Me asomo otra vez a la ventana, siento frío, mucho frío y los cristales se empañan. Hoy es una noche de invierno muy oscura, sino fuese por las estrellas artificiales que inundan cada ciudad. Me fijo en aquel rincón, siempre está cubierto por la tenebrosidad, nunca es alcanzado por ningún rayo de luz y vuelvo a ver aquella sombra extraña que me visita en cada sueño, pero ahora es real, no estoy durmiendo... Me apresuro a salir de casa, ni siquiera cogí mi abrigo y mi cuerpo se estremece, las luces de la calle ahora parecen ser más tenues y esa sombra se me acerca poco a poco...
Entre las tinieblas que se formaron parece resurgir un hombre vestido de negro, su larga melena es echada hacia atrás por el viento, al mismo compás que también se lleva su abrigo de cuero negro. El hombre camina velozmente parece que quiere alcanzarme cuanto antes, de repente se para y se gira un poco, me muestra su espalda y veo unas enormes alas llenas de suaves y oscuras plumas, no puedo creer lo que tengo ante mí, ¿qué es?, ¿un ángel negro?, ¿un ángel caído?,... o quizás... ¿la muerte?
Sus ojos me siguen mirando fijamente, no dice nada y a medida que me acerco a él parece que el resto del mundo se desvanece, en su rostro tiene una sonrisa casi voraz. Voy adivinando más rasgos de ese ángel de azabache: su mirada es triste, tan triste como mi alma y esto me da fuerzas para seguir yendo hacia él, hasta que por fin cojo su mano y sin mediar palabra la acerca a sus labios, los más perfectos que nunca vi, me besa como si fuese un príncipe infernal y hubiese entrado en su reino cubierto en llamas.
Mi mirada sigue penetrándose en la suya, y noto como empieza a llorar mi corazón, sus alas me abrazan y siento un calor eterno, un dolor que resquebraja toda mi alma y todo mi ser y me conduce al final de mi vida. Cogida de su mano viví mis últimos minutos, pero me soltó y dejó que mis lágrimas se convirtieran en sangre y que sola me arrastrase hasta la muerte. |