El arrendatario paga su alquiler puntualmente todos los meses. La dueña de las habitaciones es una anciana que apenas camina y que se apoya en un burrito con el canastillo lleno de basura. Se pasea cada noche arrastrando los pies y murmurando palabras ininteligibles. Para que atienda hay que hablarle fuerte y de cerca. Es bastante extraño que pueda oír los golpes en la puerta, pero, todos los fines de mes cuando el inquilino va a su habitación y golpea, al cabo de dos o tres minutos la vieja abre la cortina, lo mira con desconfianza y lo deja entrar.
El inquilino a veces se la encuentra en el pasillo, se acerca sigilosamente por atrás y la saluda gritándole un ¡buenas noches! -nunca se sabe si lleva puestos los aparatos en el oído, y cuando no los usa es una verdadera tapia-, entonces ella se espanta y el carrito tiembla. Esto le provoca cierto placer, pues la viejecita es sibilina y probablemente menos sorda de lo que se muestra. No se le escapan los números y, cuando le conviene, su memoria es infalible. Resulta casi imposible engañarla.
Cuando la sigue lentamente, o cuando espera que le haga la boleta, el inquilino recuerda a Raskolnikov, y le atacan unas ganas incontrolables de asesinarla. Existen tantas coincidencias que la situación llega a ser perturbadora: una anciana desvalida y avara que administra mucho dinero, su debilidad física y la simpleza de asestarle un golpe en la nuca, en fin, todo es tentador.“Y no sería difícil engañar a la policía con la coartada del ladrón foráneo”, piensa, “se dejan algunas pistas, se ajustan los horarios y se desvía la atención con finos distractores”.
“La señora Aliona es una mujer que se niega a reconocer su decrepitud", murmura a medianoche, desvelado. "Esta vieja insiste en respirar cuando su cuerpo le pide a gritos el descanso eterno. Hay que corregir ciertas cosas”.
En momentos que su lentitud y su supuesta sordera le colman, el inquilino busca nervioso algún objeto contundente para descargar su rabia. No se había topado con ninguno. Hasta hoy. Recuerda haber visto un extinguidor detrás de la puerta de la cocina, y antes de dormirse, ha marcado una página de su novela favorita. |