Era el bollo de papel número cincuenta. Tachones, borrones y puteadas. “No sale” seguía diciendo. Repensó ideas, buscó verbos, nada. Con su último esfuerzo se levantó de la silla y volvió al mundo: ya eran las seis de la tarde. Salió al patio y prendió un cigarrillo; estaba harto de las quejas de Matías por el olor.
Pedro tenía que entregar el cuento en dos días y no tenía ni el título. “Una historia de amor, como si fuera tan fácil”. Decidió ir a caminar para despejarse un poco, y para variar terminó en la plaza que le gustaba. Buscó su banquito y se quedó a disfrutar de los naranjas en degradé del atardecer.
Y de repente, ella. En diagonal a su banco, pecosa, pelo largo y negro, ojos redondos y piel mostaza. En sus manos, un libro. “¿Qué lees? No. ¿Venís seguido? No, voy a parecer un tarado. Uy, me miró. No, mierda, viene para acá. Hacete el nabo, hacete el nabo..”
- Disculpame, ¿tenés hora?
- Eh, siete menos cuarto
- Ah, gracias.
Y se fue. “Soy un boludo” se dijo Pedro, y cuando oscureció del todo emprendió la vuelta a casa.
- Pedro, ¿sos vos? – gritó Matías cuando lo escuchó entrar
- Sí, sí
- Pasó una chica hace un rato, te dejó un papel, está ahí en la mesa
Casi desesperado, Pedro agarró la nota y leyó:
“Mañana te toca a vos preguntar la hora”
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