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Inicio / Cuenteros Locales / fuentesek / Galeano 1540 (El ultraje)

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Galeano y Luis de Cuellar, saborearon los comestibles ofrecidos por los nativos pero la desconfianza y rivalidad entre ellos crecía, sin poder ser evitada.

- Que noticias traéis de España..? Preguntó Galeano, mientras se acomodaba en una hamaca, colgada de dos maderos en el bohío de techo de paja, que les servía de habitación.
- Mi viaje es un encargo de la corona, para establecer algunas encomiendas y organizar los tributos que permitan recuperar las finanzas reales. Para nadie es un secreto que se requiere con urgencia oro para el financiamiento de las expediciones y el establecimiento de colonias, contestó De Cuellar.
- Acaso a sus majestades, les parece poco lo que hemos enviado..?
- No lo creo, pero los gastos de fletar una nueva expedición cada vez y atender simultáneamente los demás asuntos del reino demandan muchos recursos y el encargo que traigo es el de establecer LA QUINTADA, es decir de todo lo que se obtenga se separará la quinta parte que corresponde a la corona española y el resto.....
- Calla, calla, que esos asuntos no son de mi incumbencia, gritó Galeano, alzando en clara señal de enfado su mano derecha y agregó,
- Mi interés es colaborar con las necesidades de sus majestades y por eso estoy buscando un pueblo que saca oro de un río lleno de pepitas y que se dedican a fabricar objetos como este, terminó diciendo mientras arrojaba sobre las piernas de De Cuellar la hermosa y reluciente pieza en oro arrancada al indígena muerto por los perros de Aldana.
- Preciosa, ...muy bien elaborada, ...Donde la encontró..? preguntó suavemente Don Luis, mientras observaba la joya.

- Perteneció a un indio que muy amablemente nos la obsequió y nos dio las indicaciones donde podíamos encontrar muchas más. Manifestó mientras se reía cínicamente el capitán Galeano.
- Si este no es el lugar, estamos muy cerca y por mi honor militar que lo voy a encontrar así tenga que empalar a todos los indios de la región, terminó.

Don Luis de Cuellar, adivinó inmediatamente la suerte que correría el pueblo Chitarae, si Galeano llegara a encontrar algún indicio de oro en el poblado y decidió terminar allí mismo la conversación sobre el tema.

Los hombres del Capitán, mientras tanto indagaban sobre el Río del oro y sobre el poblado donde fabricaban pectorales, narigueras, aretes, etc., razón esta que los había llevado hasta el caserío. La locuacidad de los españoles, contrastaba con la discreción de los Chitaraes que parecían desconocer de que hablaban los recién llegados.

Al mediar el segundo día, después de la llegada de Galeano, apareció en la orilla opuesta del gran río, con un grupo de soldados, don Alfonso Díaz de la Vega, cuya función era la de llegar a la recién fundada población de Tunja, con el cargo de Relator y Escribidor Real. Viajaba protegido por los soldados al mando del oficial Santiago Navarro. Imposibilitado de vadear las turbulentas aguas del río, debió comunicarse a señas con sus coterráneos, quienes no miraron con agrado, la presencia de más españoles en las tierras Chitaraes.

Don Luis de Cuellar, solicitó ayuda al cacique Cayacoa, para los recién llegados y algunos indígenas encabezados por Tarapacá, el hijo de Cayacoa, haciendo gala de fortaleza física, atravesaron varias veces las turbulentas aguas del río, en una balsa construida de guaduas, transportando a los hombres y los dos caballos de Díaz de la Vega, hasta el caserío.

Ya reunido el heterogéneo grupo, con tres comandantes tan diferentes en su personalidad, sus métodos y sus propósitos, se evidenció la inconformidad de Galeano, pues su único interés era obtener a cualquier precio la información que le permitiera apoderarse del oro que afanosamente buscaba y no estaba dispuesto a compartir con nadie su propio tesoro.

Al grupo de Alfonso Díaz de la Vega, solo le interesaba reponer sus fuerzas agotadas, después de varios días de jornadas de camino y continuar su marcha hacia Tunja, para cumplir el cargo designado por el mismo Carlos V, monarca Español.

El único que permanecía en el caserío sin un propósito inmediato, era Don Luis de Cuellar, quien ahora solo se preocupaba por dar protección con su presencia al cacique Chitarae y su hermosa doncella Xoachí, por lo cual sentía una pasión profunda y casi incontrolable. Había pasado a segundo plano, el encargo de conocer la región y calcular sus riquezas para establecer encomenderos que recaudaran el trituro real que llenara las vacías arcas del trono español.

Varios conatos de peleas, entre los soldados de los diferentes grupos fueron controlados a tiempo por sus propios comandantes, pero el ambiente era caldeado y el cacique pensando en la seguridad de su pueblo, decidió aprovechar las tinieblas y la oscuridad que se acercaban con la noche, para ordenar una sigilosa partida a la media noche, por los caminos y senderos, donde solo ellos se movían a la luz de los cocuyos y las luciérnagas. Su intención era la de llegar a los demás rancherios Chitaraes, advertir sobre el peligro que corrían y esconder las piezas de oro, que podían significar la diferencia entre la vida y la muerte de su gente.

El estandarte con el signo de la Santa Cruz, que siempre precedía a los grupos de conquista, junto con los estandartes de Galeano y algunas alabardas dispuestas en el centro del caserío, iban a ser mudos testigos de los acontecimientos que se sucederían aquella noche en la ranchería de los Chitaraes.

Las últimas luces del día, tiñeron de púrpura las aguas del gran Río, dando paso a las sombras nocturnas, que pronto cercaron el caserío como una frontera de miedo, donde los perros de Aurelio Aldana, pusieron su nota fantasmal, empezando a aullar lastimeramente, como presagiando la tragedia que se avecinaba.

Fue Martín Galeano, sofocado por el calor ribereño y desvelado por su interés en encontrar su buscado oro, mientras caminaba en la noche sin luna quien encontró a Xoachí muy cerca de la orilla del río donde en las mañanas bañaba su hermoso cuerpo. Estaba sola y miraba absorta hacia el río dando su espalda al caserío. El deseo despertó en el español, la lujuria represada y sin mediar palabra, acostumbrado a tomar por la fuerza lo que quería, la sujetó sin dejarla escapar, rodó con ella por el piso y cubrió su cuerpo con el suyo, mientras su enhiesta virilidad buscaba ansioso la virginal cavidad de la doncella, haciéndola suya, cual malhechor hambriento, pese a la resistencia y las heridas que con dientes y uñas la joven bravía provocaba a su agresor.

Los gritos de Xoachí, semi ahogados por una mano del agresor y los ruidos y jadeos de la desigual lucha, fueron escuchados por Don Luis de Cuellar, quien sin saber que ocurría se acercó a indagar y con estupor presenció la brutal posesión de que era víctima la joven Xoachí y lleno de ira, rabia y celos desbordados, se abalanzó impetuoso sobre Galeano, quien ducho en las peleas cuerpo a cuerpo, lo recibió con el puñal de acero toledano en su mano y lo clavó sin misericordia en su pecho, dando muerte inmediata al noble español, quien cayó de espaldas con un único y agónico lamento.

Acto seguido y sin piedad, tomó por los cabellos a la joven ultrajada y cortó su cuello, arrojando su cuerpo desnudo y ensangrentado sobre el cadáver de Luis de Cuellar, huyendo presuroso del lugar.

(Continuarà)

Texto agregado el 11-08-2004, y leído por 217 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
11-08-2004 Oye, esto es realmente bueno e inspirador.5* Campeador
 
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