La cobardía era su sello. Tanto así que cuando nació, lanzó un grito tan estridente que se asustó a si mismo y quiso de nuevo introducirse en el estómago de su madre. Para bien o para mal, el ginecólogo alcanzó a agarrarlo de una pierna y lo rescató para este mundo. Pobre muchacho que permanecía entre cuatro paredes y aún así se escondía bajo su cama porque las murallas se le antojaban gigantescos monstruos que lo acosaban. Su existencia era un verdadero martirio, nunca asistió a clases porque no hubiese soportado la compañía de esa infinidad de rapazuelos que lo habrían comparado con un extraterreste. Cierta tarde se aventuró a asomarse a su jardín y un poodle le lanzó un ladrido a través de las rejas, lo que le produjo una tremenda conmoción, ya que se imaginó que era un cristiano amenazado por un fiero león que se lo devoraría en el acto.
Así fue creciendo este muchacho y cuando llegó la hora de buscar trabajo, eligió algo sumamente liviano: costura, bordado, oficios que ejercía en la penumbra de su pieza, aterrorizado que en algún momento una horrible y repugnante mosca se posara en sus delicadas manos. En una ocasión acudió a su casa una muchacha para que le confeccionara un vestido de novia y él, todo apabullado por la belleza de la niña, le mostró varios modelos para que eligiera alguno. Convenido el trato, el joven quedó de tenerlo listo en unos cuantos días. Temblando, le tomó las medidas a la niña y es menester dejar en claro que estas eran exuberantes: noventa, sesenta, noventa. Después de superar la crisis de nervios que lo tuvo a muy mal traer, debido a este incidente, el chico se puso manos a la obra y era tanta su eficiencia y talento que en menos de dos días terminó el hermoso traje. Cuando apareció la niña, el se repetía para sus adentros:
- No estoy enamorado, no estoy enamorado y haciéndose el desentendido, invitó a la joven a que se probase el vestido. Ella, desinhibida y provocativa que era, se quitó sus jeans y su polera, quedando sólo en ropa interior. El muchacho cayó al suelo desmayado por la impresión y cuando abrió sus ojos se imaginó que había fallecido porque un ángel le sonreía dulcemente. Era la chica ataviada con el hermoso vestido que la transformaba en un ser de sueños, alguien demasiado irreal… El joven se levantó a duras penas, casi se atragantó con el vaso de agua que le extendió la chica. Sin explicarse como, su mano se entrelazó con la de ella. Se aproximó a sus tentadores labios que brillaban con esa encantadora sonrisa. No supo más y cuando pasó lo que tenía que pasar, como decía mi abuela, el muchacho se predispuso a cambiar. Lo probó al hacerle una mueca a un mosquito que sobrevoló sobre sus narices y al espantar a una mosca que se había entrometido en su habitación.
Claro, ustedes dirán que este cuento termina de la siguiente manera:
“La chica canceló su matrimonio y comenzó un dulce romance con el chico cobarde. Este se mejoró de su compulsiva enfermedad, se casó con la chica, tuvieron hijos, él dejó los hilos y los bordados y eligió ser piloto de la Fórmula 1 y en sus tiempos libres se dedicaba a practicar deportes extremos”.
Ja. Nada de eso aconteció. La chica quiso deshacer su compromiso, pero su novio, que era campeón nacional de box, le siguió los pasos, descubrió que el muchacho timorato era el causante de este embrollo y le dio una paliza de padre y señor mío. La muchacha se reenamoró de su novio y contrajeron el sagrado vínculo el mismo día en que el joven asustadizo era dado de alta del Instituto Traumatológico…
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