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El despertador me arranca bruscamente de los brazos de Morfeo y pienso que lo odio porque se ha dado maña para interrumpir mi sueño. Su horroroso y estridente sonido grita la llegada de un nuevo día y yo, media dormida, media soñando aún, arrastro mis pies y mi cuerpo envuelto en un pijama, en dirección de la cocina.
La casa está fría, o al menos así la siento. Es la hora en que el astro rey coquetea con la cordillera besándola en sus altas y bellas cumbres; en forma automática estiro un brazo y lleno de notas musicales el ambiente a mí alrededor y pienso que no sé vivir sin ella. Inicio mi faena matutina como sí fuera una autómata, evitando pensar en lo que el día me ha de deparar. El hervidor eléctrico anuncia el término de su tarea, la tostadora guarda en su vientre dos tostadas que reposarán luego en la bandeja, junto a un pote con mermelada y otro con paté. Sólo me falta colocar una servilleta y la taza correspondiente con café con leche.
El sol se ha despedido de la cordillera con un lánguido hasta mañana y ahora intenta bañarse en la bahía y juguetear con las barcas que esperan pacientes salir mar afuera. Unas pocas nubes porfiadamente quieren impedírselo y los botes pesqueros ausentes de esta lucha de amanecida, se mecen suavemente. No hay viento, no hay olas, todo es quietud, y mis pensamientos vuelan, se alejan del aroma de un café y se me olvidan las servilletas... Me quedo de pie frente a la ventana, con la mirada perdida en el mar y con la mente afiebrada de sueños. A mí alrededor desaparecen los muros y las ventanas y ese recuerdo nocturno por unos minutos o segundos me lleva lejos, muy lejos, a un lugar absolutamente desconocido, donde me sentí cálidamente acompañada. Sé que sí hubiese tristeza, en ese lugar encontraría el consuelo necesario, y que sí fuese una mañana de risas, éstas tendrían eco en otras carcajadas… y éstas a su vez, se verían reflejadas en la luz de una mirada.
Sí, definitivamente no estaría sola en la cocina, me acompañaría él, del mismo modo en que lo hizo hasta entrada la mañana o hasta que el despertador lo obligó a desaparecer…
De pronto un olor extraño golpea fuertemente mis fosas nasales, la realidad arranca mis ojos del mar y me obliga a regresar al presente. En los primeros momentos no logro coordinar mis acciones, un pito ensordecedor opaca la música ambiental, me percato que la tetera brama dejando escapar su vapor. Me pregunto sorprendida ¿en qué momento la puse en el fuego? y no sé responderme, no lo recuerdo. Horrorizada veo que desde el tostador sale una columna de humo negro del pan carbonizado. Busco la bandeja para ver qué me falta en ella y descubro que las servilletas desaparecieron como secuestradas por los famosos “duendes traviesos” y el magnífico amanecer ha dejado de ser tal, para transformarse en el inicio de un día fatal.
De pronto recuerdo que es domingo y me digo que tengo suerte y también tiempo para hacer todo de nuevo, y lo primero que hago es conectar el extractor de aire y abrir la ventana para que el amanecer me diga buenos días y se lleve el humo ambiente. A continuación guardo mi sueño nocturno en el bolsillo del pijama y enérgicamente enfrento la rutina de otro día….como el de ayer o como cualquier otro, siempre salpicado de realidades que borran esos sueños no bien comienza el día, pero la esperanza vuelve a abrigarse en un rincón de mi mente y entonces me digo: las horas pasan, el día termina con la caída del sol...entonces, entonces podrás volver a soñar y reencontrarte con la luz de su mirada, el calor de su sonrisa, la ternura de sus manos...y en la oscuridad ser feliz.

Texto agregado el 04-04-2013, y leído por 160 visitantes. (0 votos)


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