Atacada por innumerables dagas cargadas de recuerdos me encuentro en mi habitación, mientras a lo lejos suena alguna canción en inglés desconocida para mí pero que su melodía hace que mis heridas sangren un poco más, envuelta en el hilo absurdo de la oscuridad siento como lentamente caen lágrimas por mis mejillas y un nudo gordiano en mi garganta que casi me impide respirar, me siento en un extremo de la cama y poso mis píes sobre el piso con la esperanza de que el frío me calme y que logre entrar por mi pequeños dedos esa tranquilidad que tanto me hace falta y que lentamente recorra mi cuerpo dejándome dopada hasta el amanecer, pienso en la posibilidad de que eso pase unos segundos pero por más que lo pienso no logro que pase, antes por el contrario, el frío entra apresurado y lo único que logra es mostrarme lo sola que me quedé después de que decidiste partir, aún sentada sobre aquellas sábanas sobre las que dormiste esa última noche, que me atormentan con tu olor y me gritan implorando que caiga sobre ellas y me deje llevar por lo que alguna vez fue nuestro refugio, nuestro escape al mundo y nuestro propio universo sin que logren darse cuenta aún que sólo queda la humedad de las lágrimas incontrolables y los rezagos de un amor perdido.