Un ser especial apareció de la nada, un ángel que abrió sus alas, para enseñarme a volar, me vio con su poder divino en un profundo y espeso mar de sombras sin luz, yo era invisible, pero me hizo real, me hizo sentir, me hizo soñar.
Cuando le vi por primera vez a los ojos, pude observar que su limpia mirada transmitía dulzura, transparencia, inocencia y buenas intenciones. Era tan angelical que cuando me toco la mano, mi piel se erizó, una suave y sutil caricia, hizo que mi sangre corriera con gran velocidad, que mi corazón palpitara con gran intensidad.
Anhelaba su compañía, no quise ilusionarme porque sabía que pronto partiría, sin embargo disfruté de cada segundo. Pasaron los días y llegó el momento de su partida, en ese instante tuve las fuerzas de mirarle a los ojos y pensar que tal vez ya nunca volvería junto a mí, sentía mucha nostalgia pero no se la demostré, simplemente porque quería que sus recuerdos sobre mí fueran solo gesticulaciones y actos de agrado y felicidad, así como cada instante que estuvo junto a mí.
Pasaron años de confusión, de expectativas, de preguntas sin respuestas, que vagaban en el aire, en el tiempo, tal vez en la ignorancia. Repentinamente y sin esperar ese momento que daba por perdido, volvió aparecer de la nada como aquel día, fue un periodo de inmensa alegría, sentía el corazón enorme, era algo que no creía.
No quiero que vuelva a desaparecer, quisiera verle y decirle, que ha sido un regalo, un sueño mágico, pero real en mi vida. Se construyó un pacto el cual continúa intacto en la mitad de mi corazón, ya que su otra mitad decidió irse sin aviso alguno, pero quedan recuerdos imborrables de este sentimiento inexplicable que nadie ha podido superar.