TU COMUNIDAD DE CUENTOS EN INTERNET
Noticias Foro Mesa Azul

Inicio / Cuenteros Locales / zumm / Mirinda

[C:519398]

Mirinda (capítulo 8 del libro homónimo)


Mirinda sentado en el vetusto tren, miraba por la ventanilla pasar las estaciones. Mientras más se alejaba de la Ciudad Autónoma más decaía el paisaje urbano. De preciosos chalets junto a Buenos Aires a ruinosos ranchos tan sólo a 40
kms. La estación de San Miguel y luego la de José C.Paz eran sencillamente deplorables.
Tendría que descender en la próxima estación que era Derqui. Se puso de pié y caminó hacia una de las puertas del vagón.
Cuando el tren se detuvo y comenzó a bajar, vió que una mujer corría hacia él, gritando
—¡Pedro! ¡Pedrito mío! — y lo abrazaba sollozando .

Se quedó inmóvil, sorprendido y en eso llegó un hombre, seguramente el esposo de la mujer, quien al verlo, también lo abrazó, con lágrimas en los ojos. Con voz entrecortada el hombre le preguntó que adónde se había ido. La mujer lo besaba y no dejaba de abrazarlo y de llorar.
El hombre musitaba —¡No es posible! ¡No es posible!

Entre los dos y en medio de muestras de cariño, lo llevaron a una casa casi frente a la estación.

—Tu cuarto está como lo dejaste, Pedrito, hijito mío —le decía ella

Mirinda entró a la casa. Era una casa completamente desconocida para él. El que decían era su cuarto, jamás lo había visto.
Nunca había estado ahí. Mirinda estaba seguro
de ello.
Trató de hablar, de decirles que lo confundían con alguien, que seguramente era un error de identidad, que él no era quienes ellos creían, pero el hombre como adivinando su intención le hizo una pequeña seña indicándole a su esposa.

Mirinda totalmente confundido no dijo nada. La mujer que creía ser su madre corrió a la cocina a preparar el té, según dijo y el hombre quedó solo con él.

—No sé quién eres ni lo que eres, pero ten compasión de mi mujer. Eres igual a nuestro hijo, que murió hace apenas un mes. Quédate con nosotros por favor…—suplicó el hombre
con tanto fervor que Mirinda se compadeció. Asintió en silencio.

Se sentaron a tomar el té que la mujer le sirvió con tanto amor, colmándolo de atenciones y mirándolo con una adoración inexplicable para Mirinda.
Sabía del amor terrestre entre un hombre y una mujer, pero no conocía lo que era el amor maternal.
Ahora se daba cuenta que era un amor totalmente diferente, pero quizás mucho más fuerte…

Cuando saboreaba un último trozo de bizcochuelo,
escuchando el agradable parloteo de la mujer, bajo la mirada atenta y agradecida del marido, golpearon con insistencia a la puerta…

El hombre abrió la puerta y afuera había un grupo de personas que le gritaban al hombre:

—¿Dónde esta Carlitos?

—Los vi que traían a mi abuelo ¿Dónde está?

—No, no era tu abuelo. Era mi sobrino. Yo lo vi

—No, tu sobrino murió el jueves. Ya está enterrado. Era Ramón, mi hermano

—¡Era mi amado esposo! ¡No está muerto!

—¡Calma, calma! ¿Qué dicen? El que traían es mi padre. ¡Lo vi, lo vi…!

El dueño de casa cerró la puerta de un golpe. Ella se levantó de la mesa y trataba de llevar a Mirinda al interior de la casa…

—¡Ven, ven! Escóndete acá. Que no te encuentren, hijito mío…

El hombre tomó a su mujer de los brazos y tratando de serenarla le dijo:

—Esta persona no es Pedrito. No se quién es y tampoco creo que sea Carlitos ni el abuelo de ese joven, ni el esposo de Lucía… Déjalo ir, porque el pobre ya tiene demasiados problemas…

Mirinda besó a la mujer en la frente, estrechó la mano del hombre y salió por la ventana trasera. Un montón de personas lo vieron y corrían detrás de él.

—¡Hijo mío! ¡No te vayas!

—¡Carlitos! ¡Volvé, por favor!

—¡Abuelo, no me dejes!

Todos gritaban creyendo ver en él a la persona querida.
Mirinda corrió velozmente huyendo de esas personas enloquecidas.
Varios autos frenaron de golpe y se bajaron los
conductores, llamándolo también con cien nombres
diferentes. Lo reconocían como el ser querido ausente y perdido para siempre y no pensaban que eso era imposible.

Al fin Mirinda pudo esconderse de sus perseguidores, subiéndose a un árbol añoso. Entre su follaje se quedó quietecito, mientras veía pasar a la muchedumbre llorosa y decepcionada.

No pudo evitar que la congoja lo atrapara. Lloró como jamás lo había hecho…

Texto agregado el 30-03-2013, y leído por 242 visitantes. (9 votos)


Lectores Opinan
02-04-2013 debe ser lindo encontrar en mirinda al ser que perdimos es que tu personaje es lleno de amor********* yosoyasi2
30-03-2013 Realmente amigo querido, uno te lee pensando en divertirse de lo lindo y de pronto te topas con cosas como en este relato, que tienen hondura y tocan.***** MujerDiosa
30-03-2013 Muy buen relato, gracias por compartir, mis estrellas dust
30-03-2013 5* quntur
30-03-2013 Zumm, me encanta tu sentido del humor, estuve leyendo los primeros capitulos de Mirinda, me gusta mucho la idea de tu personaje al que le cuesta tanto comprender nuestros sentimientos. Este es un muy buen capitulo, me recordó un poco al “hombre ilustrado” que no puede quedarse más de unos días en cada lugar al que llega. Todas las estrellas. loretopaz
30-03-2013 Me gustó mucho este relato, amigo glori
30-03-2013 Al principio me pareció divertido pero, después me conmovió. Excelente relato.***** girouette-
30-03-2013 A quien no le gustaría recuperar es esos seres tan queridos que se han ido para siempre, mantener la ilusión por un segundo de volver a recuperarlos es terriblemente doloroso, una doble pérdida, enternecedor relato. elisatab
30-03-2013 es...conmovedor, realmente, te felicito******** pensamiento6
 
Para escribir comentarios debes ingresar a la Comunidad: Login


[ Privacidad | Términos y Condiciones | Reglamento | Contacto | Equipo | Preguntas Frecuentes | Haz tu aporte! ]