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Spencer creó un alma. No pregunte nadie como lo hizo, ya que es sabido que todos los científicos son muy celosos con sus invenciones.
Y allí, coloreada con añil, dentro de una cápsula de vidrio, permanecía esa materia inconsistente, casi invisible e ingrávida –eso de que el alma pesa es una soberana mentira y lo acababa de confirmar nuestro científico. Ahora bien, su creación estaba allí, entre algodones y el tema era saber cómo diablos se podría utilizar. Existen muchos desalmados en este mundo y eso está fuera de toda discusión. Aun así, aquellos tipejos poseen un muñón informe dentro de su cuerpo, acaso herencia de algún ser carroñero, de un escualo o de la más malvada de las hienas. Por lo tanto, tachemos a esas alimañas que poseen un harapo de alma flameando entre sus vísceras.
Pensó Spencer que sería una buena idea aguardar en las salas de aquellos que estaban a punto de morir y cuando ello ocurriera - ya que se cree que el alma de los finados escapa con viento fresco de los cuerpos aún tibios- insertarles su invento, fresco y flamante, para lograr una hipotética resurrección. Lo intentó en diversas ocasiones pero su idea no tuvo éxito alguno, ya que los finados, finados quedaban para toda la eternidad y el alma creada rechazaba ingresar en aquello que comenzaba a descomponerse.
Entonces, Spencer se dio cuenta que había inventado todo al revés, ya que requería de un cuerpo virginal para insertarle esa alma escurridiza que no era compatible con ningún cristiano.
Por lo tanto, nuestro científico, experimentando con diversos elementos químicos en su enorme laboratorio, dio por fin con la clave para crear un organismo. Aquello no fue clonación ni resurrección de difunto alguno, sino el producto de un trabajo intenso que a la larga dio sus frutos. Como Spencer no intentaba desafiar las leyes divinas, se persignó y oró durante horas antes de que el cuerpo aquel se formara. No podríamos precisar si el espécimen aquel tenía ya su alma, pero al primer berrido, el científico le insertó, al parecer con éxito, esa alma que necesitaba manifestarse.
Grande fue la alegría del científico, ser solitario y huraño, imbuido en sus fundamentales experimentos, cuando el ser aquel, en rigor, una mujer joven, nacida entre retortas, matraces y tubos de ensayo, se sentó en la camilla y comenzó a contemplar el entorno.
Habría sido pretencioso de su parte, bautizar a su creatura con el nombre de Eva. Pretencioso y un poquitín irreverente. Por lo que, Spencer le puso por nombre el de su difunta madre: Eduvigis.
La mujer, bellísima, ya que Spencer la creó con todo el cariño con el que habría procreado a un hijo, sonreía con mucha sensualidad, lo que desacomodaba un tanto al científico, que no quería incurrir en la pecaminosa situación de enamorarse de su creación, si bien es cierto que en términos de perfección, su obra parecía carecer de defectos.
-Papá, tú te lo llevas ocupado en tus quehaceres y nunca me tomas en cuenta- reclamaba Eduvigis. Spencer, enternecido, se aproximaba a su creación y le brindaba cariño paternal, pese a que en apariencia, parecían de la misma edad. El tema es que el científico no podía enviar a la mujer a la sociedad, ya que Eduvigis carecía de experiencia y su forma de ser, tan desprovista de todo lo que necesita un ser humano para sobrevivir en este mundo.

Lamentablemente, los experimentos de Spencer carecían de estabilidad. De hecho, el alma se despegaba a menudo del cuerpo de la mujer y parecía querer escaparse por rumbos indefinidos. Luego regresaba y Eduvigis recuperaba su incipiente albedrío. Esa situación atormentaba a Spencer, ya que parecía que todo sería un rotundo fracaso.
-¡Dios!-clamaba el hombre- entrégame algo de tu sabiduría o bien calcínanos de una buena vez, ya que un científico como yo, no lo es en tanto sus creaciones sean tan falentes.
Como era de suponer, el alma abandonó el cuerpo de Eduvigis y nunca más regresó. La mujer quedó convertida en una estatua, sin sentimientos y sin nada que sustentara su existencia. Ante esa situación, Spencer trató de repetir su experimento, pero le fue imposible crear una nueva alma.
Desde entonces, el científico viaja por el mundo en busca de esa alma perdida, que puede estar radicada en cualquier persona, ¿y quién no dice que en usted, que lee esta descabellada historia?










Texto agregado el 10-04-2013, y leído por 363 visitantes. (6 votos)


Lectores Opinan
11-04-2013 Interesante, amigo GUIDOS. Hay "fantasía aparente," pero una profunda reflexión. Muy bueno. Dos abrazos, amigo Gui. Uno para el Uno y otro para el Dos. SOFIAMA
10-04-2013 Al menos Spencer se dio cuenta que había inventado todo al revés: a veces pienso que son muchas las cosas que están al revés. Ojala encuentre esa alma y nos aclare muchas cosas. Genio ***** shou
10-04-2013 Me ha gustado. Es una historia fantástica. Felicidades. elpinero
10-04-2013 Espero no ser yo, esa alma es aventurera y le da por abandonarte, interesante tu historia. Carmen-Valdes
10-04-2013 mmm... dejame investigo hermano... NO!!!, busca en otro lado Gui Frankestein... ji ji ji Un abrazo amigooo!!! Cinco aullidos yar
10-04-2013 Complejo y atrevido su experimento. Al final nos involucra e inquieta a todos por igual. Y muy buena tu narración acompañándolo. HGiordan
 
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