El señor, reposado plácidamente en su butaca de mimbre inhaló con ansia y cierto desdén sus aires de mediocridad.
La niebla rodó con premura envolviendo de sombras y oscuridad todo aquel mimado vergel.
Las flores se marchitaron, los cuervos se sacaron los ojos unos a otros, el mar ardió mientras un portentoso relámpago quebraba el desierto en dos.
- Mañana lo dejo - sonrió abatido, con el agrio sabor de boca que le dejó aquella última calada, dio un sorbo a su cerveza, y eructó - mañana, sí...
Y comenzó a llorar mientras el bosque ardía bajos sus ojos.
Se puso en pie, cerró la ventana, juró por su madre que no volvería a inmiscuirse en asuntos tan alejados de su realidad, encendió el pc y siguió con su labor, olvidándose de todo, hasta de él.
Un piar intermitente lo sobresaltó, varias plegarias llegaron por fax a su oficina.
- Dichoso diablo... - murmuró hastiado- quizás debería bajar a divertirme yo también... no. Ya le dije que no pueo...
Suspiró.
- ¿ O puedo cariño ? - preguntó mirando de reojo sus botas nuevas con tacos de aleación de última genración.
- ¡ Andate a tomar por culo, webón (mi amor) ! - rugió otra voz - ya sabes lo que pasó la última vez, no quiero que vuelva a repetirse, y chitón.
Dicho esto, cogió la llave de los grilletes que encadenaban los tobillos de su marido al escritorio, y se la tragó.
- Si la quieres, tendrás que venir a por ella. |