Algo que pasó, uno cuenta algo que pasó.
No es que sugiera que un escritor escribe por sí mismo. Cada vez que uno cuenta algo, algo se cuela entre nuestras manos, nuestras siquis, nuestra alma. Seremos nosotros mismos que escribimos, o tal vez cierto sujeto que habita en nosotros y ambiciosamente desentendido de toda presencia humana nos atrapa.
A propósito ¿tendré alma?
Quizás ya no. Intento cargar con ella todo el tiempo, es un despropósito tener alma y conciencia.
Son dos cosas totalmente distintas, una es inmaterial, la otra tangible.
Una obedece. La otra desobedece. Una es humana, la otra contiene sustancias divinas.
Pero he descubierto que ya no puedo cargar con ella.
Puedo cargar con mochilas, con mi conciencia hecha pedazos, pero ya no con mi alma.
No puedo, he decidido que ya no quiero. Qué boludez la frase querer es poder.
Yo siempre quise y no pude. Y aquí estoy tratando de entender una vez más que poder tiene no poder. Y que poder tiene ya no querer.
Después de todo con cuál de ellas no puedo cargar, bueno eso es tramposo porque si no puedes con una no puedes con la otra.
No es la inundación sufrida durante el lunes, ni tampoco la muerte de Lolita, atropellada por un automovilista fugaz y furioso la noche anterior. Ni siquiera mi falta de dinero, hace tiempo. Mientras trataba de vender en la plaza de San Isidro, mis dulces y panes artesanales, y todos estaban satisfechos, ni siquiera la pérdida o hurto (sospecho durante mi pequeña sonrisa al distraerme con un mimo que hacía sus monerías, en el improvisado teatro callejero) de mis tarjetas de crédito y debito, además de los documentos y para variar mi SUBE (tramposamente llamado Sistema utópico de boludas esperanzadas)
Ya el nombre me da escalofríos, “subir” ¡Sube! ¿a dónde?
-Al transporte de colectivos,
-a una clase social que ya no poseo,
-a una vida más liviana y llevadera.
¿A dónde debería subir? ¿al bus del cielo?, que te alimenta de misericordias y pasajes aéreos a la eternidad y la paz más grandiosas.
Como ya les dije, discúlpenme no hablo por mí, sino a través de mi alma que poco a poco va perdiendo conciencia. O tal vez sea mi conciencia que poco a poco se quedó sin alma.
Pero ustedes tienen suerte porque ni siquiera, mi querida vecina se apiadó y con una simple palanquita me sacó el internet, así que ni dispongo de Guaifai, ni esas pelotudeces que a uno lo conectan con el mundo exterior. Y se salvarán, una vez más. Por no leer mis textos.