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TOROS, TOROS Y MAS TOROS EN SAHAGUN
Con el sol veraniego que desde lo más alto castigaba inclemente a la población; mitigando su efecto abrazador la fuerte brisa decembrina que se remolinaba en las polvorientas calles Sahagunenses; así iniciaba la última tarde de las festividades taurinas que se llevaban a cabo en Sahagún, con el imponente redondel formado por palcos de madera, construidos artesanalmente con su tradicional diseño de tres pisos.
El ambiente se tornaba tenso ya que la torada correspondiente al último día, pertenecía a Don Garibaldi Hoyos Anaya, prestante ganadero local, ganadería que se caracterizaba por la cría y levante de toros de lidia; los más temidos de la región por su bravura y fiereza, cuyas intimidantes fotografías se encontraban exhibidas en las vitrinas de un reconocido local comercial en la calle del comercio, en las que se destacaban las de los toros “el cara e queso”, “el picadillo”, “el jabao”, “el diablo”, “el bayo”, “el limosnero” y “el cuchilla”.
El desfile de aficionados recorría la larga calle que desde la Avenida el Hospital llegaba hasta la plaza del San Pedro, lugar en donde se erguía orgullosa la gran construcción de madera. En los alrededores de la plaza se podían observar los negocios informales de ventas de fritos, panochas, guarapo de panela con limón, algodón de azúcar, la instalación de las tradicionales “Llaneras” ofreciendo su carne asada y el rico sancocho de mondongo, las improvisadas mesas de azar, ventas de “chilenas”, “melcochas” y carritos de helados; debajo de los palcos se instalaban las cantinas, que con sus “aparatos” de sonido animaban a los clientes que se disponían a disfrutar de la tarde de toros consumiendo una botella de ron blanco o cervezas.
Cerca de la plaza también se vislumbraba un lote encerrado por láminas de zinc, en donde funcionaba la KZ “Matecaña”, un bailadero nómada que recorría todas las corralejas y fiestas en la región, presentando a los grupos vallenatos del momento, para esta ocasión anunciando el “cara a cara” entre Aníbal “Sensación” Velásquez Vs Alfredo Gutiérrez.
A las dos de la tarde, se escucha la explosión estrepitosa de la pólvora, anunciando el inicio de la jornada taurina; en el centro del ruedo se observa a un personaje conocido como “El polvorín”, el cuál enciende la mecha de una serie de tacos de pólvora llamados “recámaras”, amarrados y sostenidos entre sí por un largo cordón detonante que inicia la secuencia de explosiones. El ensordecedor estallido, acompañado de la gran cantidad de humo que emana del estruendo ocasionado, despierta el frenesí de los arriesgados fanáticos que se llenan de valor para exponer sus vidas enfrentando al astado. Casi que simultáneamente con el final de la pirotecnia, inician las bandas de músicos contratadas para la animación de los espectadores apostados en los palcos, entonando los porros más representativos de la región engalanando el ambiente y anunciando la salida del primer ejemplar, el cuál irrumpe desesperadamente al abrirse las puertas del “Torìn”. A su salida, el animal asustado y desesperado embiste sobre cualquier cosa que se le atraviese. Generalmente Don Garibaldi como todos los ganaderos, inicia su presentación con toros que pisan por primera vez la arena de una corraleja, quizás para dar confianza a los aficionados y a medida que va pasando el tiempo van liberando animales con experiencia, es decir “rejugados”, los cuales al haber vivido la misma situación en diferentes corralejas, se notan más pausados y selectivos; por lo general son los que ocasionan heridas y hasta la muerte a los aficionados incluso a caballos, toreros y banderilleros.
La torada resultó ser entretenida, las faenas elaboradas y arriesgadas de “manteros” y “capoteros” de gran renombre, como “el Kalimán”, “el loco Ramos” y “el indio Avilés”, quienes hacían delirar al público con cada quite, a lo que se sumaban los Banderilleros y Garrocheros.
El Kalimán, cuyo sobrenombre bien ganado por vestirse de blanco y llevar sobre su cabeza un Turbante, imitando al legendario héroe; hacía las delicias del público con una monumental faena, en donde existía poca vistosidad y elegancia en su toreo, pero si valentía y arrojo, propinaba una seguidilla de “mantazos” al “cara e queso”, un toro de mil batallas, apodo que se le atribuyó por el color blanco de su cara que resaltaba con el negro azabache del resto de su cuerpo. El Kalimán exigió de tal manera al animal, haciéndolo derrochar toda su energía para terminar fatigado y con la lengua afuera, hecho que aprovechó el osado torero para arrodillarse frente al astado y enseñarle su pecho en señal de victoria; la ovación del público no se hizo esperar, Don Garibaldi, quien se encontraba en el palco de la junta, construido exclusivamente para alojar a los organizadores, a los ganaderos que aportaban toros y a los ilustres invitados, hizo un ademán con su cabeza, indicándole al Kalimán que se acercara, acto seguido, dejó caer un rollo de billetes como premio al espectáculo ofrecido por el torero.
La función fue trascurriendo sin contratiempos, los vendedores que ofrecían sus artículos desde el interior de la plaza, surtían a los espectadores de productos como conos de helado, los cuales eran exhibidos en una paleta de madera que extendían hacia las tribunas con una larga vara que insertaban en el centro de la tableta; ofrecían también naranjas que pelaban con agilidad asombrosa, en fin pasaban todo tipo de golosinas, algodón de azúcar, papas fritas, melcochas, guarapo de panela servido en grandes vasos de vidrio embalados en una canasta de madera.
Dentro de la plaza también se observaba un colorido ambiente de jolgorio, personajes como “Catalino”, quien oficiaba como recolector de botellas; “El Yoyo”, disfrazado de mujer disfrutaba de las fiestas; “Florencio” que toreaba con una sombrilla entre otros arrestados que exponían sus vidas a cambio de una alta dosis de adrenalina y la satisfacción de que sus amigos lo tilden de valientes.
Uno a uno los toros fueron pasando por el redondel, algunos se encerraban por su propia voluntad, a otros los lazaba un fornido vaquero de raza negra, apodado “El Negro Rocha”, quién luego de tener enlazado al toro con un largo y pesado cáñamo, y al ver que no avanzaba hacia el encierro, lo tomaba por el rabo propinándole una torsión que obligaba al animal a dirigirse a las puertas del torín.
Hasta que le tocó el turno al “Diablo”, un toro media casta de color cetrino, con filosos cuernos direccionados en forma frontal, a quien le abrieron la puerta del chiquero y sorprendió porque no emprendió la veloz carrera que usualmente inician los toros cuando son liberados en el redondel, simplemente salió caminando sin apuros, mirando de un lado al otro como analizando la situación en la que se encontraba, lentamente recorrió algunos metros hasta posesionarse justo debajo del palco de la Junta, hecho que aprovechó Don Garibaldi para lanzar al aire un puñado de billetes de baja denominación que cayeron en forma de lluvia sobre el animal, en un radio no mayor a tres metros, nadie se arriesgaba a recoger los billetes, todos, incluso los toreros se refugiaban a orillas de la cerca; el “Diablo” permanecía impávido, a pesar de que le arrojaban proyectiles como piedras y botellas, solo se limitaba a rascar el suelo con sus pezuñas delanteras, agachando su cabeza y resoplando el polvo, sus ojos encendidos trataban de seleccionar y enfocar un objetivo, Todo era expectativa, en los palcos se escuchaban los comentarios; “ese toro es flojo”, “Cuidao que es rejugao”, “al que se le meta, se lo lleva” y cosas así. Don Garibaldi, fastidiado por la inactividad del animal, se levantó de su trono, agitando sus brazos se dirigió al grupo de banderilleros que se encontraban apostados a un lado de la plaza, ofreciendo una gruesa suma de dinero a quién le pusiera un par de palitroques al “Diablo”, seguidamente Ezequiel López, alias “El ojito”, curtido hombre de corralejas, señaló a su compañera sentimental Carmen Mendoza Cuello a quién transfirió todos sus conocimientos en el arte de las banderillas, la cual regresaba al ruedo después de haber recibido una cornada en su seno izquierdo durante las fiestas de Santo Domingo de Guzmán, en La Unión (Sucre); suceso que mereció la composición del porro “El arrancateta”, remoquete bien ganado por el toro protagonista del episodio. Carmen, quien se inició en el mundo de las corralejas con la venta de fritos, fue impulsada por su marido para probarse en tan peligrosa profesión, tal vez pensando que por su condición de mujer en tan arriesgado acto, le generaría ganancias que no alcanzaría con la venta de sus productos; sin embargo en su recorrido de fiesta en fiesta, siempre lleva su mesa de fritos y mientras se arriesga en la plaza la deja atendida por su hermosa hija, la que heredó su oficio de fritanguera.
Carmen, aceptando el reto y con el fin de que el ganadero elevara su propuesta económica; para aumentar el riesgo, se hizo acompañar por Benilda Guerrero, otra arrojada mujer que seguía sus pasos en tan difícil arte; Don Garibaldi aceptó y de inmediato Carmen y Benilda se dirigieron con paso firme para enfrentar a tan fiero y peligroso animal, acompañadas por “el ojito” y “el loco Ramos”, quienes con sus capotes llamarían la atención del toro hacia las banderilleras y estar prestos para realizar la labor de quite en caso de que algo salga mal y el toro embista a las mujeres.
Al encontrarse a una distancia de 10 metros, el par de suicidas se sentó en el césped, acortando la distancia entre ellas y el toro con movimientos sincronizados y sigilosos, valiéndose de sus glúteos y piernas, cada centímetro avanzado era calculado bajo la mirada atenta del “Diablo”, cuando alcanzaron a estar a una distancia de 4 metros se detuvieron, como de costumbre Carmen besó los clavos de sus banderillas y luego de echarse la bendición abrazó a su compañera de faena; el público solo callaba, expectante a la espera de presenciar un gran acto de valor o por el contrario un fatídico desenlace.
El “ojito” y el “loco Ramos”, se ubicaron a la espalda de las mujeres, agitando sus capotes para llamar la atención del toro; el “Diablo” escarbaba el suelo con más rapidez, como tomando impulso, hasta que al fin se decide a embestir al pequeño tumulto que llamaba su atención; en veloz y desenfrenada carrera, arremete contra las dos mujeres que previamente habían quedado solas ya que sus acompañantes al ver venir al fiero cuadrúpedo se dispersaron a lado y lado de la pareja.
El artiodáctilo mamífero al llegar al encuentro con sus contrincantes, en su veloz arremetida, inclina ligeramente su grueso y musculoso cuello, en busca de hacer contacto con la humanidad de las mujeres, exponiendo su morrillo a la vista de las banderilleras; ese era el instante preciso para actuar, saber aprovecharlo determinaba una cornada o el éxito de la ejecución. Todo fue rápido, en la confusión dejada por el polvo levantado por el astado, se pudo notar al vacuno dando saltos, sintiendo el dolor que le producían los cuatro rehiletes que de manera perfecta se erguían verticalmente clavados en el cerviguillo del bóvido, detrás a solo dos metros se levantaba Carmen, revolcada y golpeada por las pezuñas del animal, trataba de llegar a la orilla de la plaza, su compañera yacía inmóvil en la arena, sin sentido, todos pensaron lo peor, El Negro Rocha, de inmediato tiró su certero lazo, asegurando al cornúpeta mientras El “ojito” y el “loco Ramos”, rescataban a Benilda, sacándola a rastras del peligroso escenario. “Va muerta”, “la juggó”, “está Cogía”, “la Ripió”, eran las expresiones que se lanzaban en los palcos y en el redondel. Pero para bien de la afectada, solo recibió un fuerte golpe en la cabeza que le hizo perder el sentido momentáneamente, luego la vieron en los palcos en compañía de su combo de faena, pidiendo propina por la hazaña ejecutada.
La tarde fue cayendo, el largo carrusel de 40 toros ofrecidos por Don Garibaldi fue expirando, hasta que al abrir el torín por última vez sale “El Yoyo”, quién jocosamente imita a un toro, colocándose sus manos en la cabeza, simulando los cuernos con sus dedos extendidos, señal inequívoca de que finalizaba la jornada. Enseguida todas las cantinas, ubicadas debajo de los palcos, comenzaron a sacar sus sillas y mesas, ofreciéndolas al público que bajaría de los palcos a disfrutar del fandango mientras se inicia el baile en la KZ “la Matecaña”.



Texto agregado el 11-04-2013, y leído por 220 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
14-04-2013 Tienes pinceladas muy tuarinas. Tus letras son claras, directas y expresivas de la cotidianidad. Te felicito. umbrio
13-04-2013 ufff que nervios!!!******* pensamiento6
 
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