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(Primer Extracto) Solo ante vuestra merced puede su atento servidor otorgarse la audacia de confesar atribulaciones que aturden tanto o más que el monótono bramido de las olas en ese infinito cuerpo de agua que rodea mis decadentes dominios, del modo artero en que procede una jauría de hienas al abordar una presa herida; o un coto de bandoleros al sitiar una cabaña de madera putrefacta, con la proverbial paciencia de quien nada en la vida espera.

Sabrán los años de amistad perdonar si en estas líneas, lejos de encontrar una diáfana exposición de ideas y argumentos, solo reciba espasmos ininteligibles cuya oscuridad contrasta con el cándido verdor de estas fútiles ínsulas perdidas en medio del Pacífico, indefectibles productos de una mente atormentada por la majestuosa soledad de mi gobernatura, ejercida en medio de alimañas, sabandijas y nativos de cretina docilidad, en este puñado de hectáreas atrofiadas por la espesura de una jungla inexpugnable

Como sabéis, he venido rechazando los relevos que tan graciosamente ofrecen enviar desde la metrópoli. Os debo precisar que mi decisión de mantener el statuo quo no obedece al celo en el dudoso disfrute de las atribuciones que conlleva un cargo tan infame. Tampoco me ha obnubilado la necedad de pretender una gloria casi póstuma por actos de estoicidad que no me atreví a emprender siquiera en mis años de juventud.

El grillete que me impide abandonar la gobernatura es el que nos coloca el simple transcurrir del tiempo. No pierda vuestra merced de vista que nuestra ruta habitual por el Oceano Indico ha devenido en impracticable desde que los corsarios británicos tomaron el cabo de Buena Esperanza y los portugueses -por excusable temor a tomar parte en pendencias y entuertos ajenos- han denegado el atraco de naves extranjeras en el puerto de Maputo. Aquestas desgraciadas circunstancias, obligarían a duplicar los tiempos en un viaje que de por sí resultaba extremadamente penoso, enfrentandonos a un océano cuya fiereza cinicamente contrasta con el malhadado nombre de Pacífico.

Mi tumba está cavada ya en estas tierras. Es una boca hambrienta que saliva por la proximidad del bocado. Solo abrigo la esperanza que el astro rey, que brilla con extraoridnaria insolencia en este trópico mortal, calcine mi osamenta con la blonda hebra de un rayo fugaz y certero.

Texto agregado el 07-04-2013, y leído por 111 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
07-04-2013 me agrado Un gusto macacay
 
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