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Catman

La casa junto al pantano

Epílogo

La mayoría de las personas, religiosas o no, saben que tanto ángeles como demonios, son seres incorpóreos que necesitan un recipiente para poder manifestarse, y no cabe duda de que ese recipiente o anfitrión, es siempre un ser humano.
El mejor ejemplo de ello, son las manifestaciones demoníacas en determinadas personas.
Ahora, si los familiares o amigos son religiosamente creyentes y lo consideran oportuno, recurren al exorcismo, aunque en la actualidad la iglesia es reacia a ésta clase de rito.
Por su parte, la psiquiatría no está de acuerdo con esa creencia, adjudicando el hecho a graves enfermedades mentales, esquizofrenia, paranoia, etcétera. Un asesino serial (por ejemplo) está estrechamente ligado a éste tipo de enfermedad.

Es muy poco lo que se sabe sobre Eurynomus, un príncipe del infierno cuyo cometido es alimentarse de carne humana. Se lo describe con un color entre azul verdoso y negro como el de las moscas de la carne y al igual que ellas, es sumamente voraz y no se conoce a ciencia cierta cuánto tiempo hace que se encuentra entre los humanos.
Además, es lógico suponer que como todo demonio, es extremadamente embaucador, astuto y habilidoso para elaborar sus artimañas.
La particularidad de Eurynomus, es que tiene concebido un plan que le proporciona excelentes resultados.
En primer lugar, se aloja en un anfitrión, cualquiera que sea, y luego cohabita también con algún familiar o amigo de la víctima, quien desconoce por completo que ha sido poseído por ésta entidad.
Con éste modo de proceder, hace que el primer poseso no intuya que algo se halla dentro de su cuerpo y actúa de manera normal, mientras que con el otro se muestra tal y cual es en realidad.
Lo que equivaldría a decir en pocas palabras, que posee a dos personas al mismo tiempo, uno proveedor de las necesidades del otro, quien es el verdadero devorador de carne humana.
Tal el caso que se había originado entre John y su tío.

Indudablemente, el día en que John regresaba a su vivienda, al pasar junto al carromato del hombre aquel atacado por convulsiones y que terminó falleciendo de un infarto al corazón, fue el inicio del problema y fue por eso que el joven había sentido una extraña sensación al fallecer el dueño del carromato.
De hecho, al morir su anfitrión, el demonio se vio obligado a abandonar el cuerpo, instalándose en el de John.
La mujer que fue hallada en el interior de la carreta, encadenada y amordazada, pudo saberse más tarde que se trataba de la esposa del hombre que conducía el carromato.
Lo que obviamente nunca se supo, que era ella en realidad el segundo recipiente de Eurynomus y por ende la devoradora de carne.
Poco tiempo después de ser internada en el hospital psiquiátrico, falleció de inanición al no querer sustentarse con los alimentos que le ofrecían.

Cuando el joven Sanderson llegó a su casa, ésta entidad tomó de inmediato posesión del tío Edward y la rata que lo había mordido, no había sido otra cosa que una artimaña del demonio para que John pensase que su tío había sido infectado, sin imaginar que en realidad era él quien estaba poseído.
Sin importar la cantidad de cuerpos que desenterrase del cementerio, sin importar la cantidad de asesinatos que pudiese cometer, John Sanderson jamás lograría acabar con la vida de su tío puesto que el demonio no se lo permitía.

Una vez que se encontró liberado de su prisión, el tío Edward avanzó hacia la casa con paso acelerado y con la fuerza que Eurynomus le otorgaba, echó abajo la puerta de entrada ante el espanto de Annette y la sorpresa de John Sanderson.

El inspector Morris y el sargento Williamson, que se hallaban a pocas yardas del lugar, al ver el procedimiento de la bestia se miraron mutuamente sin comprender que estaba sucediendo y aceleraron el paso.

Edward, totalmente fuera de sí, avanzó hacia la joven y cuando John se interpuso en su camino tratando de proteger a la muchacha, el hombre le aplicó un golpe tal, que el muchacho se vio arrojado sobre el piso de la estancia.
Cuando estuvo junto a la mujer, tomó uno de sus brazos y de una sola dentellada, arrancó del mismo un considerable trozo de carne, ante el grito de dolor y espanto que ella dejó escapar.
Mientras la bestia intentaba continuar con su tarea de depredación, John se puso de pié y luego de tomar una cuchilla del cajón de los utensilios, se acercó rápidamente a ellos y de un solo golpe atravesó la garganta de su tío, quién se derrumbó sobre el piso profiriendo un grito de furia que retumbó en el ambiente, mientras de su cuello escapaba un líquido viscoso de color negro.
Era indudable que la maldad con la que el demonio había infectado al muchacho, en nada podía compararse con el amor que éste sentía por Annette, motivo por el cual pudo por fin acabar con la bestia.


El inspector Morris, quien junto al sargento ya había llegado a la casa, no podía salir del asombro que le causaba la escena que se hallaba presenciando.
El jefe de policía desenfundó su revólver en el preciso momento en que John tomaba a la joven de un brazo, comprendiendo que la muchacha ya había sido infectada con la enfermedad de Edward e imaginando que ahora sería ella la que desease comer carne humana.
Sin embargo, un sentimiento de puro amor invadió su espíritu e hizo que se sintiese indeciso al momento de acabar con la vida de Annette.
-¡Quieto, Sanderson!- Gritó el inspector apuntándolo con el arma.
John, que no deseaba que la muchacha se convirtiese en un ser tan horripilante y bestial como su tío, no hizo caso a la orden de Morris, y decidió que lo mejor para ella sería la muerte, liberándola del horrible destino que la aguardaba, y alzó la cuchilla aproximándola al cuello de Annette.
Morris disparó el revólver y la bala se incrustó en la espalda del joven a la altura del pulmón izquierdo, por lo que John se vio imposibilitado de conseguir su propósito.
Poseída por el horror, la muchacha se desplomó sobre el piso perdiendo el conocimiento, mientras que en sus últimos instantes de vida, John Sanderson sintió como si su cuerpo fuese liberado, experimentando una grata sensación de calma interior, que le permitió pensar que por fin había acabado con aquella maldición pudiendo ahora descansar en paz.

En ese momento, el sargento Williamson notaba en su cuerpo un extraño estremecimiento al que no prestó mucha atención, sin siquiera imaginar que el demonio se había apoderado de su ser, y que pronto se encontraría ante la misma situación que había mantenido al joven Sanderson sumido en la maldad y la miseria.
Mientras se apresuraba en socorrer a la muchacha, rasgando un trozo de su camisa para formar un vendaje sobre el brazo sangrante de la joven, el inspector Morris supuso que mucho tendría que investigar para tratar de dilucidar las causas de tan horripilante y macabro incidente, y que tal vez ella pudiese ser de gran ayuda al respecto.

El graznido de un cuervo, se pudo escuchar no muy lejos de la casa.
¿Sería el mismo que John creía lo acompañaba en sus noches de espanto y que quizás ahora “acompañaría” al sargento Williamson?
Tal vez fuese así, el señor del infierno nunca deja de atormentar a la humanidad con sus maquinaciones de desmedida perversidad.

Cómo última reflexión, creo que se debería considerar que no todo lo que aparenta ser lo es en realidad.
Muchas veces la verdad se oculta de manera tal, que no somos capaces de verla si no nos proponemos buscarla más allá de las apariencias.

FIN.

Tanto el nombre de los personajes como la historia aquí narrada son ficticios. Cualquier semejanza con la realidad, con personas vivas o muertas, es pura coincidencia.

Texto agregado el 06-04-2013, y leído por 417 visitantes. (7 votos)


Lectores Opinan
08-02-2017 genial amigo como siempre cblue
02-10-2013 me atrapò de principio a fin lo leì en dos tardes, espero que sigas escribiendo, es sorprendente la facilidad con que hilvanas de una accòn a otra sin que se note cortada o forzada parece que lo esta recitando de memoria Rubinska
02-10-2013 ¿por què cerraste el libro de visitas amigo? Rubinska
22-09-2013 Feliz Primavera apreciado amigo. Espero estés bien. filiberto
27-08-2013 ¡Qué malo! ¿Cerraste el LDV? Comprendo, tus admiradoras te acosamos. filiberto
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