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LA Operación Lis de Oro



Esta es la tercera parte de una serie de tres artículos sobre los
criminales de guerra japoneses, sus vínculos con la mafia, su poder
político y el apoyo estadounidense para sus fechorias bajo el
pretexto de luchar contra el comunismo. La historia de estos defensores
de la «democracia» narrado por el gran periodista francés Denis
Boneau.

En 1895, la reina Min es quemada viva por un grupo de asesinos de la
Sociedad del Océano Negro, grupo ultranacionalista dirigido por el
legendario Mitsuru Toyama. La operación, destinada a desestabilizar
el gobierno coreano, constituye uno de los componentes de la estrategia
de conquista de los servicios secretos japoneses trazada en
colaboración con los yakusas de Toyama.



El asesinato de la reina da lugar al «incidente» que
justificará la invasión progresiva de Corea. En 1905, el país
se convierte en un protectorado del Japón. Las sociedades
ultranacionalistas comienzan las operaciones de saqueo mientras que
jefes del hampa ocupan puestos claves. Con la ayuda del gobierno
imperial, Ryohei Uchida, jefe de la Sociedad del Dragón Negro y brazo
derecho de Toyama, organiza milicias encargadas de extorsionar a las
familias coreanas ricas.



En 1910, Corea está totalmente anexada. El jefe militar, el general
Yamagata, encarga a Terauchi el desarrollo de las actividades de la
policía secreta, inicialmente creada por el Dragón Negro. Los
kempeitai organizan metódicamente el saqueo del territorio en
colaboración con las milicias de Toyama y Uchida. Oficialmente,
Japón pretende proteger el sudeste asiático de los colonos
occidentales mediante la fundación de una «esfera de prosperidad
conjunta».



En realidad, la dinastía imperial japonesa supervisa un saqueo
sistemático del país, robando el oro y las obras de arte (la
valiosa porcelana celadón), destruyendo el patrimonio cultural
(templos budistas) con la evidente intención de borrar la identidad
coreana.



Un sistema similar se establece en Manchuria, bajo el mando de Nobusuke
Kishi y las sociedades yakusas. El territorio anexado permite a Japón
controlar el acceso marítimo a los puertos comerciales del norte de
China. El gobierno fantoche se encuentra bajo el dominio de los tairiki
ronin -oficiales, jefes guerreros, traficantes de droga... Yakusas
emprendedores forman verdaderos ejércitos privados para saquear, en
nombre del Emperador, o se alían a los padrinos chinos de la Banda
Verde para controlar las redes de distribución del opio y sus
derivados.



Ryoichi Sasakawa [1] y Yoshio Kodama [2] amasarán así fortunas
colosales que permitirán, al final de la guerra, financiar la
creación del todopoderoso Partido Demócrata Liberal (PDL). A la
cabeza de esos grupos de delincuentes con métodos expeditivos,
Nobusuke Kishi y su clan, que incluía al general Hideki Tojo (jefe de
la policía secreta y futuro primer ministro del gobierno de guerra),
Hoshino Naoki (jefe del monopolio del opio), Matsuoka Yosuke (presidente
de la corporación Mantsetsu) y Aikawa Gisuke (dirigente de Nissan),
planifican las operaciones de saqueo con la complicidad del emperador.

Fundan la Compañía de Industria Pesadas Manchúes, organización
que coordina el desarrollo de la industria y centraliza el botín que
el ejército y los yakusas arrancan a la población local por
distintos medios (exigencia de rescate, extorsión, robo de
bancos...).



Los saqueos bajo el control de los príncipes del Imperio japonés:
«La Operación Lis de Oro»



La fiebre de conquista irrita a los dirigentes occidentales, que temen
que Japón se inmiscuya en sus propias colonias y concesiones. En
1936, en pleno saqueo de Corea, los estrategas japoneses vacilan entre
dos opciones. Una de las tácticas consiste en tomar el control de
Siberia, territorio rico en recursos naturales, para crear una zona de
seguridad frente la Unión Soviética, principal rival de la
región.



Esta estrategia «anticomunista» tendría el mérito de
satisfacer a una parte de las elites occidentales. Con ese objetivo,
Yoshida, embajador en Londres, trata de establecer una alianza con los
británicos, recurriendo a la ayuda del grupo Cliveden. En Estados
Unidos, varios ultraconservadores, como el ex-presidente Herbert Hoover
o el aviador nazi Charles Lindberg y oficiales cercanos al general
MacArthur, son favorables a un entendimiento con la dinastía
imperial.



El príncipe Chichibu, hermano de Hirohito, viaja a Londres en 1936
para preparar una posible alianza anglo-japonesa. La perspectiva de un
frente anticomunista habría seducido probablemente a los
diplomáticos británicos pero el avance de las tropas japoneses en
Asia amenaza las colonias de las potencias europeas. Rápidamente,
Chichibu se ve privado de todo medio de negociación.



En China, el ejército está totalmente fuera de control. En 1937,
varios oficiales orquestan en China el incidente Marco Polo, que
desemboca en la invasión del país por las tropas japonesas con el
apoyo extraoficial del emperador. El príncipe Chichibu renuncia a la
idea, ya obsoleta, de una alianza anglo-japonesa y vuela a Nuremberg
donde se reúne con el canciller Adolf Hitler .



En momentos en que el presidente Franklin D. Roosevelt declara que desea
poner fin a la «fiebre» de conquista de Japón, el ejército
invasor se prepara para cometer una masacre sin precedentes por
órdenes de un príncipe imperial. En efecto, el príncipe Konoe,
primer ministro «moderado», pone al príncipe Asaka a la cabeza
del ejército de Nankin.



Este último ordena a sus tropas no dejar ningún prisionero en la
ciudad. Durante días, los soldados ejecutarán sus órdenes al
pie de la letra. Decenas de miles de chinos son asesinados en
condiciones espantosas ante la mirada de numerosos occidentales. Los
soldados «utilizan» a los hombres como maniquíes para practicar
el uso de la bayoneta y los oficiales para ejercitarse en la
decapitación.



Mujeres y niñas son víctimas de violaciones colectivas ante los
ojos de sus familias. Mientras tanto, los príncipes Chichibu y Takeda
se ocupan de que el fruto del saqueo vaya a manos de la dinastía
imperial. Expertos analizan los documentos bancarios mientras que la
policía secreta tortura a todo sospechoso de poseer información
sobre el oro y las riquezas de Nankin ].

Para garantizar que el ejército no dilapide inútilmente el
producto del saqueo, Hirohito crea el Lis de Oro, una organización
que reúne expertos en extorsión (contadores, profesionales de las
finanzas...), jefes de yakusas y poderosos industriales bajo el mando de
los príncipes imperiales, únicas personas que gozan de la
confianza del emperador. El príncipe Chichibu supervisa todo el
dispositivo ].



En 1941, el régimen de Philippe Petain autoriza Japón a ocupar el
norte de Indochina. El príncipe Konoe, favorable a una «paz
negociada» pero incapaz de convencer a Hirohito, presenta su
renuncia. Decidido a declarar la guerra, el emperador nombra en su lugar
al general Tojo, uno de los hombres del clan Kishi que organizó el
saqueo sistemático de Manchuria.



El ataque «sorpresivo» [6] de Pearl Harbor es la señal que
desencadena la ofensiva nipona en el sudeste asiático. Japón
invade Tailandia, Sumatra, Birmania y se apodera de Guam y Hong Kong.
Expulsa además al general MacArthur de su feudo en Filipinas. Los
nuevos territorios anexados son saqueados sistemáticamente por los
kempetai. El príncipe Chichibu establece el cuartel general del Lis
de Oro en Singapur adonde se envía la totalidad del botín para ser
inventariado por especialistas.



En Filipinas, los bancos occidentales son el principal objetivo de los
expertos del Lis de Oro que se apoderan del tesoro filipino en beneficio
del Yokohama Specie Bank, cuyo principal accionista es Hirohito en
persona, y del Banco de Taiwán, otro banco estatal. Una parte del oro
sirve para financiar la guerra. Bancos suizos, portugueses, argentinos y
chilenos se encargan del lavado.



Las riquezas que roban los kempetai y los agentes del Lis de Oro
convergen en Singapur, de donde parten hacia Manila para ser enviadas
finalmente a Japón.



Del Lis de Oro al fondo del Aguila Negra



Después de la batalla de Midway, la correlación de fuerzas
militares en el sudeste asiático se invierte a favor de Estados
Unidos. Japón pierde el control de las vías marítimas. Hirohito
y los príncipes imperiales comienzan a pensar en la perspectiva de
una derrota del Imperio.



A partir de entonces, la operación Lis de Oro dirigida por Chichibu,
que oficialmente se somete a un tratamiento contra la tuberculosis al
pie del monte Fuji, consiste en salvar el botín de guerra empantanado
en Manila. Chichibu había utilizado primero los barcos-hospitales
para transportar el oro, que se depositaba posteriormente en
subterráneos construidos en las montañas japonesas.



En 1943, esa solución no es ya aplicable al estar Estados Unidos en
condiciones de establecer un bloqueo marítimo eficaz. Las riquezas
empiezan a amontonarse en los muelles de Manila. El príncipe Chichibu
crea entonces un grupo de ingenieros especializados en la
construcción de redes de subterráneos y comienza a esconder el
botín en escondites bajo tierra. En Manila, utiliza los
subterráneos de Intramuros, vieja ciudad española, que ofrecen
gran capacidad de almacenaje.



Una galería que permite el traslado discreto de las mercancías
enlaza directamente los muelles e Intramuros. Chichibu selecciona sitios
históricos, iglesias, universidades, toda una serie de lugares donde
el riesgo de bombardeo es mínimo.



Al norte de Manila, el príncipe Takeda utiliza las cuevas y supervisa
la construcción de redes de túneles. Especialistas instalan
grandes cantidades de trampas ingeniosas y terriblemente eficaces:
bombas, cápsulas de cianuro, trampas de agua y de arena... Otro
príncipe, Takahito Asaka, hijo del autor de la carnicería de
Nankin, y el general Yamashita, héroe de Singapur enviado a Filipinas
para hacer frente al inminente ataque estadounidense, participan en
operaciones de entierro. Ingenieros y esclavos son sistemáticamente
enterrados vivos.



Cuando MacArthur comienza la reconquista de Filipinas, los príncipes
tratan de esconder rápidamente lo que no han podido enterrar
todavía. Barcos cargados de oro son hundidos con sus tripulantes a
bordo. Después de la derrota de Japón, que cierra la ocupación
con la matanza de civiles de Manila, los príncipes huyen en
submarinos.



Desde 1945, los servicios secretos estadounidenses conocen la existencia
del Lis de Oro. Un agente, John Ballinger, disfrazado de pescador pudo
observar la descarga de cajas llenas de oro trasladadas en un
barco-hospital. MacArthur arresta a su rival Yamashita y confía a uno
de sus propios agentes la misión de interrogar al mayor Kojima,
chofer del general japonés.



Severino García Santa Romana obtendrá numerosas informaciones
sobre los itinerarios de Yamashita y logrará localizar así cierto
número de escondites. «Santy» se convierte entonces en el
guardián del «tesoro de Yamashita». Permanece al principio bajo
las órdenes de MacArthur hasta que el enigmático Edward Landsale
], ex-agente de la OSS recientemente incorporado a los servicios G-2 del
general Willoughby ], toma el mando de las operaciones.



Después de someter el asunto al presidente Truman, se decide que el
botín recuperado será utilizado para alimentar un fondo de lucha
contra el comunismo bautizado Aguila Negra. El proyecto, concebido por
un consejero de Roosevelt, consiste en utilizar el oro robado por
Alemania, Italia y Japón en el financiamiento de gobiernos
pro-estadounidenses y, por consiguiente, de manipular con dinero las
elecciones en el seno de varias «democracias» amenazadas por el
«peligro rojo».



Con la ayuda de Robert Anderson, un especialista en el lavado de dinero,
el oro que había recuperado Santy es dispersado en 170 cuentas
bancarias abiertas en 42 países. La red bancaria de la CIA permite
así esconder de nuevo las riquezas robadas del sudeste asiático y
mantener los precios del oro en un nivel conveniente para los intereses
económicos de Estados Unidos ].



El tesoro regresa a Japón



El botín confiscado por las autoridades estadounidenses alimenta al
principio tres fondos secretos diferentes. El fondo Yotsuya financia las
actividades más inconfesables del brazo derecho de MacArthur, el jefe
del G-2 Charles Willoughby, admirador del general Franco y de los
métodos de las policías fascistas. El segundo fondo, bautizado con
el nombre de Joseph Keenan, fiscal del juicio de Tokio, equivalente
japonés del proceso de Nuremberg, tiene una función muy precisa:
comprar testigos para exonerar a los miembros de la dinastía
imperial, convertidos en aliados de MacArthur en la lucha contra el
comunismo.



El proceso de Tokio es una verdadera farsa que se termina con el
ahorcamiento de un puñado de chivos expiatorios. El príncipe
Asaka, autor de las masacres de Nankin, ni siquiera es convocado
mientras que el general Matsui, acusado de un crimen en el que no tuvo
participación, es enviado a la horca.



Yamashita, el gran rival del general MacArthur, corre la misma suerte,
condenado por la matanza de civiles de Manila. El general Tojo es
designado como principal culpable y obligado a asumir la responsabilidad
por la guerra, en lugar del emperador Hirohito.



El fondo más estratégico es, sin dudas, el M-Fund destinado al
financiamiento de la lucha para impedir que los comunistas o los
socialdemócratas logren hacerse del poder en Japón. Después de
la guerra, un efímero gobierno socialista se ve rápidamente
desacreditado, gracias al financiamiento de M-Fund, por el favorito de
Estados Unidos, Shigeru Yoshida. Este fondo es utilizado también para
financiar una historia oficial de la derrota japonesa.



Es así que Yoshio Kodama publica sus memorias I was defeated (Yo fui
vencido). El libro, financiado por la CIA mediante el M-Fund, sirve para
exonerar a los futuros hombres fuertes japoneses, ultranacionalistas
aupados por el general MacArthur, como Ryoichi Sasakawa y Nobusuke
Kishi.



En 1951, tiene lugar la firma del tratado de paz. El artículo 14
estipula que Japón no dispone de los recursos necesarios para
indemnizar a sus víctimas. La existencia del Lis de Oro, convertido
en Aguila Negra, debe permanecer en secreto.



Después de 1952, un consejo dirigido por miembros de la CIA y de los
servicios secretos japoneses se hace cargo del M-Fund. El fondo permite
la elección de Nobusuke Kishi, jefe del saqueo de Manchuria y
ex-ministro del gobierno de guerra de Tojo. Al gobierno de Eisenhower le
cae bien el criminal de guerra, extremadamente anticomunista.

El M-Fund financió a varios primeros ministros, como Kakuei Tanaka,
Noboru Takeshita, Yasuhiro Nakasone y Miyazawa Kichii. Tanaka, a quien
Nixon habría prometido la administración exclusiva del M-Fund,
recurrió muy frecuentemente este para financiar elecciones y
maniobras sucias.



Una parte del Lis de Oro se invirtió así en Japón y fue
dilapidada por aquellos que decidían quién sería el futuro
primer ministro desde el seno del Partido demócrata liberal, que
monopolizó el poder durante 50 años.



El clan Marcos, nuevo guardián del Lis de Oro



En Filipinas, numerosos escondites escaparon al control de Santy y los
servicios de MacArthur. Marcos, el turbulento protegido de Washington,
gana las elecciones en 1965 gracias al «oro de Yamashita». Desde
los años 60, Ferdinando e Imelda Marcos tratan de ponerse en contacto
con Santy, el legendario guardián del Lis de Oro. A sabiendas de que
Santy posee numerosas cuentas, piensan que algunas de ellas han sido
probablemente olvidadas por la CIA y quieren obtener su control. Cuando
fallece Santy, en 1974, Marcos se convierte extraoficialmente en el
nuevo guardián del Lis de Oro y colabora así con equipos
estadounidenses y japoneses.



Para localizar los escondites, el dictador se vale de Ben Valmores,
campesino filipino que fue sirviente del príncipe Takeda. Marcos
logra acumular así importantes cantidades de oro pero las operaciones
de búsqueda resultan muy complicadas. Lo más fácil es aliarse
con japoneses que conozcan el emplazamiento de los escondites. Marcos
recurre a Ryoichi Sasakawa, criminal de guerre y adorador de Mussolini,
quien formó parte, después de la derrota japonesa, del restringido
círculo de nuevos amos de Japón. Sasakawa es el socio ideal.

Extrae discretamente el oro depositado en la isla de Lubang y
probablemente realiza el lavado de las riquezas mediante su
Asociación de Ayuda Mutua filipino-japonesa. Al principio,
Washington, que apoya las actividades anticomunistas de Marcos y
Sasakawa, se hace de la vista gorda [10].



Pero, Marcos pretende volar con sus propias alas y recluta dos socios,
un vidente que dice haber localizado gracias a sus dones los restos del
navío Nachi y un especialista en metalurgia. Robert Curtis será el
encargado de «santificar el oro», o sea de encontrar un medio de
adecuar el botín para poder utilizarlo en el mercado mundial sin
llamar la atención.



Para financiar sus instalaciones, Curtis recurre a la John Birch
Society, grupo de extrema derecha especializado en operaciones
anticomunistas, que cuenta entre sus miembros al coronel Lawrence
Bunker. Este último, en su calidad de ex-colaborador de MacArthur,
está al corriente de la existencia del Lis de Oro.



Cuando el presidente Reagan planea el regreso al patrón oro, le pide
a Marcos que comparta una parte de sus reservas. La avaricia del
dictador será su desgracia. Por orden de Paul Wolfowitz (a la
sazón subsecretario de Estado), Ferdinando e Imelda Marcos son
secuestrados por los servicios secretos estadounidenses y enviados al
exilio en Hawai ]. Las reservas de Marcos habrían sido enviadas a
Estados Unidos.





Paul Wolfowitz

Muchos siguen codiciando aún el botín del Lis de Oro, fruto de
más de 50 años de saqueo sistemático del sudeste asiático
por Japón. Según Sterling y Peggy Seagrave, desde marzo de 2001 la
administración Bush (con Paul Wolfowitz como secretario de Defensa)
envió comandos a Filipinas a recuperar parte de las reservas de
Marcos y supervisar nuevas excavaciones. El control de lo que queda del
«oro de Yamashita» es todavía un objetivo demasiado importante
como para que los interesados acepten que la existencia del Lis de Oro
sea plenamente revelada.



El acceso a los archivos sobre el fondo Aguila Negra se encuentra bajo
el más estricto control de la CIA. Las víctimas de los crímenes
del ejército imperial y sus herederos que, de manera enteramente
legítima, se atreven a pedir indemnizaciones son, aún hoy, objeto
de burlas. Oficialmente, «el oro de Yamashita» es una leyenda.

Texto agregado el 01-04-2013, y leído por 135 visitantes. (0 votos)


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