¡Corre, corre! – escuché decir a Tomás.
¿Cómo había llegado a esto? Todo estaba de cabeza, el mundo mismo se había vuelto loco.
- Corre hacia aquella cueva – me gritó luego
Y yo corrí hacia la cueva, hacia la oscuridad.
Alejándome de la vida y de la luz, me escondí en medio de la nada y dejé que pasara el tiempo, a ver si las cosas se calmaban un poco. Así, sentado en una inmensa roca que me hacía de compañera, esperé.
Esperé unas horas, unos días, o tal vez unos años, difícil de saber dentro de aquella cueva oscura. Esperé todo aquel tiempo de soledad antes de volver a salir.
Cuando me sentí con fuerzas y seguro de mi mismo, volví hacia aquel mundo que había traicionado y pasó entonces que las imágenes me aterraron. Al ver este planeta, mi hogar, aquel al cual había renunciado antes para sumergirme en la oscuridad, al ver las cosas que hacía la gente, al ver las estrofas del viento que lloraban sangre radiactiva, pido perdón, pero preferí estar y volver hacia aquel vacío que lentamente me había visto nacer.
- Adiós mundo mío – dije.
Renacido, miré atrás y seguí mi camino.
Afuera debe estar el mundo todavía, eso creo. Mas hace años que no lo veo y supongo que habrá cambiado.
Contento con mi reportaje, salí de la cueva. El aire refrescante llegó a mis pulmones y suspiré contento por salir del encierro. Pensaba en aquello que me habían revelado y en la interesante historia del hombre cavernícola.
Parado en la pradera gris, con las palabras de aquel extraño hombre libre surcando mi cabeza, pensé un momento en el viento radioactivo y en todo aquello que llamábamos vida. Dudé un instante, atrás la cueva me llamaba a gritos.
- Será una buena historia – dije.
Corrompido, volví la vista y seguí mi camino. |