Con la firma de este decreto se ponía fin al convulso período de las Guerras de Religión que asolaron a Francia durante el siglo XVI cuyo punto álgido fue la sangrienta Matanza de San Bartolomé de 1572. Enrique IV, también protestante, se había convertido al catolicismo para poder acceder al trono francés, pero ningún católico creyó nunca en esa supuesta conversión.

• En la Edad Media, las bodas se celebraban entre la primavera y el verano por una razón muy concreta. Aunque en nuestra época resulte algo difícil de imaginar, en ese entonces el aseo personal era “algo” diferente y ciertamente nada frecuente. Después de los habitualmente crudos inviernos, las personas tomaban su “primer baño”. De allí que los carruajes de las novias estuviesen adornados con gran cantidad de flores, con el fin de disimular “otros” olores menos agradables, y es de esta costumbre de donde nace la tradición del “ramo de la novia” Pido excusas a los lectores que tengan este conocimiento, ya que mi obstinada imaginación se niega a aceptar esa realidad, y mis personajes son definitivamente mucho más aseados :-)


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Texto agregado el 23-04-2013, y leído por 87 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
13-09-2013 Me queda la duda dela existencia real de los personajes...la trama es muy buena felipeargenti
 
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