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Cap. 28 Peligro Latente…

Después de tres meses de reclusión, Jean Pierre abandonó el Castillo de Armagnac y regresó a París. Fue recibido con mucho entusiasmo en la corte, y como de costumbre, en breve tenía más invitaciones de las que podía aceptar, y en las presentes circunstancias más de las que le interesaban. Su mente solo estaba ocupada en una cosa, Sophie Saint-Claire.

Aun después de todo lo sucedido, de su ira al enterarse del próximo enlace matrimonial, y una vez que se hubo calmado, comenzó a trazar nuevos planes, porque aquella mujer era suya y ningún desgraciado iba a impedirlo.

André estaba preocupado, se acercaba la boda de Sophie Saint-Claire y aunque había intentado por todos los medios que Jean Pierre abandonase Francia y no estuviese presente en esa fecha, él se había negado tercamente, por lo que André estaba seguro que intentaría alguna necedad.

André no tenía amigos en realidad, pero a su modo y por motivos conocidos solo por él, se interesaba por Jean Pierre, pero sabía y reconocía que aparte de ser más bien poco hábil para aquella clase de cosas, al ser tan volátil se metía en toda clase de líos de los que solo el peso de sus apellidos lo habían protegido, o su rápida y eficaz intervención.

Cuando Jean Pierre había comenzado a perseguir a Sophie Saint-Claire, André había visto el asunto con diversión, porque siendo quien era resultaba sumamente extraño que tuviese tantos problemas para conseguir la atención de una mujer. El asunto luego se volvió una obsesión y comenzó a fastidiar a André, porque Jean Pierre no hablaba de otra cosa y se volvió sumamente monótono. Sin embargo, con la aparición en escena de los súbditos ingleses las cosas habían comenzado a complicarse. A André le tomó muy poco tiempo darse cuenta que Sophie Saint-Claire estaba enamorada de Arlingthon y éste de ella, lo que incomodaba a André era la presencia de un tercer sujeto, Danworth.

Si bien es cierto que Kendall Arlingthon era completamente inofensivo, no sucedía lo mismo con el otro. Era poco lo que André había podido averiguar de Dylan Danworth, pero el instinto y el tiempo que llevaba apartando de su camino a molestos individuos, le advirtieron que era peligroso. Lo que no tenía muy claro era el papel que desempeñaba en la vida de la codiciada señorita Saint-Claire, hasta que tuvo oportunidad de estar cerca de él, y se dio cuenta que aquel infeliz también estaba enamorado de la mencionada señorita. No obstante, le sugirió a Jean Pierre esperar a que la criatura contrajera matrimonio, y luego él mismo se ocuparía de conseguírsela sin mayores contratiempos, pero la acción del Duque lo tomó por sorpresa y fue esto lo que lo alarmó. Jean Pierre se había enamorado como un imbécil de aquella niña, lo que lo colocaba en el camino más directo a perder la cabeza, como de hecho sucedió.

Cuando André se enteró de la enormidad del error cometido por su amigo, se reprochó a sí mismo el haber descuidado el asunto. Él sabía mejor que nadie que Jean Pierre era inestable, y no era una simple expresión, realmente algo no funcionaba correctamente en su mente porque cuando se enfurecía, literalmente perdía la razón. Los Armagnac tenían un rasgo distintivo de locura del que nadie hablaba, pero que todos conocían. André había sido testigo de cómo había matado a golpes a un sujeto que había tenido la desgracia de molestarlo en exceso, de modo que en su opinión, la tan mencionada señorita había tenido una suerte extraordinaria.

Pero a pesar de todo lo sucedido, ahora estaban en una difícil situación, se acercaba la boda y el precario equilibrio mental de Jean Pierre peligraba. En condiciones normales, habiendo dado su palabra y siendo un caballero, no habría faltado a ella, pero con sus antecedentes mentales cualquier cosa se podía esperar, y eso había quedado más que demostrado con el secuestro de la chica. Lo que lo hizo pensar nuevamente en Dylan Danworth.

Originalmente había pensado que si hubiese sido él quien planificara y ejecutara aquella locura, lo primero que habría hecho sería sacarla de Francia, algo que obviamente a Jean Pierre no se le ocurrió, pero esto le dio ocasión a André de enterarse que Danworth tenía no solo poder sino los medios para ejercerlo. Sabía que del otro lado del Canal, ese apellido era sumamente temido, y había comprobado que de este lado había un sólido muro de silencio alrededor del mismo. De manera que fuese lo que fuere lo que ideara para fastidiar los planes de Arlingthon y satisfacer el capricho de su amigo, aunque seguía pensando que no valía la pena, debía tener muy en cuenta a aquel sujeto. Él había empeñado su palabra al anterior Duque en el sentido de que velaría por el bienestar de su hijo, y tenía sus propios intereses para hacer aquello, pero a pesar de todo ello, le tenía mucho más aprecio a su propia cabeza de modo que debía tener cuidado.

Por otra parte el poco juicioso Duque de Armagnac, en quien André no podía ejercer una vigilancia de veinticuatro horas, había estado a solo un paso de perder de nuevo su orgullosa e inestable cabeza. Siendo que había dado su palabra de no acercarse a Sophie, había decidido apartar de su camino al molesto inglés. Ya que en su desquiciada cabeza, subsistía la idea de que quitando del medio al futuro marido, encontraría la forma de adueñarse finalmente de la chica. El asunto es que una tarde, cuando intentó acercarse de manera subrepticia al Duque de Arlingthon, y aunque en esa oportunidad su intención no era otra que fastidiarlo, de pronto se vio sujetado por un par de fuertes brazos y arrastrado sin ceremonias al interior de un carruaje.
Una vez dentro, vio a tres individuos cuyo aspecto advertía a gritos su condición, y más allá de eso, su peligrosidad.

- Si le tiene algún aprecio a su cabeza señor, le recomiendo no acercarse al Duque ni a su prometida, o pronto estará haciendo compañía a su padre -- le dijo uno de los hombres

Por supuesto él no iba a rebajarse a discutir con unos individuos que a todas luces, no solo eran de condición inferior, sino unos criminales.

- En esta ocasión hemos sido amables, pero si hay una próxima, no será así -- le advirtió, después de lo cual lo dejaron marchar


A Jean Pierre le quedaron claras dos cosas. Que tanto Sophie como el desdichado inglés, estaban siendo vigilados, y que tendría que buscar otra alternativa, pero de ningún modo pensaba renunciar.



Jean Pierre y André regresaban de su habitual paseo matutino cuando le anunciaron la presencia del señor Chelles, el encargado de los asuntos legales del Duque.

- ¿Qué quiere Chelles? -- preguntó el Duque sin ningún entusiasmo y menos cortesía aún

- Lamento molestarlo pero es hay algo que es necesario que atienda lo antes posible señor

- ¿Qué? -- preguntó con sequedad


El individuo estaba visiblemente incomodo, lo que consiguió molestar aún más a Jean Pierre.

- Se trata de un asunto relacionado con la señorita Lassus -- dijo el hombre

Jean Pierre no podía estar más molesto. Había dado por finalizada su relación con Fedra hacía ya muchos meses, de manera que la mención de la cortesana no le hacía ninguna gracia.

- Chelles -- dijo en tono peligroso -- ¿Por qué habría de interesarme nada relacionado con esa mujer?

- La señorita está muy enferma señor…

- Pues peor para ella

- … e insiste en verlo -- finalizó

- Escuche imbécil, no le pago para que vaya por ahí haciendo de mensajero de mis antiguas amantes, así que déjeme en paz -- y comenzó a caminar hacia la puerta

- Señor, la señorita es madre de un niño que insiste en decir que es suyo

André no estaba viendo la cara de Jean Pierre, pero tampoco necesitaba hacerlo para saber que Chelles corría un grave peligro. De modo que se movió con celeridad y sujetó el brazo de su amigo. André conocía bien a Jean Pierre, de modo que aquel proceder automático quizá salvó la vida de Chelles, porque sin lugar a dudas sería quien pagase la ira del duque, aun sin razón para ello.

- ¡Largo de mi casa! -- le gritó al verse retenido por André -- Y si repite eso, dese por muerto

- El problema no es que yo lo repita señor -- dijo Chelles, que en opinión de André estaba siendo muy necio al desafiar de ese modo su suerte -- Pero creo que es conveniente que sepa usted que la señorita ha estado “hablando” con otras personas

André consideró varios cursos de acción, que incluían desde darle un golpe en la cabeza a Jean Pierre y mantenerlo “dormido” por un rato, hasta ahorcar él mismo a la desgraciada aquella. Pero sin importar ninguna otra cosa, lo primero era alejar a Jean Pierre de Chelles lo antes posible y así lo hizo. Le llevó relativamente poco tiempo tranquilizar al volátil duque, y una vez que estuvo seguro que ya no era una amenaza, volvió al Salón donde aun estaba Chelles a la espera de órdenes. Escuchó con detenimiento la relación de los hechos y luego de agradecer al hombre y decirle que se ocuparía de todo, lo dejó marchar.

Normalmente las cortesanas tomaban las precauciones debidas para evitar accidentes de aquella naturaleza. Ellas sabían que aquello podía costarles desde sus privilegios hasta sus cabezas, dependiendo del sujeto en cuestión. Y aunque en algunos casos, algunas habían tenido la habilidad suficiente para hechizar a sus amantes, hasta el punto de lograr que reconociesen a sus vástagos, eran extraordinariamente pocas, y éstos difícilmente podrían haber aspirado a nada más que a saber quién los había engendrado, pero en ningún caso a reclamar ningún derecho de sucesión. Había uno que otro caso, en los que el padre, por la falta de descendencia masculina, adoptaba al niño, pero era absoluta e irrevocablemente separado de la madre.

André Montreuil sin duda era considerado un excelente amigo porque había salvado a Jean Pierre de una buena cantidad de líos, pero en esta ocasión sus opciones eran pocas, porque según el informe de Chelles, Fedra había tenido la poco brillante idea de informar del asunto a otro cortesano, que para buena fortuna de Jean Pierre se había ido derecho a hablar con Chelles, y éste a su vez lo había hecho con la descocada aquella, pero no tenían la forma de saber si lo había dicho a alguien más, o de confiar en que no. También según Chelles, Fedra estaba muy enferma y pensaba que no le quedaba mucho tiempo de vida, lo que suprimía el problema de sacarla del camino si es que moría convenientemente a prisa, pero debían asegurarse de que lo hiciese sin poder hablar con nadie más.

Después de analizar cuidadosamente la situación, André tomó una decisión y actuó en consecuencia, fue él mismo a hablar con Fedra. Cuando ella lo vio se asustó mucho y él sonrió con malignidad.

- Algo tarde para estar asustada Fedra ¿no crees? -- dijo mientras se acercaba al lecho

- ¿Te envió él?

- Si así hubiese sido, tus expectativas serían mucho más funestas -- dijo sentándose tranquilamente en un sillón cercano -- Sin embargo, esta visita no es de mi especial agrado de modo que seré breve -- y después de mirarla el tiempo suficiente como para ponerla más nerviosa aun, se decidió a hablar -- Estás muriendo y eso no tiene remedio -- dijo con la mayor crueldad -- de modo que te sugiero ser honesta.

- No estoy muriendo -- dijo la chica -- el médico dijo…

- Probablemente quiso ser misericordioso, pero como yo no tengo por qué serlo, vamos a ahorrarnos el drama -- la interrumpió sin ninguna delicadeza -- ¿Ese niño es realmente hijo del Duque?

- Por supuesto

- Eso no me sirve ¿Hay algo que pueda “probar” que efectivamente es su hijo?

Aquello era prácticamente imposible y él lo sabía del mismo modo que lo sabía ella, aunque también sabía que él podría determinarlo con facilidad y solo la estaba mortificando por el puro y enfermizo placer de hacerlo.

- ¿Qué sucede si puedo probar que es su hijo?

- Pongámoslo así. Si el niño “no” es hijo de Jean Pierre y te has dedicado a contar mentiras, morirás, algo que va a ocurrir de cualquier manera, pero suponiendo que sobrevivas a la enfermedad, no me sobrevivirás a mí. En cuanto al niño, me aseguraré que sea entregado en adopción a algún desdichado matrimonio que lo desee, eso suponiendo que “nadie” más esté al tanto de esto y sabes que lo voy a averiguar. En el caso hipotético de que sea en verdad hijo de Jean Pierre, y suponiendo contra todo evento que sobrevivas, no volverás a verlo y nadie sabrá nunca que tuviste un hijo, y si tienes la mala idea de esparcir esa información, y suponiendo que te interese, le cortaré el cuello a tu hijo.

La mujer lo miraba horrorizada. Sabía, al igual que lo sabía todo París, que André Montreuil era no solo el hijo menor de Eugene Montreuil Marqués de Clermont y Conde de Bravante, sino que además era un peligroso sujeto que se había caracterizado por su extrema frialdad, pero más aún por la imposibilidad de que aun sabiendo que era el autor material de más de un asesinato, nadie pudiese probarlo. Se movía en las cortes como pez en el agua, las damas disfrutaban de su compañía tanto en los salones, como en sus camas, y no porque fuese especialmente apuesto, aunque tampoco era que no lo fuese, pero su posible atractivo, se veía desvirtuado por la fría sonrisa de sus labios, y la aun más fría mirada de sus azules ojos. Y en el caso de los caballeros, procuraban con ahínco no molestar a André, porque sabían que podían amanecer flotando en el Sena. No había tenido necesidad de buscar una esposa con la urgencia de descendencia, porque el título lo ostentaba su hermano mayor, de modo que a sus veintiséis años se había casado ya tres veces, y enviudado en igual cantidad de oportunidades, y aún la gente se preguntaba cómo era que las criaturas seguían deseando casarse con aquel peligroso sujeto.

Todo esto pasó a la velocidad de la luz por la mente de la desdichada Fedra, y supo sin lugar a dudas que el destino de su hijo estaba en manos de aquel psicópata, pero si tenía alguna esperanza de que el niño al menos sobreviviera, ésta radicaba en André.
Fedra lo había intentado todo para ganarse el favor de Jean Pierre, y este había sido el último y desesperado intento, pero luego de su precipitada partida a mediados de la temporada pasada, no había podido volver a verlo. Él había ignorado todas sus cartas y mensajes, de manera que se había retirado al campo hasta que nació el niño, y a raíz de su delicado estado de salud, había regresado a París con la intención de que Jean Pierre se hiciese cargo de su hijo. Sin embargo, cuando fue evidente que él no la escucharía, deslizó el comentario a alguien que sabía podría hacérselo saber, y aunque se preparó para hacer frente a su ira, ciertamente no lo hizo para enfrentarse a André. No obstante, y en vista de la situación, solo había una cosa por hacer y fue exactamente lo que hizo.

Una hora después de su llegada a la casa de Fedra, André miraba al niño y ciertamente no había ninguna duda de que era hijo de Jean Pierre. Aparte del mismo cabello cobrizo, los mismos ojos azul celeste, y el indiscutible parecido en los rasgos, había algo más. Todos los varones Armagnac tenían un defecto congénito, carecían de la falange distal del dedo meñique de la mano izquierda, y siendo que unido a todo lo anterior, el chico tenía la misma carencia, a nadie le quedaría ninguna duda.

- ¿Qué sucederá con él? -- preguntó Fedra

- Vivirá, lo demás no es asunto tuyo

- Es mi hijo…

- Lo fue hasta este momento, y te sugiero no olvidarlo o ya sabes las consecuencias -- dijo André poniéndose en marcha

- ¿Cómo sé que cumplirás tu palabra? -- le preguntó y el giró la cabeza dedicándole una de sus frías sonrisas

- Porque yo soy un caballero, y como ciertamente mi palabra tiene mucho más valor que la tuya, me mantendré informado de con “quién” hablas y de “qué” hablas, pero en todo caso, así como estoy dispuesto a cumplir mi palabra en un sentido también en el otro, y si hablas de más tanto tú como el chico dejarán de existir -- y a ella no le cabía ni la menor duda al respecto

André salió llevándose al niño y sin dejar que ella lo alzase por última vez. Aunque realmente ella no sentía un apego especial a la criatura, seguía siendo su madre y algo debía dolerle porque unas silenciosas lágrimas resbalaron por sus mejillas. Después de eso, no sobrevivió más allá de cuatro agonizantes meses, y aunque intentó hablar con Jean Pierre, ya que André no había mencionado que no pudiese hacerlo, él nunca se presentó.

André se llevó al niño a sus propiedades en Normandía, y una vez que hizo todos los arreglos para su cuidado, regresó a París. De momento consideró innecesario que su amigo se enterase de nada, y aunque esperaba que el necio de Jean Pierre lograse olvidarse de Sophie Saint-Claire, contrajese nupcias con alguna joven igualmente adecuada y tuviese la descendencia esperada, en caso de que no fuese así, ya él tenía una carta bajo la manga, que podría serle muy útil en el futuro. Pero ahora, debía dedicarse a fastidiarle la boda al estirado Lord Arlingthon.




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Texto agregado el 09-04-2013, y leído por 98 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
13-09-2013 Este tipo de perros guardianes siempre han existido, actúan desde las sombras y son nefastos. Lo describes muy bien, Como siempre felipeargenti
 
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