INTELIGENCIA Y NECESIDAD
¿QUÉ TIENEN EN COMÚN ESTAS DOS PALABRAS?
Hoy, sábado 1 de septiembre de 2012, cuando me dirigía hacía la orilla del río Ebro, con la intención de pasear por un sendero de hormigón que discurre paralelo a él, a eso de las once y media de la mañana, al cruzar la calle, me he visto de repente en medio del mercadillo. Entre grandes y coloridos puestos que ofertaban frutas, verduras y hortalizas; entre el bullicioso contacto y griterío que mantienen unos y otros: «¡Vamos, Marías! ¡Estoy que lo tiro todo! ¡Ha bajado el plátano, la pera, la manzana, el tomate y las piñas! ¡Casi todo a un euro!» -voceaba con voz de campana, un joven de pelo corto y rubio, con gracia y salero.
-Dame tres kilos de tomates, bien maduros, que los quiero para hacer gazpacho -demandaba enérgicamente con voz trémula, una enlutada y diminuta anciana.
-Yo quiero dos sandías, sin pepitas, y tres kilos de melocotones, de esos de la rioja -solicitó con voz atiplada, una joven alta, graciosa y entrada en carnes.
-No pelearse, qué hay para todas y la que no tenga dinero, que no se preocupe ¡Que hoy estoy que lo regalo todo! -animando así, a la compra el dicharachero frutero.
A mano izquierda y a lo largo de la calle, una veintena de puestos dedicados a la venta de todo tipo de frutas, verduras y hortalizas; a mano derecha, al comienzo de la calle, los pequeños puestos destinados a la venta de los productos obtenidos en las pequeñas huertas de Miranda de Ebro.
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A continuación un par de puestos dedicados a la venta de verdura, pescado, y aves en conservas; al fondo, distribuidos en cuatro filas, se hallan asentados sobre un largo y ancho paseo de reciente construcción, el cual ha sido embaldosado con terrazos de 40x40 de un pálido y rugoso color amarillo. Los puestos de la primera fila dedicados a la venta de legumbres, patatas fritas, frutos secos y encurtidos; los de la segunda, a las flores, música; dulces artesanos, menaje de cocina, libros de segunda mano y alguno de ellos con juguetes y artículos de marroquinería; los de la tercera, dedicados exclusivamente a la venta de textil; los de la cuarta, a mano izquierda, a la venta de calzado y algo de ropaje y, por último, a mano derecha, destinados a los agricultores, donde se pueden adquirir: plantones de tomate, cebollas, coliflores, lechugas y todo tipo de arboles frutales y ornamentales para resembrar. La mañana transcurría sosegada y con proseguidas ráfagas de suave y fresco viento que animaban a caminar, e incluso hacían más placentero el transito, entre tanta animación; el cielo, entre nubes y claros, pero sereno.
Hay algo que me ha llamado, y mucho, la atención. En la esquina, junto al Colegio de Anduva, antes de adentrarme en el mercadillo. Encontrábase un hombre de mediana edad y aspecto cuidado; su tez morena; su pelo corto, negro y brillante; su frente ancha y lisa; sus cejas arqueadas, anchas y pobladas; sus ojos grandes y alegres; su cara ovalada, grisácea y depilada; su nariz larga y recta con las aletas bien definidas; sus labios grandes y delgados, sobre el superior, lucía un estrecho, negro y cuidado bigote; su vestimenta sencilla, limpia y cuidada consistía en: un gris y oscuro pantalón de tergal; un suéter colorido, de infinitas, desiguales y estrechas franjas; sus pies, vestidos con calcetines oscuros y embutidos en unas negras y cuidadas sandalias de piel.
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Éste hombre amenizaba y entretenía con su acompasada y melódica música no sólo a los viandantes, sino también a todo el mercado. He sido testigo de cómo las personas, llevándose las manos a sus vestiduras sacaban y depositaban alguna que otra moneda, tras la cual, con una sincera y amplia sonrisa dibujada en su cara: ¡Gracias señor! ¡Muchas gracias señora! -repetía con voz grave y enérgica-. Sin dejar de tocar con acierto y precisión, canciones como «volveré, volveeré» -de Antonio Cortés, o cualquier otro tema. Contaba con un nutrido y variado repertorio de canciones de amor, alegres e incluso de actualidad; pero no ha sido eso lo que me ha llamado la atención, sino de los medios que éste se vale para amenizar el mercado.
Sobre el armazón de un carro de la compra, desprovisto éste de la tela, descansa en vertical y sujeto a él un bafle y sobre éste un cestillo de esparto, más o menos del tamaño de un plato, y sobre su fondo un paño de negro fieltro, con el fin, de evitar que salten las monedas al ser depositadas por los viandantes. Al lado del cesto un teléfono móvil del que partía el cable los auriculares, éste estaba manipulado y adaptado para conectar directamente al bafle; de igual manera, salía una conexión que terminaba en un pequeño micrófono, y este a su vez estaba sujeto en el rosetón junto a la boca u oído de una guitarra española. Los toques eran realizados con una púa triangular: La necesidad es la propulsora de que el ingenio, es decir, la inteligencia es la encargada de proveer los mecanismos necesarios para lograr, la cada vez más difícil y ardua, tarea de sobrevivir tanto en los seres humanos como en los demás seres vivos. Eso es lo que tienen en común estas dos palabras que parecen tan distintas la una de otra y que, sin embargo, tienen que converger para lograr un objetivo.
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