“No se ven pero existen;
Se fueron pero pueden estar”
(Sufrín)
“La oración es la llave
que abre el corazón de Dios.”
(Una pobladora de la Granja)
- Señora Lía, ¡qué bueno que la pude encontrar!
- ¿Quién habla?
- Soy yo, Juanita, la hija de la señora Hortensia.
- ¡Qué gusto de saludarla. Desde que se cambiaron de casa que no las he vuelto a ver, dijo la señora Lía, sentándose para atender con más comodidad la llamada telefónica. ¿Cómo están ustedes, su mamá…?
- Mamá y todos estamos bien, pero preocupados por mi abuelita. Por eso recurro a usted.
- ¿Qué le sucede a su abuelita?
- El médico dijo que ya nada podía hacer por ella. Que era la edad y no quedaba sino entregársela a Dios. Es que tiene ya 92 años.
- ¿Es la mamá de la señora Hortensia?
- ¡No! Es la mamá de mi padre. Usted no la conoce. Cuando se enfermó, estando ya nosotros en esta casa, mi papá se hizo cargo de ella y la trajo del sur.
- ¿Está con muchos dolores?
- ¡No! Está inconsciente. El problema es que lleva diez días agonizando.
- ¿Llamaron al sacerdote?
- ¡Sí! El padre vino y le dio la Unción de los Enfermos. ¿Usted puede hacer algo por las personas cuando llevan tanto tiempo agonizando?
- Yo transmito energía para ayudar a la gente. Veré lo que pueda hacer en este caso, y le comunico. ¿Le parece bien?
- ¡Por supuesto! Es tan doloroso verla agonizar tanto tiempo y no poder hacer nada. ¡Gracias, señora Lía!
Le pidió los datos de la abuela, que se llamaba Antonia, y se despidió.
- Hasta luego, Juanita. Y encomiéndela al Señor mientras tanto. ¡Adiós!
La señora Lía colgó y terminó de armar la cazuela para el almuerzo, mientras pensaba qué hacer en ese caso. Ella transmitía energía para ayudar a la gente en sus dolencias. Trabajaba con la energía universal, y hacía curaciones psíquicas con admirables resultados. A los moribundos les enviaba energía para que no sufrieran dolores y estos morían con mucha paz. Aprovechaba de enviar energía a los familiares, para que enfrentaran la separación con serenidad. En ocasiones hacía dormir a los enfermos que lo necesitaban. Y así…
Con sus curaciones psíquicas había extirpado tumores y quistes mamarios; reducía cálculos biliares o renales, los que salían en forma de arenilla; había librado de cáncer a varias personas; lograba disolver coágulos cerebrales y destapar vasos sanguíneos obstruidos. En resumen, hacía portentos. Nadie casi lo sabía y no se llenaba de pacientes, porque todo lo hacía silenciosa y humildemente, y sin interés pecuniario alguno.
Era parte de un grupo de hombres y mujeres amigos, que hacían más o menos lo mismo, con mayor o menor capacidad, y sin pedir nada a cambio. Se ayudaban mutuamente con los pacientes, o entre ellos cuando algo les afectaba la salud.
Tenían también otro punto en común: Podían detectar almas errantes. Pero eso lo hacían más calladamente aún, porque no todo el mundo entendía eso de almas errantes, por diversas razones. No tenían que realizar ritos esotéricos, ni oraciones raras, ni necesitaban amuletos ni objeto alguno. Esa capacidad era simplemente un hermoso don de Dios.
El curita era feliz, porque muchos de sus alumnos de Energía Universal ya lo sobrepasaban en capacidad, siendo que él mismo se la había despertado al “reactivarles los chakras”.Y aprovechaba esas capacidades cuando lo afligían sus propios achaques, productos de la “viejera”, como él mismo decía.
Algunos del grupo tenían cierta capacidad natural. Otros, la habían adquirido haciendo ese Curso de Energía, donde los capacitaron, y quienes ya algo tenían salieron más fortalecidos aún en sus capacidades que, al parecer aumentaba paulatinamente con esta práctica de amor al prójimo.
Doña Lía puso al fuego la sabrosa cazuela, y se sentó para pensar en la abuela Antonia que agonizaba desde tantos días, sin poder morir. Hizo oración, se concentró y la pudo ver mentalmente:
Se encontraba en una pieza de 3 por 3 metros, vio un closet, la ventana, la puerta de entrada y un pequeño mueble. La abuela estaba acurrucada de lado, como pidiendo protección. Respiraba trabajosamente. Mas, no se encontraba sola. Innumerables rostros difusos, con cuerpos igualmente etéreos, la rodeaban en silencio, mirándola con amor y en expectativa.
A doña Lía muchas veces las enfermedades y situaciones se le presentaban
en forma simbólica, y debía interpretarlas. Trató de comprender qué pasaba. Algo presintió. Para estar más segura, se levantó, tomó el teléfono y se comunicó con Juanita. Le pidió que le contara algo sobre las costumbres y modo de pensar de la abuelita Antonia. Juanita le contó varios rasgos que mostraban cómo era la anciana. Entre otros detalles, que rezaba mucho. Se pasaba rezando.
- ¿Y qué rezaba?, preguntó la señora Lía.
- Varios rosarios durante el día. Todos, pidiendo por las benditas almas del purgatorio. Y cuando tenía buena salud, iba a misa y también la ofrecía por ellas.
- Gracias Juanita. Con eso me aclara la situación. Hasta luego.
Y colgó.
La señora Lía revolvió un poco la olla en que se cocinaba la cazuela en la cual el principal ingrediente que le colocaba era su amor por quienes la consumirían. Sus cazuelas eran muy apetitosas y se hacían poco. Se volvió a sentar para continuar su ayuda.
Tal como lo había presentido: muchas almas errantes habían empezado a recibir los beneficios con que Dios responde a las plegarias por los difuntos. Quince días atrás se había producido un terremoto en Pakistán, y la señora Antonia había comenzado a hacer una novena por el eterno descanso de los cientos de muertos. Desgraciadamente alcanzó a rezar solamente durante cinco días, cuando decayó gravemente y perdió la conciencia. Las beneficiadas con su intercesión estaban ansiosas de sus plegarias, y la rodeaban. Ella, por su parte, en su inconciencia, se encontraba como amarrada por una tarea inconclusa y se resistía a morir sin haberla concluido.
Volvió doña Lía a llamar por teléfono, esta vez al padre Waldo, el sacerdote amigo del “Club”. Le contó lo que sucedía, y el padre se comprometió a celebrar tres misas por el descanso de esas almas del purgatorio. Empezaría esa misma tarde.
Doña Lía le agradeció y volvió a su sillón. Nuevamente se concentró y llegó mentalmente al lado de la pobre abuelita moribunda que se negaba a morir por su amor a sus queridas almas del purgatorio. Y le habló a su subconsciente.
- Señora Antonia: Yo soy Lía, una persona que da energía para la salud. Yo sé que usted está preocupada por las almas de los que murieron en el terremoto de Pakistán. Le quiero decir que deje de preocuparse. El padre de la parroquia se comprometió a rezar tres misas por ellas y por usted, y yo misma terminaré por
usted la novena de rosarios. Despreocúpese, pues, y entregue su alma al Señor Jesús con paz y alegría. Porque sus queridas almas del purgatorio no quedarán desamparadas. Yo también rezaré por usted.
Y la dejó, poniéndola en manos de Dios.
Continuó su labor hogareña. Antes de media hora, volvió a sonar el teléfono. Era Juanita:
- Señora Lía: Quiero agradecerle una vez más su ayuda. Mi abuelita Antonia hace pocos minutos que falleció. Gracias a Dios, dejó de sufrir.
Como era amiga de la familia, asistió al entierro. El rostro de la abuelita Antonia lucía una bella y serena sonrisa. El párroco hizo un sentido responso implorando la misericordia de Dios para la abuelita Antonia que había vivido y muerto piadosamente. Al sacarla para conducir sus restos mortales al cementerio, doña Lía esperó su paso en el antejardín, pensando precisamente en la gran misericordia divina.
Al pasar los dolientes con el ataúd frente a ella, sus pensamientos fueron interrumpidos por una alegre y melodiosa voz que habló a su mente, diciendo-le:
- ¡Gracias, mucha gracias!
Y percibió un también alegre y simbólico espectáculo. Algo la hizo mirar hacia el cielo, y vio una procesión de personas en formación de punta de flecha, como las aves. Las almas del purgatorio, con la abuelita Antonia al frente, se encaminaban raudamente hacia las alturas.
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