Si ya es un fastidio que te envíen al quinto pino para trabajar durante dos meses en unas oficinas de París, ubicadas éstas en un suburbio similar a los que salen en televisión cuando unos exaltados queman coches, más fastidioso es volver al cabo de ese tiempo a tu casa en Barcelona, paraíso la ciudad condal de “okupas” y especies similares, y encontrarte que alguien está cómodamente instalado en ella, con la calefacción en marcha y tumbado en tu sofá, con los pies sobre los cojines, inmóvil y con la mirada perdida en el techo, ajeno en apariencia al mundo que le rodea. Eso me pasó a mí un día que llegué a las tantas de la noche a mi casa, después de tirarme durante horas en el aeropuerto de Orly a la espera que el puñetero avión despegara; se ve que algún desgraciado facturó una maleta y éste, el mencionado desgraciado, desapareció del mapa, es decir, no embarcó al dichoso avión. Debido a esto, a que había una maleta sin dueño en las bodegas, seguridad puso el grito en el cielo y retuvo el despegue hasta que la maleta huérfana fue extraída del avión. Así pues, entre pitos y flautas, tres horas emparedado en una cafetera con alas hasta que por fin el de la torre dio pista libre al comandante. Pues eso, de París a Barcelona, un montón de horas, y luego, para rematar el viaje de vuelta, el taxi que tomé para que me llevara a casa se estampó contra un cartel publicitario en el que una rubia -vestida sólo con ropa interior- parecía decirle al taxista: “cómemelo todo”. Menudo panorama; el taxista semiconsciente con las manos en el volante y la foto de la tipeja sobre el parabrisas, yo detrás sin poderme creer lo sucedido, y la policía motorizada en torno con las lucecitas psicodélicas a todo trapo mientras unos curiosos revolotean como buitres en busca de carnaza. Y cuando por fin, después de una revisión médica en la que no me encuentran nada y de responder a un montón de preguntas que me hace la policía sobre cómo fue el accidente a lo que yo respondo repetidamente: «el taxísta se quería comer a la del anuncio. Créanme ustedes, se dejó llevar por los encantos de la moza», llego a casa y me encuentro con un sujeto de pelos largos y nariz ganchuda tumbado tan ricamente en mi sofá, calentito el pájaro como un gorrión en su nido, con la persiana subida y la noche barcelonesa, al otro lado del cristal de la ventana, iluminada a sus pies. Entiendan entonces mi decepción ante esta descorazonadora perspectiva; me moví cansinamente hacia el sujeto que relajado e inmóvil ocupaba mi sofá y sin decirle ni mu, me lo quedé mirando mientras llamaba a la policía: «Sí, oiga, tengo que denunciar una ocupación ilegal de mi casa, tengo a un hombre de mediana edad, melenudo, sin la facha habitual que tienen esos “okupas” que salen en todos los noticiarios; ahora que me fijo, más bien tiene el aspecto de un profesor universitario que imparte alguna asignatura de biología, es decir, que tiene pinta académica. Bueno, en resumen, he estado un par de meses trabajando como un chino, sin ansia de ofender a nadie, en una mierda de París suburbial y ahora que vuelvo por fin a casa, me encuentro con el sujeto descrito anteriormente. Por lo tanto, envíeme una patrulla para que se lo lleven esposado, hágame el favor, que estoy cansado, que llevo un buen tute desde que salí de París, y ya va siendo hora que me pueda echar en mi sofá, cosa que no puedo hacer porque el académico lo está ocupando, ¿entiende? ¿Cómo dice usted? Que me tendré que esperar a que se pase una patrulla por aquí mañana? ¡Me toma el pelo! Son las dos de la madrugada… ¿pretende usted que me espere a que mañana se pase por aquí la pareja uniformada? ¿Y qué hago yo mientras? ¿Me tomo unas copichuelas con el académico? ¡No fastidie! No me haga reír, hombre, ¡A ver si encima tendré que hacerle la cama! ¿Que qué? ¿Me lo dice entonces en serio? ¿Hasta mañana, nada de nada? ¿Pero a qué hora se pasarán por aquí? ¡Manda huevos! Así que entre las nueve y las trece horas, menuda atención al ciudadano tienen ustedes…Sí, ya…que ya tienen mi número, que me llamarán mañana…¿Qué? ¿Me lo puede repetir? ¡Que probablemente la policía no podrá hacer nada si se da el caso de que el académico no se quiera ir! ¿Y qué deberé hacer si se da el caso? Entiendo, me busco un abogado para interponer una demanda por desahucio, oiga, se ha quedado ancho, ¿eh? Bueno, descanse, no le vaya a dar una hernia discal y tengamos un disgusto. Muchas gracias, espero no tener que hablar con usted nunca más, no es nada personal, se lo aseguro, pero estoy hasta los cojones y es muy tarde. Disculpe mi lenguaje soez, no quisiera amargarle la noche, con el corazón el la mano, váyase a la… no, perdone, yo no suelo ser así. Olvide mis últimas palabras, muchas gracias, le dejo, que el académico parece ahora moverse de mi sofá como si hubiera recuperado cierto ánimo, lo dicho, muchas gracias, adiós, que descanse en paz…perdón, quería decir que tenga buena noche oficial, adiós.»
Así acabé la conversación telefónica, el académico me sonrió y haciendo una demostración de extrema educación, pasó de estar tumbado a estar sentado en el sofá, invitándome a sentarme junto a él. Estaba demasiado cansado para indignarme e intentar echarlo a patadas de mi casa, por lo que, con cierta resignación acepté su amable gesto y me senté, no sin desconfianza, pues al fin y al cabo aquel hombre era un desconocido.
-Perdone si he interrumpido su descanso en mi sofá -empecé-, pero verá, acabo de llegar a casa, después de dos meses de andar por estos mundos de dios, y cuál es mi sorpresa al encontrarle a usted aquí, y quede claro que no pretendo ofenderle, pero creo que está ocupando mi casa ilegalmente, ¿no le parece?
El académico movió la cabeza ligeramente, y tras mostrarme una leve sonrisa, respondió:
-No sabría decirle si estoy haciendo algo ilegal, lo confieso. Lo único que puedo afirmar con toda convicción es que estoy aquí, sentado en este sofá, con la calefacción dándome calor y que usted está a mi lado opinando algo que no sé si es verdad o no. También considero sin ambages que soy un hombre, al igual que usted, y no tengo duda alguna en que no nos conocemos, pues no recuerdo haberlo visto nunca, y juraría al mismo tiempo que estoy despierto para afirmar todo lo que acabo de mencionar sin reservas, mas ¿cuántas veces los sueños se asemejan más a la realidad que la realidad misma? En este punto, tengo que decir, ahora me doy cuenta, que no hay motivos ciertos para diferenciar el sueño de la vigilia, y este pensamiento, señor mío, me deja perplejo, y es ahora mismo tan profundo mi desconcierto, que juraría que estoy durmiendo.
Tuve claro, después de escuchar estas primeras palabras, que el académico estaba más colgado que un mono en un árbol y que tenía que ir con mucho cuidado de no provocarlo, que cuando alguien está bajo los efectos de las drogas, puede resultar muy violento y destructivo. Así que asentí por precaución y miré la hora; no me cabía duda, la noche sería muy larga, y, efectivamente, lo fue. El académico estuvo hablando largo rato sobre conceptos metafísicos los cuales me parecían tan extraños como incomprensibles. Me planteó que estábamos dormidos y que las partes de nuestros cuerpos, dígase manos, ojos, etc…eran meras ilusiones, y que si en sueños podíamos representar estas cosas, significaba que realmente existían, al igual que los pintores cuando representan en sus cuadros fantásticas figuras, todas ellas están basadas en cosas que existen, y que si incluso el pintor es capaz de pintar algo que no existe, sin embargo los colores que componen ese cuadro son reales. Como puede verse, el académico estaba como una regadera y yo tenía que aguantar el chaparrón sin paraguas, no me quedaba otra. Pasé la noche escuchando al majadero sin entender prácticamente nada, claro, a él no le importaba, porque según su teoría, estábamos dormidos, pero maldita la gracia, yo tenía un sueño que me moría. El caso es que, para resumir y no alargarme, a la mañana siguiente se presentó la policía y la premonición del oficial que atendió mi llamada se cumplió como una profecía; ellos, los policías, no podían echar al académico, pues éste no se quería ir, decía el muy caradura que necesitaba la tranquilidad de mi casa para meditar. Por esto no tuve otro remedio que buscarme un abogado e interponer una demanda por desahucio. Sonará a chiste, lo sé, pero estuve tres meses conviviendo con el académico metafísico a la espera de la orden de desahucio, pues resultó ser un tipo inofensivo que se creía filósofo. Durante este periodo de tiempo me acostumbré a su compañía y a sus filosofadas, las cuales, luego me enteré, todas provenían del Discurso del Método y de las Meditaciones Metafísicas de René Descartes. Y es que el roce hace el cariño, cuando llegó el día del desahucio, renuncié a él y le dejé que continuara en mi casa ¿Y qué ha pasado con él? Sigue aquí, filosofando en el sofá, pidiéndome ahora un corazón de una vaca para analizarlo exhaustivamente, dice que quiere explicarme su funcionamiento; a mí me da un poco de asco el asunto, pero esta tarde iré a la carnicería, a ver si puedo conseguir uno. Al mismo tiempo estoy intentando contactar con algún familiar suyo, pero esta cuestión la llevo todavía muy verde, cuando le pregunto a René -así dice llamarse el académico- por su familia, él me suelta que todavía es demasiado temprano para estas cuestiones, que no se puede permitir distracciones, pues todavía sigue sumergido de lleno en el estudio del método y en las meditaciones metafísicas. Veremos que pasa. Tengo que confesar que nunca estuve tan entretenido como ahora, incluso, ríanse ustedes, me está picando la curiosidad por la filosofía, ¡Quién me lo iba a decir! |