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Debo confesar que hace pocos días cometí un horrendo delito, tras el cual, pude ser castigado con la vindicta pública y las penas del infierno. Lo que agrava el hecho es que actué en despoblado, sin aparentes testigos, que de haber existido, no estaría contando todo esto. Ocurre que caminaba por una calle rumbo a mi hogar, cuando vi a un pequeñuelo de unos diez años que chuteaba lo que yo pensé que era una piedrecilla. Pensé para mis adentros que el rapazuelo quería jugar a la pelota y al no contar con una, se entretenía pateando el mencionado pedrusco.

Por lo tanto, me aproximé a él y le pregunté si quería que yo le comprara una pelota de plástico. El chico, quizás algo alertado por las noticias de depravados abusadores, me contestó con un evasivo no y allí me enteré que lo que chuteaba era un bolón de vidrio. Por lo mismo, le di una palmadita en la espalda y le sacudí con cariño su cabellera corta y morena y proseguí mi camino.

Unos pasos más adelante, recordé la encarnizada lapidación a la que fue sometido ese poeta mediático hace unas cuantas semanas por el sólo hecho de sentarse al lado de una impúber y aterrorizado, rogué al cielo que ninguna santa comadrona hubiese espiado mi accionar, porque sino, hoy sería pasto de las atizadas flamas de la inquisición…











Texto agregado el 07-04-2013, y leído por 238 visitantes. (5 votos)


Lectores Opinan
10-04-2013 Hay que tener cuidado hasta para hacer un favor. Muy interesante tu escrito. elpinero
07-04-2013 Amigo, sí. A eso hemos llegado. Gran reflexión. Un abrazo. SOFIAMA
07-04-2013 Y te quemarias en los calientes infiernos... ji ji ji Cinco aullidos inquisidores yar
 
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