ANÉCDOTA: ¿TRAGEDIA? O GRATA COMICIDAD
¡Hay mijo, que daño tan grande te he hecho!
Fue el grito desgarrador que lanzó a los cuatro vientos la señora Carlota Montalvo al momento de cercenar el dedo meñique de su hijo mayor.
En la mañana anterior al suceso, el muchacho se levantaba apresuradamente de su cama, pues había recibido la invitación de su tío para cortar las matas de plátano que adornaría el frente de la vivienda, ya que todos los vecinos las sembraban y adornaban con cadenetas y papeles multicolores creando el ambiente de fiesta y felicidad en las calles, pues afirmaban que la imagen de la virgen de Fátima llegaría a Sahagún y debían presentar sus calles engalanadas para el recorrido de la procesión.
Durante la labor de corte, el joven se aseguró de escoger las más gruesas y frondosas, quería sorprender a su madre y hacerla olvidar por lo menos un instante de todos los sufrimientos que le tocaba soportar debido a las infidelidades de su marido. Así fue, el infante llegó a su casa pasado el medio día, escoltando a los dos burros que transportaban tan valiosa carga, con la felicidad en el rostro abrazó a su madre y susurrándole al oído le preguntó ¿Cuándo las vamos a sembrar?, la veterana señora, secándose disimuladamente las lagrimas de su mejilla para evitar poner en evidencia su llanto con el fin de no empañar la felicidad del niño le respondió, “mañana mijo, mañana temprano”.
Así sucedió, al día siguiente la señora Carlota, tocaba la pierna de su hijo dormido, diciéndole. – Levántate, levántate flojo, ya vamos a sembrar las matas de plátano.-, escuchando esto, el niño saltó como un resorte y rápidamente se puso en pié diciendo.- ya le traigo el barretón.-, deja la prisa.- le respondió Carlota, tomate el café primero, pero su hijo hiso caso omiso a su recomendación y se presento raudo con la vieja herramienta de labrar; el Barretón. Era un asta de hierro aplanada y afilada en la punta, insertada a presión en un viejo palo de guayacán que le servía de mango para ejecutar las labores de excavación. Saca las matas mientras voy haciendo los huecos, le ordenó Carlota a su hijo. El niño, muy orgulloso, fue sacando del patio una a una las cuatro grandes y hermosas matas de plátano que había cortado para sembrarlas en el frente de su casa, cuando sacó la última se dirigió a su madre, viendo que su vieja sudaba dándole golpes a la tierra con el barretón, tratando de perforarla le dijo; “Mamá, deja eso que yo lo hago, más bien usted saque la tierra que yo voy cavando”; Carlota le respondió - Ya yo estoy muy vieja para agacharme, mejor yo cavo y tu sacas la tierra, y fue así como empezaron a excavar, llevando un ritmo sincronizado hasta alcanzar la profundidad deseada para enterrar el tallo que se pretendía sembrar, Carlota realizó una última inspección visual al agujero que habían cavado notando que en el fondo sobresalía una piedra que a la postre podría incomodar la rectitud del tallo que se pretendía sembrar, acto seguido levantó el barretón tratando de propinar un certero golpe para destruir la piedra en el fondo del hueco, sin percatarse de que su hijo también había analizado la situación y pretendía sacar la piedra con su mano, con tan mala fortuna que su madre descargó con toda sus fuerzas el fatídico golpe al momento de que su mano se posesionaba sobre la piedra, cercenándole de raíz el dedo meñique, ¡ Hay mijo, que daño tan grande te he hecho!, exclamó Carlota corriendo de un lado a otro mientras su hijo se retorcía del dolor.
Posteriormente en el puesto de salud, determinaron la amputación total de la falange, realizaron las suturas y curaciones respectivas y dieron de alta al niño.
Desde ése momento y por la marcada pasión que profesaba el niño por el futbol, fue bautizado entre sus amigos como el “mocho”, remoquete que muy pronto cambió por el “19 dedos”, abreviándolo por el “19”, ya que fue el número que siempre usó orgullosamente en su camiseta, defendiendo a los innumerables equipos en los que se enlistó, incluyendo a los seleccionados de Sahagún y Córdoba. Hecho que le mereció el reconocimiento y respeto popular en su pueblo natal.
Si en Sahagún preguntas por Ubaldo Enrique Acosta Montalvo, quizás muy pocas personas te puedan responder, pero si preguntas por el “19”, te aseguro que todos te responderán inmediatamente.
ANÉCDOTA: UN GOL DE ANTOLOGIA
Para la década de los 30tas, el futbol en Sahagún era considerado como un deporte de vagos, practicado por los niños y jóvenes de la época a escondidas de sus padres. Para los 40tas ya se vislumbraban figuras como Armando Tuirán, Assa Feris, Pedro Otero, Ubaldo el “19” Acosta y otros, quienes decidieron conformar un equipo que representara a Sahagún en los intercambios que se programaban con equipos de la región, pues no se organizaban campeonatos. Fue así como se conformó el glorioso Independiente Sahagún, equipo que contó en sus filas con los antes mencionados además de una legión de “extranjeros”, jugadores Barranquilleros en los que se destacaban el “Oso”, el “Perro” y un Argentino que además de ser jugador de campo, oficiaba como entrenador llamado el “Pibe Benítez”.
Era un gran equipo, pronto gozó de reputación y respeto en la región, por lo que recibía invitaciones de intercambio por parte de las poblaciones circunvecinas, siendo las más relevantes las de San Marcos, Magangué y Zambrano. En éstos intercambios además de la gloria y dignidad deportiva, estaban en juego millonarias apuestas, que iban desde dinero en efectivo hasta, reses, cerdos, caballos, cultivos etc. Lo que hacía muy reñido cada partido que se jugaba.
En un intercambio programado contra el Club Atlético Zambrano, el más encopetado equipo de Bolívar, quienes lograron un empate en un disputado partido en Sahagún, hecho que elevó las apuestas haciendo más atractivo el partido de vuelta en Zambrano, para el cuál viajaron tres chivas repletas de fanáticos desde Sahagún, con el fin de alentar a su equipo en tan difícil encuentro.
Ya en el Estadio Municipal de Zambrano, los hinchas de cada equipo se apostaban a la orilla de la cancha, pues no había graderías, formaban un rectángulo humano respetando una línea imaginaria que se trazaba exactamente a un metro de distancia paralela a la línea de cal que determinaba el límite del campo.
El partido era como se esperaba, la divisa Zambranera tomaba la iniciativa desde el comienzo del encuentro, por más de quince minutos lastimaba con sus ataques al Independiente Sahagún, erigiéndose como gran figura el portero Armando Tuirán, quién con sus atajadas ahogaba el grito de gol del equipo local. El independiente Sahagún, seguía soportando los embates del rival, la orden de su técnico y jugador “El Pibe” Benitez, era la de aguantar, todo el equipo Sahagunense se replegaba en su propio terreno, luchando cada pelota, defendiendo su arco con vehemencia, llamaba la atención la ubicación del “19” Acosta, quien por orden del “pibe” Benítez, debía permanecer en el vértice que formaba la línea central con la línea lateral izquierda, dentro de su propio campo.
Armando Tuirán, le abría los brazos al “pibe” Benitez, en señal de desespero por tanto trabajo; el “Pibe” le respondía abriendo sus manos y con sus palmas diagonal a la tierra le señalaba que esperara, que se calmara y así fue. Trascurridos cuarenta minutos, todo el equipo Zambranero se vino encima, dejando solo a un jugador en su defensa y después de un tiro libre que atrapó Armando Tuiran, con una estirada felina; desde un costado del área el “Pibe” Benitez, le gritó “ahora Armando, ahoraaaa”, acto seguido Armando se inclina rueda el balón al mejor estilo de un jugador de bolos, ubicándolo exactamente delante de la pierna izquierda del “Pibe” Benitez, quién propinándole certera patada y gritando simultáneamente “Diecinueveeeeeee” la impulsó por el aire; la pelota dibujó en el cielo Zambranero una parábola cuyo cálculo matemático finalizaba tres metros después de la posición en que se encontraba el “19” Acosta, quién a la orden de su técnico inició veloz carrera con pleno dominio de balón, dejando a un lado la marca del único defensa que se interponía entre él y el portero, a la salida del guardameta, el “19” realizó su tradicional amague y con un toque sutil direccionó el balón hacia la red contraria, cuyo recorrido lento pero certero mantuvo la respiración del público y silenció el estadio hasta cruzar la raya de gol, enseguida se escuchó al unísono “Goooooooollllllllllllll”, los hinchas Sahagunenses se abrazaban y saltaban, disfrutando de la conquista, al final el encuentro terminó 2-0 a favor del Independiente Sahagún con otro tanto conseguido por el “19” casi al final del partido
A su regreso, el Glorioso equipo fue esperado por los habitantes de Sahagún con una banda, celebrando el triunfo con comida y fandango.
ANECDOTAS MARRAÑERAS
En todas las poblaciones de la Costa Atlántica Colombiana, familia que se respete cuenta entre sus miembros con el clásico “mamador de gallo”, que siempre le ve el lado humorístico a todas las situaciones que se presentan en el seno familiar, aun cuando éstas tengan ribetes de tragedia. La familia Acosta, no fue ajena a ésta condición, ostentando ese título Osvaldo Acosta Peralta, el popular “Marraño”.
EL DETECTIVE
Osvaldo "El Marraño" Acosta, mi hermano mayor, producto de la primera aventura amorosa que tuvo mi padre, levantado y criado por mi abuela Carlota, tuvo el privilegio de habitar en dos casas; la de mi abuela y la de nosotros, en las cuales gozaba de aprecio y respeto.
El "marra" recibía viandas en ambas residencias, pero después de servida la comida en mi casa, siempre se apoderaba del caldero del arroz para degustar de la suculenta pega que en éste se generaba, eso era una costumbre que religiosamente se llevaba a cabo en nuestra cocina.
En una ocasión contrataron en mi residencia a una señora de nombre Virginia, para que realizara las labores domésticas, entre ellas el aseo y cocinar, dentro del contrato estaba la "clausula verbal" de que la señora Virginia le llevara el almuerzo y la cena a su marido, la cual servía en una pequeña olla de más o menos 1/2 litro.
La señora Virginia era muy especial, medía cerca de un metro noventa y su compañero el señor Julio, creo alcanzaba a medir no menos de un metro cincuenta, pero era una pareja muy unida, tan unida que cuando mi padre llevaba a la casa una hermosa pieza de mondongo para que la prepararan guisada, la señora Virginia se negaba por que "a Julito no le gustaba el mondongo", por lo que mi santa madre compraba pollo para que Virginia le cocinara otra liga a su marido, también en un tiempo la comida la preparaba baja de sal y cuando se le reclamó la respuesta fue " es que Julito tiene problemas en los riñones y no puede comer salado" y cosas así.
El "marra" además de fastidiado por las acciones de Virginia, más aún cuando desde la llegada de la señora a la casa, la raspa de la pega de arroz desaparecía, ya que se utilizaba para completar los otros platos pues siempre quedaban fallos, con el agravante de que mi querida madre había autorizado cocinar media libara más de arroz sobre la cantidad que siempre se hacía.
Como el más experto detective, el “marra” se agazapaba y escondía para sorprender a Virginia en acciones que pudieran convencer a mi madre para despedirla.
Una tarde cuando Virginia se disponía a salir y como de costumbre enseñaba el contenido de la pequeña olla a mi madre "mire señora Jayo, lo que me llevo", efectivamente, dentro de la olla se podía percibir el arroz llenando la mitad del recipiente, un "pedacito" de yuca, un "pedacito" de queso, una "poco" de carne y el guiso por encima; mi madre respondía "ay Virginia como le vas a llevar ta poco a tu marido" y acto seguido cortaba un pedazo de carne de su porción y la echaba dentro de la olla, lo que irritaba más al "marraño".
Al día siguiente cuando Virginia se retiraba por la tarde y luego del ritual diario de mostrarle la olla a mi mamá, el "marra" se apoderó del recipiente y volteándolo sobre la mesa después de varios golpes, el contenido de la olla se liberó y se pudo observar que debajo del sofisma distractorio que estaba en la superficie, el arroz había sido "acuñado", es decir el volumen era bajo, pero el peso era alto y debajo de la gran porción de arroz apretada estaban dos grandes tiras de carne, un pedazo de queso, un huevo frito y cuatro tajadas de plátano maduro, enseguida el "Marraño" gritó "cogeee, mira lo que se come Julito".
EL MATE
Eran las 10 de la mañana, el “Marraño” yacía profundo entregado a los brazos de Morfeo, reposaba una “pea” que había adquirido en la celebración del matrimonio de su cuñado, la cual había finalizado a las 3 de la mañana, pero extendiéndose hasta las 5 por la tradicional “pernicia” de los Sahagunenses en éste tipo de eventos. A esa hora llegó a su casa y se desplomó en su cama.
Era una mañana sumamente caliente, el sol abrazador calentaba descomunalmente, la falta de brisa incrementaba la sensación térmica, quizás por eso el primogénito del “Marraño”, lloraba fastidiado por el calor. El niño de escasos dos meses de nacido era mecido por su madre tratando de calmarlo cantándole canciones de cuna, el llanto del bebé era tan persistente que se escuchaba por toda la cuadra, lo que quizás atrajo el olfato comercial de un indio Chimalero vendedor de “mates”. El personaje vestido con prendas indígenas portaba un guindarejo de piedras y semillas en sus hombros, un sombrero adornado con plumas de colores y un raro cascabel en su mano derecha. Sorpresivamente se posó bajo el umbral de la puerta y con un raro acento le dijo a la esposa de Osvaldo, “yo sé lo que tiene el niño”, el sujeto hizo alarde de conocimientos indígenas, utilizando terminologías acomodadas y recurriendo a un guión preestablecido termina dando el diagnóstico “el niño necesita una aseguranza”, el servicio incluye el “mate bendecido” (mate: una semillita o piedra amarrada firmemente por una cuerda que se coloca en la muñeca del bebé a manera de pulso, con el fin de evitar “el mal de ojo”), El costo total de la “aseguranza” era de $20.000. La incauta mujer convencida por el supuesto “chaman”, corrió raudamente a despertar a su marido, sacudiéndolo con fuerza. – Osvaldo, Osvaldo, hay que comprarle un “mate” al niño, si no, la gente lo enferma, el “Marraño” bañado en sudor, pues el ventilador en vez de aire fresco lo que despedía era el fogaje producido por el techo de zinc de la habitación, levantó su cabeza y con el mareo efecto de la borrachera aún latente y viva, respondió, -¿Qué pasa hombe?.. La esposa le respondió desesperada, -Es que el niño está enfermo y necesito $20.000 para comprar el remedio. A la voz de enfermedad, el “Marra” saltó de su cama como un resorte preguntando. -¿Qué tiene el niño, que tiene el niño?, levantándose y dirigiéndose a la sala en donde estaba el corral-cuna donde acostumbraban acostar al infante por las mañanas; al llegar al cubículo observó al niño calmado y realizando actividades lúdicas, lo tomó por debajo de sus brazos y levantándolo lo examinó de pies a cabeza tratando de identificar la posible enfermedad. Y que es lo que tiene el niño. - preguntó Osvaldo. Recibiendo como respuesta toda la retahíla que justificaba la compra del “mate”, y ¿quién vende eso?, al escuchar la pregunta inmediatamente ingresó el “chaman” cuál chapulín colorado, yo los vendo patrón y le garantizo el servicio. El “Marraño”, sorprendido por la aparición del personaje, lo miró de pies a cabeza con toda la incredibilidad que lo caracteriza con respecto a este tema, enseguida le respondió. – “Que ná ni que ná, tú crees que con esas pepas y con toda la maricá que quieres mandá me vas a quitá $20.000 barras que me sirven pa` las frias, pa` sacarme el guayabo. Vaya a peiná rana hombee”, el indio ante la ofensa marcada a su profesión, respondió con amenazas de “salar” el hogar para que la ruina se apoderara de éste, entrando en una discusión con el Marraño en donde persistían la burla por parte del Osvaldo y las amenazas por parte del Indio.
El “Chaman”, salió refunfuñando, pues se le había perdido la posible venta y dio vuelta a la esquina, mientras la esposa del “Marraño” le reclamaba, -Viste, ahora ese indio nos va a echar la maldición, estando en esas, Osvaldo mirando hacia el patio divisó al indio cuando entraba por la puerta del corral y posesionándose en una esquina del patio, comenzó a rezar mientras sonaba el cascabel, la esposa de Osvaldo se puso las manos en la cabeza y corría desesperada por la sala de un lado al otro, ay Dios Mio, ay Dios mio, el Marraño se dirigió a la cocina y tomando el recipiente de la sal se deslizó calladamente por toda la cerca del patio hasta llegar por detrás del Chaman que concentrado realizaba su ritual, acto seguido el “Marra”, lo sostuvo por el cuello de la camisa y por el intersticio que se formó entre la prenda de vestir y la espalda sudada y pega chenta del sujeto, dejó caer el contenido del tarro de sal, rematando en la cabeza del desafortunado hombre diciéndole, - Cogeee, ahora quien es el “salao”, el indio trató de sacudirse corriendo desesperado por todo el patio, perseguido por el “Marraño”, que sacudía el recipiente tratando de echar el último vestigio del contenido salado hasta que el desaforado ser, logró encontrar la puerta de salida y se perdió en veloz carrera por la polvorienta calle.
ANÉCDOTA: EL FUETE
Es muy común que en Sahagún existan familias con posesiones o terrenos en la zona rural en donde se trasladan a celebrar la Semana Santa o al menos cuentan con un familiar o amigo que los invite a su finca en ésta época, para mi caso, contábamos con la finca “Nuevo Brillo”, propiedad de mi Bis abuelo Don José Pablo Guerra Escobar, ubicada en la vía que de Sahagún conduce a Tembladera, pasando por La Sabanita de los Fuentes.
Era una gran extensión de terreno, que se fue disminuyendo a medida de que el Vicario Campesino pagaba Dotes, en contraprestación de los favores otorgados por las jovencitas que desvirgaba, quedando solo un remanente de ocho hectáreas.
El atractivo de la finca eran la gran cantidad de árboles frutales y un hermoso y fresco paisaje, capaz de inspirar en la concepción de cualquier actividad literaria.
Los árboles frutales yacían esparcidos por toda la propiedad, mangos, guayabas, mandarinas, naranjas, tamarindos, guanábana, anón, marañón y ciruelos, siendo éste último el de más abundancia ya que nuestro bisabuelo los había sembrado a manera de puntales para reforzar la cerca que protegía la vivienda. Formaban un gran rectángulo, quizás comparado con el tamaño de una cancha de fútbol; ubicados y alineados con gran precisión y separados uno del otro exactamente por tres metros.
El fruto del ciruelo maduraba precisamente para Semana Santa, una semana de vacaciones que aprovechábamos para visitar a los abuelos. Nos íbamos en bicicleta, pues también era la fiebre de la BMX y competíamos desde Sahagún hasta la entrada a la finca, quién llegara de último, lavaba las bicicletas.
Cuando nos acercábamos a la casa, el viejo José Pablo, se rascaba la barba, enseguida se podía intuir la preocupación por las travesuras de sus nietos, quienes después de saludarlo corrían hacia el patio, planeando las actividades a realizar.
Esa vez notamos que las ciruelas eran escasas, pues el Señor José Pablo, había recogido la cosecha antes de que llegáramos, despojando a los árboles del jugoso fruto, solo quedaban las que se situaban en la parte más lejana de las ramas superiores, en donde el acceso para alcanzarlas era difícil y peligroso ya que la constitución del tallo y las ramas del ciruelo era porosa, lo que lo hacían quebradizo y vidrioso, por lo que se limitaban solo a soportar el peso de sus frutos.
Sin embargo, impulsados por el deseo de comer tan delicioso fruto, tratamos de acceder a uno de los árboles, pero cuando me disponía a escalar el tallo, escuché la voz militar de mi abuelo, - “se me bajan de ahí, nojoda, no ven que se caen y se pueden partir un brazo”, de inmediato y como perritos regañados, nos retiramos a alcanzar mangos, pero quedó la inquietud.
Mas tarde y aprovechando que el viejo dormía su siesta recostado en un taburete, me desplacé hacia uno de los árboles de ciruelo que se encontraba en la parte trasera de la casa y comencé a escalarlo, cuando ya había superado el tallo principal y me encontraba en una de sus ramas, la cual se arqueaba peligrosamente amenazando con partirse, llegó mi abuelo, simplemente recostó el taburete al tallo del árbol y con una penca rígida que llamaba “Surriago” colocada sobre sus piernas, tarareaba una vieja canción.
El “surriago” era el asta viril disecado de un vacuno que el viejo había sacrificado para ofrecerlo en el matrimonio de su hijo Abel, el curioso látigo rígido, media aproximadamente un metro de largo en su extremo más grueso estaba adornado con una trenza de colores que se enroscaba en la muñeca para obtener pleno dominio y firmeza sobre el raro fuete. Luego al darse cuenta de que llamó mi atención, se quitó el sombrero, miró hacia arriba y me dijo, “aquí te espero”, no había terminado de decir la frase cuando “cataplún”, la rama se partió y allá vengo yo cual iguana de rama en rama tratando de agarrarme infructuosamente y cayendo exactamente a los pies del sabio y veterano anciano. Adolorido levanté la mirada y solo logré observar el “swing” del brazo derecho que se levantaba y luego el zumbido del “surriago” que depositaba con elegancia sobre mi espalda mientras decía “estas juggao nojoda, yo te lo dije que aquí te esperaba”, el acto solo se repitió dos veces, pero el ardor ocasionado lo he sentido durante toda la vida.
ANÉCDOTA: AGUARDIENTE APASTELAO
Debido a su gran popularidad y don de gente, a Ubaldo el “19” Acosta, siempre lo elegían y honraban, nombrándolo como padrino de innumerables niños en Sahagún y poblaciones circunvecinas.
Fue en la celebración de uno de esos bautizos en donde ocurrió el suceso, la ceremonia se llevó a cabo en la Iglesia Central, luego de culminar el acto religioso, el grupo que asistió se dividió para asistir al festejo; el vehículo de la madrina fue abordado por el agasajado, sus padres y algunos familiares y el vehículo del “19”, un Jeep Wilis 6 cilindros, con capacidad para 10 pasajeros, con la posibilidad de transportar 20 personas debido al extra cupo, pues en la defensa trasera se podían erguir cinco personas, otra en la llanta de repuesto y cuatro en la parrilla porta equipajes, ese era el tope y para estos eventos siempre fue lleno total.
La celebración era en la finca de los padres del niño, la cual se ubicaba sobre la vía a Salguerito, hasta allá nos dirigíamos, pero sin antes hacer la parada obligada en la esquina del San Roque, en un Granero que vendía al por mayor; el viejo “dieci”, en compañía de sus eternos amigos de parranda, Jairo Morales y Rodelo, se bajaron a comprar varias garrafas de aguardiente, que para la ocasión estaban agotadas, por lo que optaron por la compra de una caja de “piponas”, era el mismo licor, pero en presentación de un litro por 12 botellas.
Con las provisiones de pasa bocas, gaseosas y aguardiente, emprendimos el viaje hacia la fiesta en mención.
Después de un tortuoso recorrido, debido al mal estado de la vía producto de la inclemencia del invierno, llegamos a la finca de nombre “la ponderosa”, entramos al corral principal y al estacionar el carro nos dimos cuenta que ya la madrina y sus acompañantes incluido el compadre, se encontraban en la mesa degustando de un rico “pastel de cerdo” (mezcla de arroz cocido con verduras y carne de cerdo, envuelto en hojas y cocinado al vapor), cuya cubierta de hojas de bijao se desparramaba en cada uno de los puestos, descendimos del vehículo y haciendo alarde del dicho “hijo de tigre sale pintao”, tomé una de las botellas y con un giro certero la despojé de la tapa, pero al no tener vasos para servir me dirigí a la casa en donde ya se encontraba el “19” abrazado por el compadre, al pasar por su lado con rumbo a la cocina en busca de un recipiente que pudiera utilizar para servir el trago, el campesino me arrebató la botella y sin mediar palabras, pues tenía la boca llena de pastel, se empinó la botella succionándole gran parte de su contenido, pero al bajarla y retirarla de su boca, el cristalino líquido fue tomando un color amarillento, luego se notó la precipitación de granos de arroz que llegaban hasta el fondo de la botella por efecto de la gravedad, recuerdo la mirada y el gesto que hicieron todos los bebedores, por lo que me apresuré a recibir la botella, taparla y esconderla debajo del cojín del carro para poder contar la anécdota y mostrar la evidencia de lo sucedido. Conseguí un pocillo tintero, saque otra botella y continuamos la parranda.
Ya caída la tarde, después de haber comido, bebido y bailado, todas las reservas etílicas se habían agotado, todos pensamos en la botella de aguardiente “apastelao”, lamentando la pérdida; pero enseguida Jairo Morales buscó una “totuma” y sacó el pañuelo de su bolsillo y me dijo “busca la botella que la voy a colar, por que esa nos la tomamos por que nos la tomamos, al fin y al cabo ya comimos pastel y todo eso se revuelve en el estómago”. Traje la botella de aguardiente “apastelao”, Jairo la vertió sobre el pañuelo que hacía las veces de colador, reteniendo el contenido sólido que invadía al preciado líquido, cuando finalizó el proceso de la separación de mezcla, Jairo retiró el pañuelo, lo sacudió a un lado regando en el suelo una gran cantidad de granos de arroz y pedazos de verdura que fueron devorados inmediatamente por las aves de corral que se encontraban en el patio, acto seguido comenzamos a servir el trago ingiriendo todo el contenido en cuestión de minutos al final coincidimos en que era el mejor aguardiente que habíamos tomado en todos los tiempos.
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