Una familia normal, común, rutinaria. Estaban enamorados, tenían lo necesario para ser felices con las limitaciones propias del escaso ingreso de un vendedor de frutas, verduras y escabeches, productos proveídos por su pequeña granja, manejada con mucho esfuerzo por el matrimonio.
Tenían un niño de pocos meses que era un sol, salvo algún que otro berrinche, no se hacia notar.
El un trabajador incansable de familia muy humilde, tanto que a veces se dormían con un mate cocido y un beso de su madre.
Ella criada en la calle, madre alcohólica, padre desaparecido.
Encontró en Miguel el único ser que la trato con cariño y respeto, desde que se encontraron jamas se separaron y juntos trataron de salir de ese entorno de miseria.
Ambos tenían cicatrices de esas que no se ven pero que duelen, las marcas de su pasado.
Miguel canalizaba todo trabajando para dar a su hijo lo que el no tuvo.
Lucia obsesionada por complacer a su referente de verdadero amor, solo hacia las cosas de la casa y el cuidado del niño como robot, perdida en sus pensamientos.
La sacaba de ese estado pensar que nueva comida hacer para sorprender a su marido.
Miguel se juro consentirla en lo que pudiera y Lucia no dejar que su amado se fuera a dormir con la panza vacía.
El llegaba para la cena y ella lo recibía con amor, aunque cansada, le preparaba cada día algo diferente para sorprenderlo.
Se reían de cosas simples solo para equilibrar tantas lagrimas derramadas.
Inventaron un juego.
La consigna era que el adivinara los ingredientes de la comida preguntando por cosas de la granja ya que de ahí salia el alimento.
_Querida y el conejo?,
_Querida el pollo?
Si acertaba ella le daba un profundo beso y comían felices.
La mujer hizo un gran esfuerzo para animarse a matar y preparar los animales, pero era necesario y se hizo dura y fría para poder hacerlo, dejo de ponerle nombre a cada animalito para no encariñarse.
Con las frutas y verduras era otra cosa. Le gustaba sentir la tierra en sus pies y el perfume de la fruta recién cortada.
_Querida regaste el ciruelo?, era la pregunta para adivinar el postre.
Una noche, el llego un poco mas tarde, una bujía de la vieja camioneta lo retuvo.
Al entrar todo estaba listo como siempre, salvo una mirada extraña que noto en su mujer, y un silencio mas profundo que de costumbre, que el atribuyo a la hora, salvo eso, todo parecía igual.
Comenzaron a cenar y por supuesto la pregunta infaltable, el juego de los dos, pero esta vez el no adivinaba, pregunto por todos los animales de la granja y nada.
Estaba cansado y no tenia ganas de seguir pero se sentía culpable por dejarla tanto tiempo sola y le gustaba la dulce sonrisa que le regalaba cada vez, acertara o no. Pensó que algún granjero vecino había pasado a dejar un corte de carne, pero el silencio profundo lo distrajo.
Se dio cuenta que esa noche nadie lloraba pidiendo atención.
_Querida y el bebe?...
Desesperado ante el mutismo de Lucia comenzó a buscar a su hijo como loco, le pareció sentir un gemido que venia del gallinero, corrió, ahí estaba Ramiro, en el suelo, frió pero vivo.
Lo acurruco, le dio calor y después de bañarlo y arroparlo encaro a su mujer.
_Porque hiciste eso a nuestro angelito, estas loca?
Ella no respondió, estaba como ausente, solo dijo
_sigues sin adivinar...
_Ya basta! que es lo que comemos?
Al correr la silla para sentarse noto una campera que estaba colgada del respaldo
_de quien es esta campera?
_de Don Jacinto paso a saludar, sigamos jugando
_querida y Don Jacinto?... |