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ZAPATERO A MIS ZAPATOS.

Cada vez que pasaba frente a su casa, renovaba mi interés por saber algo más de él. En el pueblo se lo consideraba un hombre esquivo y solitario, un ermitaño. Hasta se decía que nunca salía de su refugio por evitar un contacto directo con la gente, y que sólo se lo podía ver a través de la puerta abierta de su “living-taller” Siempre sentado detrás de su pequeña mesa de trabajo, con su delantal de cuero como escudo, los clavos sellando sus labios y con la esquiva compañía de su gato blanco. Al frente de la casa, la silueta de una bota recortada en chapa negra como mudo cartel, indicaba su oficio de zapatero remendón.
Yo, en esos tiempos promediaba mi carrera de periodista y estaba ávido por conocer personas interesantes, e intuí que él podría ser una de ellas. Entonces rescaté un par de zapatos viejos, listos para la basura, y como pretexto se los llevé para que los reparara.
Al entrar, un descuidado jardín me recibió. El deterioro de las paredes de la casa y la pintura descascarada en las aberturas, me reveló enseguida lo precaria que sería su vida. Sin embargo, de arranque me encontré con una persona seria y austera sí, pero amable e insólitamente abierta al diálogo como no imaginaba. Más aún, cuando supo que estaba estudiando periodismo, demostró él más ganas de hablar, que yo de preguntar. Ante esta fortuita predisposición intentaría mi “primer reportaje”.
Principalmente me interesaba saber el porqué de su casi total aislamiento y de su evidente dejadez. Di algunos rodeos al tema tratando de hurgar en su interior sin herir susceptibilidades, y supe que lo había logrado cuando después de identificar mis zapatos me dijo abiertamente:
- Ya sé, ¿Vos querés hacerme una nota para ir practicando ¿no?? Bueno sentáte que hoy estás de suerte y te voy a contar mi historia. ¿Y sabés por qué?, Porque yo quiero que seas un señor periodista, y porque supongo que sabrás comerte la fuente de información sin decir ni á…. Y porque sobre todo, yo no quiero llevármelo a la tumba. Cuando yo esté bien muerto y vos estés bien recibido, si te resultó interesante mi verdad, entonces te autorizo a que la publiqués en el diario del pueblo, antes ni se te ocurra. ¿Estas de acuerdo, te quedó claro?
¡Y ahora escúchame bien lo que te digo! Enfatizó de golpe: Así como me ves, yo llegué a ser un gran empresario, con mucha plata pero mucha plata, sabés…Y Empezando desde abajo nomás... De joven trabajé en el puerto con mi padre, después me empleé en una fabrica de calzados, más adelante me largué solo y puse una propia, pequeña, pero me fue muy bien y progresé. Mis zapatos se vendían acá y en el extranjero, esto me permitió conocer el mundo entero, me caminé todos los países y me di la gran vida…Iba de aquí para allá y no me casé por no parar. Después un colega argentino me contactó con industriales europeos, me asocié a ellos y abrimos dos fábricas, una en Milán y otra en Burdeos; Todo resultó ser un fraude y al poco tiempo perdí todo, quedé completamente arruinado, ni la casa me quedó. Volví a vivir con mis viejos, en ese mismo barrio cerca del puerto…Una pausa y:
- Estaba psicológicamente destruido, no quería salir a la calle por la vergüenza de haber sido un fracasado y un estúpido creyendo en la gente. Cuando mis padres murieron me mudé a este pueblo donde nadie me conocía, y acá me refugié en este viejo oficio para sobrevivir… Sin darme cuenta que me había convertido en un resentido, en un desconfiado de mierda y sin ganas de hacer nuevos amigos…
Desde entonces veo pasar esta vida que me queda por esa puerta. Y te digo que ya no me interesa sumarme a la procesión, ya anduve todo lo que tenía que andar. ¡Ahora que sean ellos los que gasten sus zapatos por ahí… que yo les cambio las medias suelas para que sigan y sigan ¡hipócritas de la gran puta!.. Pasado el exabrupto se quedó observándome atentamente, como indagando en mi propia mirada, y después de un largo silencio que no me atreví a cortar, como forzando una irónica sonrisa concluyó:
-¡Buena historia te agarraste ¿no?.. Pero te lo agradezco desde ya. Con el tiempo este pueblo podrá saber toda la verdad de este desgraciado y antipático solitario.
Quizás por una lógica prudencia profesional en este difícil arte de la entrevista, no interrumpí su monólogo en ningún momento con alguna pregunta puntual, y la di por terminada cuando noté que para él, todo estaba dicho. Finalmente me despedí agradeciendo su abierta sinceridad. Aunque tal vez por natural intuición o prejuicio de novato, debo admitir que me alejé de la casa con la extraña sensación de que ese hombre había exagerado su relato, y que yo había “comprado pescado podrido”: Así como se dice en la jerga del periodismo cuando se acepta por buena una información de primera mano, y se la publica sin antes corroborarla fidedignamente. Pero enseguida alejé esta preocupación, disponía del tiempo suficiente si quería cumplir al pie de la letra la condición por él mismo impuesta.
…Necesité dos años más para tener mi diploma de periodista bajo el brazo. Y en ese transcurso cuántas veces me vi tentado a presentar mi tesis final basada en esa propia historia. Por suerte, mi incipiente conciencia profesionalidad fue suficiente para impedírmelo. Hubiese roto infamemente aquel pacto de caballeros. Pero el hecho en sí no aplacaba mi conciencia después. El no haberme interesado por la suerte de ese hombre primero, y no visitarlo ahora con esta noticia fresca en la boca, me significaba un descarado acto de ingratitud. Sumado a que si bien no usaría aquellos zapatos reparados, esa desgana de no ir por ellos sería directamente una canallada. Con toda esta carga sobre mis hombros decidí llegarme hasta su casa- taller. Pero allí mi desazón fue mayúscula apenas la encontré más descuidada que nunca, y además con la puerta clausurada…
En la comisaría el oficial me informó que había fallecido en el hospital el mes anterior. Conteniendo mi pena le expresé cuánto llegué a apreciar a esa persona y que tal vez fuera yo el único al que él pudo considerar un amigo. También que mi insistencia por recuperar mi par de zapatos sería ahora para guardarlos como recuerdo de aquel afortunado encuentro.
-Seguramente es como usted dice señor, en realidad nadie se había interesado por él hasta este momento…Todo el pueblo comenta que solo salió de su casa por única vez para morir- Acotó este oficial, quien algo conmovido me acompañó y abrió la casa por mí.
Al entrar me estremeció ver su banquito vacío y esa estantería de zapatos reparados pero aún sin retirar. Cada par con el nombre y apellido de su dueño debajo. Tomé los míos, pero no me iría de ese lugar sin completar mi memoria con la imagen completa de esa casa, y eché primeramente un vistazo a su dormitorio. Después de una “limpieza” poco quedaba allí; Un ropero vacío, una cama sin colchón, y en una mesita de luz sin velador sólo la foto en blanco y negro de quienes formarían una familia. Una menuda madre y un robusto padre sosteniendo en brazos a un chico de unos cinco años, y detrás de todo un barco amarrado a puerto. Más bien abajo en tinta china una fecha, “1953” (año en que una terrible epidemia azotó a los niños )… Conmovido me ubiqué sobre el elástico pelado como asiento, al mismo tiempo que mis talones chocaron con algo por ahí debajo; Sus propios zapatos que se habían salvado. Un par de aquellos “Paso Doble” (los primeros con suela de goma) como nuevo y reluciente. No me faltó más curiosidad para descubrir que otra cosa también brillaba también; Como escondiéndose por humillante, plegado descansaba un viejo sillón de ruedas.
Cuando salí de mi sorpresa y sin quizás como un acto reflejo, me quité mis zapatos, los dejé bajo la mesita y me calcé estos suyos. Luego salí de allí, mostré los reparados al oficial que todavía aguardaba en el jardín, y enseguida estuve en la calle. Después de agradecerle su favor, quedé solo conmigo reflexionando en plena calle, y mirando cuán larga era. Allí mismo me di cuenta de que cuánto camino tenía por recorrer con mi profesión recién comenzada. Y cuánto aprender de los demás. Como en este caso, donde debía dejar de lado algunas cuestiones propia de la conducta humana, como olvidarme de su impostura, de su falso legado y admitir en él su lúcida espontaneidad para salir a paso firme en una situación incómoda. Y porque no, subirme ya mismo a esa improvisada fantasía suya y gastar estos zapatos suyos cómo el no nunca pudo hacerlo en su verdadera y triste realidad…

Texto agregado el 19-04-2013, y leído por 214 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
20-04-2013 querido amigo, siempre logras emocionarme Carmen-Valdes
20-04-2013 Muy bueno hermano, pletorico de vivencias y fantasias. Un abrazo!! cinco aullidos yar
19-04-2013 Excelente. No obstante, la frase "Como en este caso, donde debía dejar de lado algunas cuestiones propia de la conducta humana, como olvidarme de su impostura, de su falso legado y admitir en él su lúcida espontaneidad para salir a paso firme en una situación incómoda." es confusa y extensa y no deja lucir el buen final. NeweN
 
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