Había una vez un pintor tan pobre, tan pobre, que la pieza de pan que consumía a diario como alimento, se fue haciendo tan raquítica y tan pequeña, que terminó por desaparecer. Se convirtió en una pieza de pan imaginaria. Como el pintor tenía mucha hambre, pintó un cuadro representando una sartén con un enorme bistec puestos al fuego, para que no se le olvidara cómo era la comida. El pobre pintor, murió de hambre. Su cuadro, lo encontró un pordiosero y lo cambió por dos piezas de pan y un poco de queso. El hombre que lo adquirió, se lo vendió a un buscador de arte en 500 pesos. El buscador de arte lo expuso en una galería y lo remató al Museo de Arte Moderno en varios miles de pesos. Hoy, el cuadro está valuado en un millón de dólares, es considerado patrimonio de la nación y artísticamente es invaluable. Lo que demuestra con certeza que el hambre, tiene muchas posibilidades.