Eran días cotidianos los que nos habitaban, días acostumbrados que no exigían mucho de nosotros y nosotros de ellos, las horas transcurrían y no hacíamos nada por evitar esto, veíamos como cambiaban los tonos desde que salía el sol hasta que todos dormían con la luna entre sus brazos, era como jugarnos en ropa interior por la casa un domingo en el que no se espera visita. Salí al tendedero y vi unas pantaletitas rosadas que guindaban desenfadadas y sujetadas por un gancho de madera desgastado por tanto sol o tanta lluvia, o tanto de los dos; se revoloteaba como mariposa en el viento mientras la luz se colaba por un hoyito que se reflejaba perfectamente en el suelo, pase por la cocina husmeé un rato algunas ollas y cogí uno que otro arroz que descansaba en el suelo, mire a los lados y lo engullí... tu dormitabas en la terraza te paseabas por sobre una revista de puntas dobladas y con imágenes de la princesa de Mónaco, las que llamaría mi buen amigo Joga, revistas de peluquería.
Sonaban algunos tacones de las vecinas del piso de arriba - las señoritas Merchán - dos hermanas, no sabría decir cual era sencillamente más hermosa, y digo sencillamente, ya que no eran mujeres exuberantes, tenían buena talla, ojos café, cabellos ondulados y oscuros, un tanto mal cuidados pero atractivos, al menos para mi y lo más interesante de todo, su voz, a veces cuando las oía en los pasillos me acercaba hasta la puerta y cerraba los ojos soñando con que un día un de ellas me persuadieran y desearan tomarme en sus brazos. El sonido de sus zapatos anunciaban las seis, hora en la que salían a verse con sus compañeros, no sé si de vida, pero compañeros al fin... el día seguía muriendo y nosotros con él, ya habías olvidado la revista afuera y estabas a los pies del sofá, el calor menguaba mientras que el sol se ocultaba, pensaba esto de tener tanto pelo no está muy de moda ya por estos días... hasta q por fin se oculta el sol y terminamos como perros acicalándonos y oliendo nuestros propios traseros. |