Yo no sé si en otros pueblos o en otras razas sea igual, pero definitivamente en México tenemos un montón de dichos y expresiones que son muy pintorescas y que “adornan” nuestro lenguaje cotidiano con el tradicional ingenio que justamente se nos atribuye a los que nacimos en este bello país.
Cuando ponemos a alguien en apuros es común que le digamos que lo “agarramos en curva” porque cuando vamos manejando en carretera al tomar una curva necesitamos poner toda nuestra atención en el manejo y entonces tendemos a desatender lo demás. Decir que a alguien lo “agarramos en curva” es como decir que lo agarramos desprevenido.
Cuando están a punto de iniciar el vuelo las aves empiezan por ahuecar las alas y por esa razón cuando queremos que alguien se “vaya volando” a dar lata a otra parte le decimos que “ahueque el ala”, que es igual que decirle que se esfume. Que desaparezca, que se vaya “con su música o sus pulgas a otra parte”.
“Amarrarse la tripa” es lo que nos vemos obligados a hacer cuando la comida o sea el “pipirín” o la “tragazón” está muy cara y no hay con que comprarla. Entonces hay que “amarrarse la tripa” que es como decir que hay que aguantarse el hambre y comer “como un pajarito”. En cambio “amarrarse los pantalones” —o “los calzones” si queremos decirlo más folclóricamente— es agarrar valor para enfrentar una situación difícil y atacarla con coraje y decisión.
El acelerado ritmo de la vida moderna nos hace que andemos siempre “a las carreras” o sea “a la corre y corre” porque el tiempo no nos alcanza para hacer todas las tareas que nos exige este sistema de vida que nos ha tocado vivir. Una señora de esta época —por ejemplo— se levanta temprano, prepara la comida, viste y arregla a los niños, los lleva a la escuela, luego va al super, al banco, al gimnasio, a hacer unas vueltas para regresar a tiempo a la escuela por los chamacos, darles de comer, ayudarles con la tarea, llevarlos a sus clases especiales, hacerlos que se bañen, etc. ¡Uf, nada más de decirlo ya me cansé! Y conste que falta comentar que si su “viejo” —manera de llamar al esposo (o lo que tenga) en México— llega cariñoso en la noche “en la torre” a batallar con él.
Si a algún amigo le ha ido mal y anda sin dinero, sin trabajo y sin nadie a quien recurrir para pedir ayuda, decimos que “anda por la calle de la amargura” que nunca he sabido exactamente cuál es, pero que debe ser una calle horrible, mientras que a otro que le ha ido muy bien y se cree mucho, decimos que se le han “subido los humos” o sea “que ya se siente bordado a mano” y que ya ni se digna saludar a sus antiguos amigos y a sus parientes pobres.
A un amigo que “no tenía vela en el entierro” le atribuyeron un delito que no cometió, pero como no supo defenderse, “le cargaron el muertito” teniendo que sufrir esa injusticia y con el coraje que hizo “se le soltó el estómago” y anduvo varios días con el “córrele que te alcanza”, que es una forma populachera de llamarle a la diarrea.
Así como todas esas hay muchas otras expresiones que son muy descriptivas cuando las aplicamos a diversas situaciones, por ejemplo decimos que alguien se estaba “comiendo las uñas” para decir que estaba muy nervioso o temeroso, que otro se quedó “tragando camote” porque estaba confuso y pasmado ante una situación problemática y si hay algo que no resulta tan impresionante como hubiéramos esperado, podríamos decir “que no es cosa del otro mundo”. Así es como lo dice porque así es como se expresa el pueblo mexicano.
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