Solo te miro, tu cuerpo tendido en la cama sobre la inmensidad de las sábanas blancas. Descansas, tu rostro dormido dibuja una linda sonrisa de satisfacción.
Quien iba a creer, hace una hora cuando te vi llegar a duras penas caminabas, pues el cansancio por tan larga jornada laboral apoderado de tu ser, te obligaba a descansar, me saludaste con el mismo beso de siempre, ese beso que disfruto desde la primera vez que posaste tu boca en mi boca, sigue siendo igual; tierno, cálido y amoroso; así lo siento, así lo quiero.
Tomaste tu acostumbrada ducha de agua tibia antes de dormir, saliste del cuarto de baño, luciendo la delicada y transparente bata que despierta mi lujuria, como adivinando mis pensamientos y mis deseos, poco a poco te acercaste, nuevamente me besaste, me hiciste entender que eres mía y yo soy tuyo, que no existe en el mundo nada que lo pueda cambiar.
Sigues dormida, me limito solamente a contemplar tu hermosura, enredo mis dedos en tu cabello, recorro tu cuerpo con la mirada, orgulloso de tenerlo, orgulloso de sentirlo; tus anchas caderas albergan en su centro, el jugoso, tibio y fértil canalillo en donde sembré la semilla de nuestro amor.
Desplazo mi mano sobre tu cuerpo, tocando cada rincón, ninguno desconocido para mi, tu vientre ondulado dibuja los resaltos propios del ligero sobrepeso, del cuál te avergüenzas, aún sabiendo que no me importa, porque así te acepto, así te amo; por eso eres mi novia, mi amante, mi mujer; pero sobre todo eres mi amada esposa.
|