–¿Y por qué yo? Pudo ser cualquier persona. Yo no creo ser tan buena. Y si lo crees, es porque todavía no me conoces bien.
–Tienes razón. Se conoce rápido, y eso gusta. Luego aparecen los detalles personales, y eso gusta y no gusta.
–Entonces ya sabemos lo que va a ocurrir.
–Te escucho.
–La imagen que tienes de mí sólo puede mancharse. Con el tiempo veras con calma y, aunque no quieras y no busques, igual encontraras mis defectos. Unos granos horribles que no puedo borrar ni disimular, una alergia latente que aparecerá de improviso para quedarse y para siempre.
–Te creo, pero mi apuesta es que tus detalles personales no me importen. Mi talento es quedarme con lo bueno.
–Te importarán
–No, creeme, estoy seguro que no. Digamos que tienes suerte, mucha más de la que tendré yo. Porque yo soy estúpidamente optimista. Tan optimista como para creer que nadie es más optimista que yo. ¿Ves lo estúpidamente optimista que soy?
–Y aún así te contradices cuando dices que yo tendré más suerte que tú.
–Es que no importa si al final pierdo. No importa si terminó mal. Creo que siempre vale la pena, porque ya te dije, mi talento es quedarme con lo bueno, con lo que exista debajo de tus granos.
–Mi talento es... No sé cual es mi talento, por eso te repito que no entiendo. ¿Por qué yo? Pudo ser cualquier persona.
– No, creme que no pudo se cualquier persona. Desde que te vi, me sentí atraído, pero fue desde que conversamos de verdad, los dos solos, aunque conectados y a distancia, que pensé que esa atracción podía ser un comienzo . Pasó, que dejaste de ser cualquier persona.
–¿Y cómo sabes eso? ¿Cómo estas tan seguro? Yo prefiero no creer en nada, hasta estar segura. Así no te puedes desilusionar.
–No necesito estar seguro, pero como no creo en nada, en algo tengo que creer. Porque cuando creo me convierto. Y fue como el recordar un sabor que creía olvidado, pero estaba equivocado, se trataba de un sabor nuevo, eras tú, una probada de ti porque te estaba conociendo y, aun así, el hablar contigo era tan fluido como si nos conociéramos de antes. Y eso es un cliché súper gastado, tan común como las mariposas en la guata, sólo que yo no sentí mariposas que no me dejaran respirar, lo mío fue sentir que a medida que te conocía, inevitablemente y sin retorno, precipitaba hacia ti, y esa caída era rápida y acelerada para tan poco tiempo, pero incluso, con esa fugacidad, el caer era mucho más lento de lo que hubiera deseado. Lo sé, porque mientras me acerco aun no te alcanzo, y estoy ansioso, todavía, sin poder besarte para recuperar de tu boca el aire perdido que la caída me quitó.
–Pero ¿por qué yo? si yo…
Entonces la caída de él y la duda de ella se estrellaron. Fue el comienzo de otra cosa, el ir juntos, sin prisa, a los detalles personales, a los granos. |