Pepe era un gracioso animalito que gustaba de pasear por la orilla del río. Esa mañana parecía que sería un día de conquista porque al pasar frente a un grupo de patas que parloteaban de lo lindo, una de ellas le lanzó un piropo, algo así como: -¡Quien estuviera cerca de ese picote para besarlo con ganas! Pepe sólo sonrió porque era medio tímido y conturbado, prosiguió su camino. Más allá se encontró con una rana que lo miró con coquetería. El trató de evadirla pero la animaleja se le puso por delante para decirle: -Una caricia tuya con esas patitas tan adorables me transportarían al Taj Mahal. Nuestro amiguito se ruborizó pero disimulando, continuó adelante. No podía negar que su ego había crecido bastante en tan breve trayecto, tanto más si desde el río, un provocativo silbido le hizo volver su cara para mirar. Era una castora que le hacía señas para que fuese a nadar con ella. El se encogió de hombros y una vez más prosiguió su camino. -¿Qué pasa hoy que tengo tanto éxito con las hembras?- se preguntó y mirándose en un espejo de agua que encontró a su paso, alisó con sus dedos su corta cabellera y sonrió dejando a la vista su inmaculada dentadura. -¡Que bella piel que tienes, nene!- escuchó decirle a una topa que descansaba sobre un montículo de tierra. Pepe le dio las gracias y se despidió de ella tirándole un beso al aire. Algo preocupado, trató de no encontrarse con más hembras en su trayecto. –No vaya a ser cosa que en una de estas, un esposo celoso me de una buena tanda por ser tan guapo –se dijo en voz alta. –Y sí que lo eres, pimpollo. Pepe miró en todas direcciones y no vio a nadie.
–Aquí, aquí, mi vida- sintió que le decía una voz desde unos matorrales. Curioso como era, se asomó y se encontró a boca de jarro con la gallina Francisca, una de las más apreciadas de la comarca por su gran linaje. –Ven mi vida, ven. Quiero ser tuya. Ven. Pepito empalideció como un cadáver y estuvo al borde del desmayo. Cuando reaccionó, se encontró con la gallina bajo suyo. Horrorizado, pegó un brinco y arrancó a morir, mientras escuchaba que la gallina cacareaba a viva voz: - marica, poco hombre, vas a ver no más.
Cuando llegó a su destino, todavía con los nervios de punta, se acercó a un amigo mucho mayor que él y que dormitaba bajo un árbol, para comentarle lo que le había acontecido esa mañana. Este no se inmutó y le contestó con voz adormilada: -Es nuestro destino, pequeñuelo. Somos la fantasía sexual de todas las hembras. Les gustamos a casi todas, somos un afrodisíaco para ellas. ¿Para que otra cosa crees que fuimos creados?
Y el pequeño ornitorrinco supo desde ese momento que las féminas serían una agradable constante en su vida…
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