Vencido y arrodillado, el guerrero lloraba lagrimas calientes y amargas.
Sus pies se apoyaban sobre la pila de cadáveres en que había convertido a todos sus enemigos. Orcos, trasgos, beornidas, transformados en masas sanguinolentas solo por el acero y sus brazos.
Un botín de ensueño estaba al alcance de su mano, al otro lado de la habitación, refulgiendo las gemas y los oros por los que llevaba tanto tiempo sangrando y sudando, en cambio el guerrero lloraba, y lloraba porque la pelea había acabado, y de repente, todos los tesoros le parecieron menos brillantes. Porque cuando el guerrero acabó con su último, el más fiero, enemigo, supo para siempre, que el valor de lo que encontrase detrás, no seria nada comparado con el camino que lo llevó hasta allí.
El guerrero levantó la cabeza, dio la vuelta y se encaminó hacia otra aventura, con una sonrisa en los labios. |