Cristina. Ojos de avellana. Pelo de fuego. Cristina… Y podrías ser tú la madre universal, la amamantadora, la llena de leche, la uterina. Las Diosas te salven, Madre Imposible, que no termine tu viaje de hembra en prostíbulos ni en asilos para viejas desdentadas. Las diosas te cuiden, Madre Primera, que la palabra se te vuelva un pececito, un espacioso lugar de branquias y aguas, que no te ahogue, que no te humille… Madre de todas mis penas, que no te falte lugar para guarecerte ni bibliotecas cartoneras. Santa Madre de nalgas llenas, vestida de blanco y desvestida en todos los rincones, partamos el pan en tu nombre y a la hora de la siesta duchémonos todos pensando en ti. Que se levante el sexo como un volantín porfiado y las faldas como una ráfaga de facturas con el impuesto mal calculado, que el conserje de mi edificio se avispe de una vez por todas y te reconozca en la mampara, que los discursos sirvan para hacer una sopita de huesos y que no sea éste el último día que te vea agacharte debajo de la mesa buscando un sushi que ninguno de los dos sabe comer con palitos. Amén.