El tic tac de un reloj blanco a pilas. El cansancio de mis ojos gritan que duerma un poco. Las notas de una radio a lo lejos mueven el mar de mis pensamientos. El silencio precioso de una noche más. Mis manos que no cesan de lacrar en letras lo imposible de contar.
Hubo tiempos en que soñaban con mujeres. Luego llegaron los cuentos vivos que recogía en los libros. Más adelante lo real se hizo muy pesado. Y los sueños besaron la magia de la vida.
Bajo aquella pintura de entre letras, escribo un poco más acerca de la verdad. La mía. Aquella que moja mi existencia, ola tras ola.
¿Debería importar mi edad, mi sexo, mi pasión? Mi verdad es sencilla. Trata de un niño de no más de cinco años. Buscaba lo eterno, lo inasible. En sus brazos escondía un amor infinito. Y bajo su alma flotaba un dios especial. Quien le hubiera conocido, le contaba mentiras disfrazadas de verdad o al revés. ¿Qué brilla tras la oscuridad y el temor? ¿Qué es bueno para mí y para un mundo hambriento de plenitud?
Miro los libros ya leídos y siento que me esperan, me miran con pasión y gran curiosidad, preguntándose si me puedo encontrar en mí mismo. Quieren contarme historias. Quieren decir lo inexpresable. Tan solo esperan dejar su perfume y sus recuerdos en mi ser. Islas en medio de mares de temores y anhelos. Seres que sonríen porque sí y porque siempre fue así.
No ceso de respirar y en ello encuentro mi paz. Debo ser un dios muy pequeño y especial. De esos que escribo cuando miento o digo la verdad.