No sé para qué escribir esta carta. Quizás sea un ultimátum a lo que confundimos con amor.
Tal vez sea una anónima lucha contra un enemigo invisible que se empeña en desafiarnos en asuntos del amor. Como un ángel maldito por la esencia misma del pecado y de la misma forma un enviado por vaya a saber que Dios olvidado.
Lo cierto es que aquí estoy, escribiéndote, sólo por el simple hecho de poseer una computadora, inofensiva, sin internet, sin correo electrónico sólo con “Words”
A lo mejor “Microsoft” lo sabe y entonces abusa de su poder.
Dudo encontrar las palabras exactas, partícipes directas de los discursos que uno se construye para verle la cara al amor.
Para intentar, una vez más ser su vigía, su acusado detrás del estrado. Para lograr otra vez ser culpable de todo cargo, y asumir eso la delincuente e inolvidable consecuencia de mi acto de ése, mi fallido intento de posesión.
Quién sabe, por ventura si la realidad en sus formas son siniestros apócopes que uno inventa para no enfrentarse a esa misma realidad, la de sentirse realmente solo.
O tal vez, una manera de hacerse juicios erróneos simplemente para acusar a alguien y que acaso esas pruebas irrefutables llegan tarde, y entonces el acusado se ahoga denunciado por un fiscal implacable que arremete, con su corbata intachable y su oratoria tenaz.
Entonces uno duda de la inocencia del acusado, la causa se inicia y termina. O pre-escribe, o prescribe.
El amor no debiera desentenderse del respeto, ni de la disparidad de sus actos. El amor no intuye, se siente, se derrama, desborda y no contamina, al contrario, clarifica.
El amor tiene la contundencia de los actos, y las palabras dichas, manifestadas y no encubiertas.
Eso, mi señor, es el amor. Y no, un engendro jabonoso, que se resbala, solicita y luego se aleja.
Para mí el amor, a veces, se disfraza y uno no puede verlo. Se esconde en un plato de comida servido y dulcemente preparado. En una poesía reclamada, desde las entrañas mismas del corazón.
En los desajustes entre las sábanas, que como montaña rusa, aúlla uno de felicidad más que de placer. En el abrazo desesperado, en los besos espontáneos, en la comodidad de una charla, en la incomodidad de pensarse sin el otro. En la paciencia, tanto como la impaciencia.
El amor es eso y mucho más. No es sólo soñar y proyectar, es querer obrar en consecuencia.
No debiera confesarlo, pero cuántas personas a menudo quieren y no pueden, no debieran amar indiscriminadamente, sin pensarlo, sólo sintiendo eso que dice el otro, en un desesperado intento por permanecer, agotando todos sus recursos.
Vale aclararte, el amor cuando se presenta es inagotable.
Es como un manantial, cristalino que fluye, que brota, nada impide su paso a beberlo, a saciarse.
Perdón que fusione algo de Historia.
Siempre aparecen los grandes “controladores” de esas aguas insipientes, caudales de vida, que alimenta y fertiliza las humedades del alma.
Ambiciosos, progresistas, impuros, pero certeros, ellos los “controladores”,”grandes abusadores” de ése, el poder que da esas aguas, se aprovechan y enseguida se enriquecen de ese beneficio.
No es un frustrado intento por deshacerme de vos, al contrario, te pido que renuncies a ser el “gran controlador” y no abuses del mito de lo infinito, de lo que se reinicia, de lo que bebes indiscriminadamente, como depredador insaciable.
Puesto que algún día, la fuente se agota, no llega a regenerarse, se contamina de tanto manoseo y saqueo, y ninguna pureza ya flota en esas aguas.
O peor aún la fuente se agota. Hasta secarse y entonces nos sentimos que padecemos una tierra estéril y reseca, Mientras vemos que los grandes controladores continúan, depredando, sin importarles los perjuicios que pudieran ocasionar. Sin importar los miles y miles de corazones sedientos que se ramifican como un gran mapa sobre el mundo. Porque ellos logran que otros se transformen en esos “controladores” y no puede evitarse ser parte de tanta depredación.
Yo siempre elijo brotar, aunque me reseque. Aunque me contamine, hasta morir de sed, no me importa, sé a qué ejército de sedientos pertenezco. ¿Vos, lo sabés?
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