Es medianoche y Teresa se despierta bañada en sudor y aquejada por un dolor que medido en la escala de 1 a 10 es de 35. Cree que se va a enloquecer. Se levanta y va al baño. Respira profundamente. Llora con angustia. Siente que su espalda se va a reventar e incluso piensa sacar un cuchillo de la cocina y clavárselo y sacar aquello que le duele. Descuelga el teléfono y llama a la clínica y describe lo que le pasa. En cinco minutos llega la ambulancia y es conducida a un moderno hospital. En la entrada le esperan cinco hombres vestidos con ropa verde clara. La bajan de la camilla y la llevan a radiología y le toman 10 placas. Luego unas ecografías y le sacan sangre y la someten a un interrogatorio. Le informan que le han detectado una masa en el riñón derecho y que deben extraerlo de urgencia y que, por favor, de el teléfono de un familiar para que autorice el procedimiento. Teresa es ingresada en el quirófano. Le extraen el riñón y ella es ingresada en la sala de cuidados intensivos.
Sale el transplantólogo e informa por teléfono a una clínica que el procedimiento ha sido un éxito.
Que hagan una consignación, en una cuenta que dicta rápidamente, en las Islas Cayman. Le consignan 120000 dólares y el empaca y despacha. Teresa a sus 22 años ha perdido su riñón y una deportista de clase alta tiene para un trasplante.