Se lo dijo con todas sus letras pero dichas así con este silbateo atolondrado, tan propiamente chileno y con aire de primer insulto, salivado y de a golpecitos de voz: “cu-lia-o”.
(Y no fue el “lococuliao” que le dice con dulzura al mejor amigo, ése que la ve por la casa con los pechos al aire, esas lunas llenas que podrían alimentar a una villa entera de chiquillos, cortar todos los cafés que sirven en Starbuck, si en vez de leche pasteurizada y en tetrapack se usara la leche de yegua brava. Amamántalo. Ofrécele el pecho y abrázalo: que el tipo se quede prendido al olor que se percibe cuando acercas tu cuerpo para cubrir las imperfecciones del día, para amortizar las deudas de una vida que se traza a carboncillo).
Insulto que tiene como referencia a hombrecitos de papel de diario recortados como guirnaldas, tomados de la mano; insulto que tiene ambiente de prostíbulo mal iluminado, de callejones y de perros con las patas chuecas, perros choros que no bajan las orejas, Matapacos, negros de desprendida sinvergüenzura que en Santiago centro se enfrentan a la represión y son parte de la esperanza. Ese insulto que habla de anos fisurados, de violaciones carcelarias, o de calzoncillos color carpa gitana arriados en rendición alegre, que remite también al secretismo de las mujeres que como ella prefieren la doma violenta, la antiseducción de los potros, la rienda tirante, la grupa ceñida y la espuela de plata clavada, las gotas de sudor que caen por las vertebras y que recoge el jinete con la lengua como una serpentina en espiral.
Insulto de vidrio molido. Pan con moho. Tristeza. Permanente hipocondría.

AMOR CULIAO!