Esta noche el cielo se vistió de luces y de un negro intenso. Tumbada en una esquina de la azotea con las piernas descansando sobre el pecho quedé expectante. “Las lágrimas de San Lorenzo”, así se conoce el fenómeno que iba a contemplar; en realidad, no era la 1ª vez ni mucho menos, cuando era pequeña y nos trasladábamos el mes de agosto al pueblo, solía subir con mis primos al piso de arriba, en el que tirábamos un colchón y nos tumbábamos, en parte para ver la lluvia de estrellas y en parte para meternos miedo en el cuerpo contando historias de terribles muertes en pequeños pueblos perdidos.
Un brillo me hizo desviar la vista hacia la 1ª estrella fugaz, más tarde vendrían otras.
Ver una estrella fugaz es un espectáculo único, es como compartir un secreto con un astro: el de su carrera; ese momento, según dicen debe aprovecharse para pedir un deseo, que si se enuncia antes de que la estrella pase, se verá cumplido; debe ser que los deseos se montan en la cola de la estrella y así llegan a realizarse antes que si tomaran la vía habitual ¿no?
Esta noche tuve la sensación de que la Luna se había hecho a un lado, seguramente pensó que ésta era el momento de las estrellas, que bastante tiene ella ya con pasearse majestuosa el resto del año. Así, las estrellas, primero tímidamente y luego juguetonas, comenzaron a danzar por el cielo en un baile sin orden pero armónico.
Las estrellas guardan secretos, secretos que susurran y que algunos avispados pueden oír si miran atentamente al cielo y guardan silencio; en días como hoy en que están revueltas y habladoras, se oyen muchos de ellos, pero también a las estrellas hay que saber guardárselos. Es por ello que no puedo borrar la sonrisa del rostro desde que bajé de la azotea. Esta noche, mientras yo duerma las estrellas seguirán su fiesta, contando secretos cuyo destino marcan con su luz.
(Esto va dedicado a carloel22. Un besote, Pedro; ahí tienes a las estrellas)
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