Cae la noche y las estrellas,
caen la niebla y los barrotes.
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Quizás hagan falta más luces...
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Un cementerio, una niebla densa,
una amapola, que brote de ultratumba,
un crujir, que te haga perder el norte...
graznan oscuras avestruces....
a tomar por culo la melancolía.
...
Tras un insoportable chirriar de muelas, las puertas del cementerio se cerraron de golpe haciendo revibrar los barrotes de hierro oxidado por todo aquel perímetro estéril y desamparado, que a tientas y no tan siniestras, lograba presentar carcomidas y oscuras violetas que felizmente roían las ratas , que rodeadas se veían de aquellas enormes y abruptas piedras con las que el hombre únicamente tropieza una vez (más quisieran).
Cayó la noche y con ella una densa e impenetrable niebla.
- Yo quería hacer poesía - gemí, pero aquellos fríos tuétanos se derretían sin nada bueno que decir, nada más que el macabro ulular del tiempo parecía yacer allí estancado.
Si algún pajarraco hubiera graznado, lo habría barrido de un plumazo, al menos tendría... tendría que haberme olvidado de mí, o de mis instintos sanguinarios tal vez...
Así que como un espectro desaparecí.
La imágen titubeante de aquel cuerpo oscilaba en el espacio cual llama rota contra el viento de abril, en frente, una impoluta lápida de marfil hacía las veces de máquina de escribir, otras, se abría para mí.
Mucho ruído y pocas nueces parecían querer llorar los vecinos, con sus susurros ahogados por el frío que hasta a un cadáver pondría la carne de un gallino negro desplumado.
Zas. Rajé al pollo.
Ya te dije que lo iba a hacer.
Y con las manos manchadas de tinta, tal y como sellaron los dioses su primer sacrificio, una mano brotó hasta aquel pecho, que de rodillas suplicaba a esos indelebles ojitos, por una poca de mantequilla para freír.
Serpenteando cual víbora ante un conejo cojo, cual conejo cojo frente a serpiente roja, culeó dos palmos, no más, y se reorientó.
Aquella mano parecía la raíz de un ciprés, rogando porque la sacaran de allí.
Así que sí, estrechamos lazos y me lo sumergí. |