Ella me mira, con cautela, como pensando ¿Adonde iría mi mamá?
Sus dos perlas de abajo se asoman subrepticiamente atrás del labio inferior.
Salta y berrea todo el tiempo, no para de moverse, de sonreír de reír, a carcajadas también.
Cuando me lo dijeron no lo creí.
Es mas, vino con una cintita desde lejos y pensé que se haría un piercing en la ceja, en el ombligo.
Pero no, fue grata la noticia. Me emocione hasta las lágrimas. No es que crea que el rol de la mujer es ser madre, sino porque mi hijo va a ser padre.
Igual que cuando nació. Nos abrazamos las tres, su madre, su hermana y yo. Llorando, hipando, mientras la enfermera dijo
- ¿quien la quiere tener?
- Y ahí fue su hermana que la agarro fuerte contra su pecho.
Ya han pasado diez meses y no doy crédito a sus progresos diarios.
¿- Donde esta la nariz? Y ella señala la del patito, la mía y la de ella.
Aplaude y es una plenitud de placer, para todos, absortos en sus monerías.
Te podría contar que tener hijos es casi una obligación, pasas por el parto, luego la crianza, no exenta de vicisitudes, dolores de cabeza, lumbagos, lapsus mentales, caídas, quiebres, rasguños, novios, adolescencias. Es una actitud responsable más atravesada con la participación continua, constante y persecutoria en sus primeros años y que quedas exánime.
Y es que esto es nuevo, esplendoroso, epifanico.
Soy abuela.
Acaba de cumplir un añito, y gatea por todo la casa, regando sus mocos y desparramando sus juguetes. Allá voy yo atrás, juntando todo para luego volver a comenzar de nuevo.
Ese es el dichoso ciclo dela vida.
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