Alfa II
Don Octavio Terrera tenía que ir a visitar a “la médica de la alfalfa” allá en Tudcum, Iglesia, en las serranías al pié de la cordillera, en San Juan.
Con cierta expectativa hacia algo desconocido, pero firme en su decisión, decide viajar acompañado de su amigo el doctor Perellotti.
Octavio pintaba poco más de cincuenta años, cara redonda con las cejas y sus bigotes encorvados. Sus bigotes largos y con color de fumador. Fumaba un cigarrillo tras otro.
El doctor, estaba intrigado con la fama de la señora ya anciana, a quien todos la respetaban, llevaban regalos y pagaban sus consultas como un “galeno” más. Algunos le decían doña Alfa. Pero hoy iba a ser un día diferente, ya que Octavio asistía a la consulta con la señora, acompañado de su amigo el doctor Pereló, como le llamaba.
En el Peugeot nuevo, van los dos hombres rumbo al Norte. Pararon en Jáchal para cargar combustible y comprar algunas provisiones. No olvidaron cigarrillos y la yerba para matear.
Entraron a la Iglesia de la ciudad de Jáchal, porque Pereló quería rezar frente al Cristo negro. Entran y se ubican a media distancia entre la puerta y el altar. Rezan y se levantan.
Inclinándose respetuosamente, acarician con sus dedos las rodillas y los pies desgastados de Cristo. Se demoran. No se sabe qué piden cada uno. Pereló espera a su amigo en la puerta del Templo, ya que se demoraba en salir.
De nuevo en la ruta, atraviesan varios túneles, impresionados por la belleza de la geografía.
Ya están en Tudcum. La espera fue larga, ya que había mucha gente. Conversan con los otros pacientes de la fila. Cada uno con un frasquito de orina en la mano o en un bolso. Octavio también llevaba el suyo.
Doña Felipa Rojas -era el verdadero nombre de “la médica de la alfalfa”- hace pasar a sus pacientes capitalinos.
-¿cómo es tu gracia?… ¿de onde venís che?...
-Soy Octavio, vengo de San Juan, de Rivadavia. Y me pasa que creo tener un problema de… este de…
-Sssshu, Sssshu, no digas nada che, aquí naides tiene que decir lo que le pasa. Soy yo quien ti va a decir tu historia clínica, me entendís…
-Está bien, no digo nada señora…está bien…
-A ver, y levantando el frasco y mirando a través del sol de la ventana doña Alfa dice a Octavio: aquí tenís un problema en el corazón. Fijate, -invitando al hombre a acercarse a ella y al frasco- y señalando con el dedo índice, aquí tenís el problema. Fijate como se ven las arterias del corazón. Las tenís medio tapadas. Fijate en este hilo negro grueso que atraviesa la cara de lado a lado. Ese hilo me dice que hay una arteria medio tapada, y este hilo más fino me dice que esta otra arteria está algo menos tapada que aquella otra…
A esa altura de la consulta, Octavio no podía salir de su asombro, ya que no tiene problemas de corazón ni nada parecido. Además la situación le provoca incertidumbre, por lo que piensa en sus hijos, su sposa, sus padres… piensa en su trabajo… piensa en…
Allí había un silencio sepulcral. Todo el que iba respetaba el silencio, no fumaban, no hablaban para no perturbar a doña Alfa.
Y ella continúa su diagnóstico con el frasco de orina de Octavio en una mano. Se acerca a Octavio y le sigue informando;
-Mirá aquí tenís el resto del cuerpo. Indicando con su dedo, la figura de los hombros, los brazos y piernas y la panza como saliendo del frasco.
Da la impresión que la cabeza de Octavio se ve en el interior del frasco amarillento y el resto del cuerpo sale como de forma horizontal del frasco para afuera y se mantiene flotando en el aire.
Octavio comienza a traspirar y a agitarse por lo fantástico que ve. No sabe si hacer alguna pregunta o salir disparando. No sabe si decir a su amigo que tiene ganas de vomitar o que le duele el pecho o quizás la panza…
Pereló asiente con la cabeza como si estuviera de acuerdo con lo que está viendo… pero también le provoca una gran duda y una incógnita, por ser médico. No podía decir nada ya que acompañaba a su amigo nada más.
-Mirá… Aquí tenís el hígado. Fijate aquí hay tres piedras, una más grande que las otras dos. Y del resto parece que no tenís nada… al menos así se ve aquí en tu figura.
-Bueno, doña, ¿cuánto le debo por esto que me está diciendo?... ¿Cuántos pesos son?...Pregunta el paciente.
-Mirá, son cincuenta pesos, por todo. Aquí también te doy estos remedios, llevalos y tomalos, que ti vas a curar. Algunos son yuyos de aquí, destas sierras, y estos dos son remedios que tenís que comprar en la farmacia. Acá ta anotado como vas a tomar. Al principio vai a sentir algunos dolores de celebro o una poca de colitis, nada más.
Asombrados, más Pereló que Octavio, salen rápidamente de la casona de doña Alfa.
Ya de vuelta, deciden retornar por la misma ruta y pasar por Jáchal, ya que se les había ocurrido comprar un chivito para llevar a la ciudad.
En la zona de Villa Mercedes, se acercan a un paisano que vende esos animalitos.
Recién faenado, lo meten en una bolsa.
Caminando hacia el auto, Octavio siente un fuerte dolor en el estómago y también en el pecho. Su rostro se puso pálido, pero aguantó y no dijo nada a su amigo Pereló ya que no quería preocupar.
Siguen caminando unos metros más. Comienza a agitarse, y cada vez más pálido. Sudado y casi sin voz le toca el hombro a Pereló que traía el chivito en la bolsa y venía unos pasos adelante.
Con debilidad en la voz le dijo:
-Pereló, me siento mal, me duele la panza y el pecho, que puede ser… me siento mal…
-Ya te reviso, te pongo aquí en el piso. Aflojo tu camisa, te…traeré del auto para medirte la presión…ya te reviso…
-Para qué me vas a revisar, no ves que la vieja de la alfalfa me dijo que tenía dos arterias del corazón medias tapadas… hay qué dolor…hay…hay…
Y Pereló asistió al amigo enfermo, oyéndole un último suspiro de un corazón muy mal tratado.
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