Me encontraba en el andén de la estación esperando ese tren que llevaba varios minutos de retraso, el tedio me embargaba, la penosa rutina me esperaba en la oficina. Iba a llegar tarde, habría que dar las explicaciones de siempre, ya no importaba, todo me era igual. El último tiempo había perdido todo interés por el trabajo y por la vida misma, hacía dos meses que me habían detectado el tumor, era en el cerebro, no había posibilidades de operarlo, solo tratamiento y esperar un milagro.
Durante esos dos meses había pasado por todos los estados de ánimo, desesperación, frustración, esperanza y abandono, ya nada me importaba. El tren seguía demorando mientras mi estado de ánimo empeoraba, cada momento que pasaba aumentaba la cantidad de gente en el andén, de repente todas las miradas enfocaron la imagen distante del tren que se acercaba. Subimos a los empujones, éramos una masa de carne que se comprimía en esa lata con ventanillas que era el ferrocarril General Roca. La estación Temperley quedó vacía, nos dirigíamos hacia Constitución.
Primero reparé en su agradable olor a perfume, luego observe aquellos ojos tan bellos como tristes que sostuvieron apenas un instante mi mirada, era una mujer de una belleza sin igual. Por primera vez en los últimos dos meses algo había despertado mi atención de esa manera, sentía un irrefrenable deseo de saber algo más de ella, pero era imposible. El viaje me resultó corto, bajamos en la terminal y la marea humana nos tragó, la seguí con la vista hasta donde pude, se sumergió en la escalera del subte y la perdí.
Ese día el trabajo de la oficina no me pareció tan aburrido, lo realizaba mecánicamente y no podía dejar de pensar en ella, increíblemente no me dolió la cabeza o al menos no me di cuenta de ello. Salí a comer algo a la una, fui a mi banco favorito en la pequeña placita, un triple de miga y una coca, y el sol, ese sol que hacía dos meses no veía o no quería ver y que hoy me parecía maravilloso. El resto del día solo pensé en ella, la desconocida.
La vuelta fue como siempre, el tren lleno los olores de siempre, los vendedores ambulantes con sus ofertas de chocolate vencido, pilas sin marca, libros de cuentos con fallas, linternas con led, todos productos de vaya a saber que procedencia. Cené solo como siempre, luego la tele y a dormir. Esa noche soñé con ella en mis sueños me sonreía y sus ojos me miraban amorosamente, el despertador rompió el hechizo y me levanté de inmediato, una ducha, un café, y listo para salir, tenía la remota esperanza de volver a verla, quería estar en la estación a la misma hora.
Como nunca el día me pareció hermoso, algo pasaba en mi interior y no sabía explicarlo. Nuevamente el andén, la espera y de pronto ahí estaba ella, tenía un aspecto maravilloso, su vestimenta era informal pero se notaba de buena calidad. Llevaba una cartera de cuero negra colgada del hombro, su pelo azabache sujetado con una hebrilla brillaba con hermosos reflejos. Llegó el tren como siempre demorado, lleno, y la odisea de abordarlo fue la de todos los días. En Lomas de Zamora descendieron varios pasajeros y milagrosamente se desocuparon dos o tres asientos, cuando reaccioné me encontraba sentado al lado de ella, deseaba hablarle pero no me animaba a articular palabra, además temía ser ignorado por completo, estábamos llegando a la estación Escalada, cuando se produjo el milagro, ella fijando sus ojos en mí me preguntó si tenía hora, casi tartamudeando le dije que eran las nueve y cinco y agregué, que día tan lindo hace.
-Así es-dijo ella- es un día radiante pese a ser todavía temprano, esperemos que siga sí.
Hablaba con una tonada tan encantadora que quedé como embobado. Cruzamos dos o tres palabras más y casi estábamos llegando a Constitución y comprendí que si no se me ocurría algo el viaje terminaría sin más diálogo y no me lo perdonaría jamás, así que le manifesté: -el viaje desde Témperley se me hace un suplicio diario, pero así son las cosas, trabajo en un Banco en el centro. ¿Usted viaja todos los días también?
Su respuesta fue la que yo esperaba en cuanto al viaje.
-Si viajo todos los días, también trabajo en un Banco, el Francés en la oficina de comercio exterior, ya hace dos años, vivo con mis padres en Temperley en White 323, ¿y su Banco cual es?
A esta altura de los acontecimientos yo ya no podía ni creer que me siguiera hablando, le dije –El Provincia-
-Ah que bien –dijo ella- que casualidad, trabajamos cerca y la misma actividad.
Nunca odié tanto llegar a Constitución tan rápido como ese día, pero quedaba una esperanza, tomaríamos el subte juntos ya que íbamos a una cuadra de diferencia, y así fue. La charla en el subte fue más animada y hablábamos como si nos conociéramos desde hace mucho. Ella tenía una forma de sonreír que dejaba sin aliento.
Mi día de Banco fue tan espectacular que hasta mis compañeros me miraban extrañados, nunca me había sentido de tan buen humor.
Los dos próximos días no la vi en la estación y decayó mi entusiasmo, pero el viernes nuevamente coincidimos en el andén y ella me saludó como si fuéramos viejos amigos, me acerqué a conversar y viajamos juntos, le dije que me llamaba Pablo y ella me dijo que era Elena, a partir de allí comenzamos a tutearnos.
Durante esos días mi sensación de bienestar había sido tal que había olvidado mi tumor, y no me dolía la cabeza, pero el martes debía hacerme una tomografía a pedido de mi médico. Mi turno era a las nueve así que tuve que viajar más temprano y no vi a Elena.
La tomografía me volvió a la realidad, yo era un enfermo con un grave tumor que se estaba ilusionando, la seriedad del médico me asustaba, miraba la tomografía como extrañado, los segundos que tardo en hablar me parecieron horas, al final me dijo “amigo haremos más estudios pero puedo adelantarle que el tumor se ha reducido sensiblemente”
A los tres meses de aquel primer indicio el tumor había desaparecido, también Elena nunca más la encontré, fui al Banco Francés a la oficina de comercio exterior, una Elena había trabajado allí hace unos años era una chica joven hermosa que había fallecido en un accidente ferroviario hacía dos años me dijo un empleado, fue todo inútil es como si la hubiera tragado la tierra.
Recordé el domicilio que me había mencionado White 323 y fui, me atendió una mujer de mediana edad de ojos tristes que me trajeron recuerdos, le dije que era amigo de su hija, estuvimos hablando media hora, me invitó a pasar, en el living mientras ella lloraba contándome el accidente que tuvo Elena hace dos años pude ver una foto de ella bellamente enmarcada desde donde parecía sonreirme-.
|