DEL SACRIFICIO A LA SANTIDAD
Las primeras luces del amanecer presagiaban el inicio de un hermoso crepúsculo matutino, sello inconfundible de la alborada sabanera; el rocío de la mañana se impregnaba sobre el tapete verde que se tiende sobre la superficie de tierra, liberando el olor de la naturaleza. El cantar de los Gallos y el mugir del ganado, divulgaban el inicio de un nuevo día de labores en el campo; Buenaventura Tenorio, como toda mujer campesina de nuestra región, enfrentaba su lucha diaria para sacar adelante su hogar, más aún con todas las vicisitudes y tribulaciones heredadas por su viudez. Su contextura delgada y su aspecto esmirriado, no eran impedimento para ejecutar sus quehaceres diarios que iban desde el aprovisionamiento de agua, la cuál debía arrear a lomo de burro desde un pozo situado a más de un kilometro de distancia, la preparación de alimentos para sus niños, cuatro en total, con edades de cuatro, siete, nueve y doce años; sumándose la elaboración de bollos de plátano, yuca y maíz, y la recolección de frutas como guayaba agria, naranja, maracuyá, guanábana y tamarindo; productos que vendía todos los días trasladándose en su burro desde Catalina, caserío ubicado a 10 Km del casco urbano, hasta llegar a Sahagún.
En su cocina, Buenaventura contaba con una hornilla, apostada sobre una troja de madera; el artesanal brasero fabricado por tres alcores de barro conformando un triangulo imaginario, era surtido en cada uno de sus lados por astillas de leña, combustible que se consumía para cocinar la yuca el maíz y el plátano; materia prima para la elaboración de los bollos que posteriormente comercializaría.
La rutinaria labor culinaria de buenaventura iniciaba a las 4:00 de la madrugada hasta las 8:00 de la mañana cuando salía montada en su Jumento, rumbo a Sahagún.
El viejo borrico es dotado con un aparejo o “angarilla”, sillón artesanal elaborado en madera recubierto y acolchonado con una estera de palma; por dentro para evitar el maltrato en el lomo del animal y por fuera para brindar comodidad al jinete; asegurado por una cinta gruesa de cuero de nombre “ristranca” que se amarra desde un extremo del sillón, pasando por debajo del animal hasta ser atado en el otro extremo tomando la horma del vientre del onagro. A cada lado del sillón, se sujeta una gran alforja elaborada en cuero disecado de res en forma de un inmenso y resistente recipiente, comúnmente llamados “jolones”, en los cuales se embalan organizadamente los productos que Buenaventura trasportaría para su comercialización en Sahagún; al lado derecho los bollos y al lado izquierdo las frutas.
Resistiendo la fuerte migraña que la aqueja y luego de acicalarse un poco, deja claras instrucciones a su hija mayor. Buenaventura aborda su transporte en busca de la supervivencia, mientras se acomoda levanta su mano despidiéndose de sus hijos elevando una plegaria a Dios y dándoles la bendición con la señal de la cruz.
Inicia su rutinario viaje, para impulsar la marcha del animal se vale de un “garabato” con el que hurga el anca del rucio, éste, sintiendo la molesta y dolorosa orden, con un pausado compás comienza a devorar la distancia que los separa del lugar de destino. Buenaventura, sentada como de costumbre, con sus piernas cruzadas y arropadas por un largo faldón negro formando una horqueta a la altura de los tobillos sobre el cuello del burro, con sincronizados movimientos entre su cuerpo y cada paso que daba el perisodáctilo mamífero; dirigía su mirada hacia el horizonte, meditando sobre el futuro de sus hijos, tratando de desenmarañar su destino incierto, sus reflexiones eran interrumpidas ocasionalmente por los escasos viajeros que se encontraba en el camino, a los cuales saludaba de forma efusiva.
Normalmente Buenaventura Tenorio, recorría el trayecto en 40 minutos, divisando la entrada al pueblo entre 9:00 y 9:10 am, visitando a sus clientes que ansiosamente la esperaban, pues sus productos eran de gran aceptación por la calidad, sabor y frescura; el dinero producido por sus ventas, Buenaventura lo invertía en un pequeño mercado y comprando la materia prima para sus bollos, a las 11:00 a.m, retomaba el camino de regreso, desesperada por llevar las viandas para el almuerzo de sus hijos, nuevamente abandonaba al pueblo con rumbo a su pequeña parcela.
El sol inclemente del medio día, castigaba la humanidad de la valerosa mujer, protegiendo su cabeza con un viejo sombrero, el cual rellenaba con hojas de “matarratón” para lograr una sensación de frescura tratando de mitigar la fuerte cefalea que padecía; el dolor de cabeza intenso y recurrente además le producía nauseas y fotofobia, resignada y acostumbrada a su enfermedad, Buenaventura luchaba por sus hijos, tenía la esperanza de que Dios le diera vida y salud para sacarlos adelante.
De tanto ir y venir, el burro ya sabía el camino, tomaba la larga y polvorienta recta del sendero a la vereda, fue entonces cuando al haber alcanzado cerca de dos kmts de viaje, las fuerzas abandonaron a la desdichada mujer, quién al caer trató de sostenerse con el cerdamen que constituía la crin del animal, pero el esfuerzo fue en vano, su humanidad se desplomó pesadamente a la orilla del camino, en donde quedó tendida, inerte y desamparada al lado de su noble animal. Luego el cuerpo fue avistado por unos campesinos que pasaban por el lugar, quienes la reconocieron y dieron aviso a las autoridades respectivas que hicieron el levantamiento del cadáver.
El lamentable hecho, llenó de consternación a la región, todos sentían profunda pena por la muerte de Buenaventura y por la suerte de sus hijos.
Pasadas dos semanas de la trágica muerte de Buenaventura Tenorio, aún persistía el dolor y la tristeza por tan desafortunado hecho, las personas que transitaban por el camino se persignaban cada vez que pasaban por el lugar del suceso, el cuál fue señalado con una cruz de madera.
Una tarde, la señora Julia Fernández al toparse con la cruz en el camino, decidió inclinarse de rodillas y rezar una oración, luego elevando una plegaria, cuya súplica decía. “Buenaventura Tenorio, tú que luchaste por tus hijos, que siempre velaste por ellos, ayúdame a criar los míos, ilumíname y ayudame a conseguir trabajo para poder alimentarlos”, acto seguido se persigna, se levanta y sigue su camino rumbo a Sahagún, la mujer al momento de entrar al pueblo, fue abordada por la esposa de un prestante ganadero y político de la región, quién le preguntó. – “oye Julia, ¿Quieres Trabajar?”, ofreciéndole empleo para realizar labores domésticas en su casa, a lo que la incauta mujer respondió con un ligero movimiento de cabeza en señal de afirmación, “vamos pues”, le dijo la Doña, que de inmediato le abrió la puerta de su campero para trasladarla hasta la gran casa en donde se enlistó como empleada. La señora Julia Fernández, atribuyó su fortuna a un milagro de Buenaventura Tenorio, la noticia causó revuelo y muy pronto la romería no se hizo esperar, personas llegaban hasta el improvisado altar a solicitar la intervención divina por parte de la difunta para obtener buenos resultados en las cosechas, en el colegio, conseguir marido, ganar apuestas, sanar enfermos y todo lo que un ser humano puede pedir para su bienestar; muchas de las solicitudes fueron cumplidas, por lo que la devoción aumentaba cada día; luego el Señor Salomón Nader, quién según él, también se benefició de los milagros de Buenaventura, decidió construirle una pequeña capilla, que ha inmortalizado la creencia en los milagros de Buenaventura Tenorio a los que todos conocen actualmente como “El Anima Del Camino”.
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