Sus ojos miraban como hipnotizados el número de lotería que, colgado de unos perros de ropa parecía decirle: ¡cómprame!
Él pensó: “me gasto lo que tengo en el bolsillo y al llegar a casa... la vieja me asesina”, porque seguro que no va a tener té, o azúcar y...con qué cuento le salgo yo?
El número de lotería se movía suavemente, invitándole a entrar a la pequeña librería y comprarlo. Sus manos ardían y también le transpiraban; su corazón comenzó a palpitar con fuerte ritmo; sus pies cansados arrastraron su cuerpo sin voluntad hasta el interior del local. Las escasas monedas de su bolsillo brincaron fuera y sin darse casi cuenta, un entero de lotería reemplazó la comida de su familia.
Comenzó a caminar avergonzado de su acción y temiendo los gritos de su mujer, como también a la mirada acusadora de sus hijos. Se dijo así mismo que era un desastre, un incapaz de sujetar sus ansias de juego. Recordó que el último partido de dominó casi le costó un par de costillas rotas y una ida al hospital, pues su mujer agarró tal bravura que, con una escoba le dio de palos y luego lo echó a la calle a trabajar, para recuperar lo que había quedado en la mesa de juego.
Simplemente, murmuró: ¡no tengo remedio! y resignado a su triste suerte continuó su andar. Efectivamente, no alcanzó a abrir la boca y escuchó el canto de siempre: “eres un atorrante”. Un desconsiderado! Un mal padre, etc., etc.
Su mente se evadía de las palabras y gestos de su mujer, pensaba en las bondades que tendría a partir del domingo; se veía así mismo tímido y asustado frente a la ventanilla de la lotería cobrando su premio y ante sus ojos desorbitados miles, miles de billetes se irían alineando, entonces...en ese momento él tomaba una determinación.
- Es que no me estai escuchando? Te digo que tenís que hacer algo. Necesito comprar pan, leche y otras cosas pa’los cabros y vos... sopapo... soñando leseras... sí serai...
- Ya mujer, deja de gritar, ya me voy. Veré qué puedo hacer...
- Claro, segurito que vai a ir al banco a buscar plata, gruñó la mujer.
Cerró tras de si la puerta y respiró aliviado. Qué diferente habría sido su vida sí ella no gritara tanto y lo acompañara más... Cuando tenía buena pega y buen billete ella también había encontrado motivos para hacerle sentir inferior. Como quién dice: “palos porque bogas y palos porque no”.
Él tenía un amigo, más que eso, era su compadre y un buen chato, fue hasta donde él.
- No te preocupís gallo! Le había dicho al tiro, algún día me devolví el favor y había agregado: pa’eso estamos los amigos!
Los días corrieron como huyendo del reloj y en su bolsillo – olvidado – todo el entero de la lotería, quedó. No hubo tiempo para sueños ni para evasiones, sólo para trabajar duro y pesado. Gritos en la casa por la escasa plata y noches solitarias que parecían no querer dejar paso al alba.
El domingo hubo fútbol, garrafas y empanadas. Empinó el codo más arriba del brazo y la vieja rezongó como catre viejo. Ja, ja, las nubes de alcohol del tinto y del otro; los goles y la alegría amortiguaron el chaparrón casero. Esa noche pensó que había sido un día afortunado, total no cualquiera tenía un domingo con ocho goles de una sentada; un combo al árbitro, siete expulsados de la cancha y una galería completa cuesta abajo. Manso enredo en el estadio, chillaba la galucha, gritaban los cabros chicos, llegaron los verdes y.... a apretar llaman! Entre tanta carrera, cuidando que no se le quebrara el chuico, su compadre con la transistor en la oreja le dijo:
- Sabís la última? La lotería cayó en Coquimbo!
- Cresta, dijo él, no estí embromando... y para sus adentros pensó: ¡suertecita del jetón que se la sacó... ¡Qué haría yo con un poquito que me tocara....!
Y el lunes continuó con su pega de estibador y con un terrible dolor de cabeza, que hacía que la carga de las grúas pareciera livianita. A cada rato las miraba, no fuera cosa que el guatón le aforrara otro tortazo con la carga, como esa vez que se le aflojaron los sacos de harina de pescado y casi lo dejó como estampilla en el suelo...
Por la tarde arrastró su cansancio por la calle principal y se detuvo en la ventana de la pequeña librería, como queriendo ver ahí el número de su boleto. La ventana se reía en su cara y le hacía morisquetas; un letrero gigante le enseñaba el número ganador. Echó mano a su bolsillo, no podían ser los mismos... ahí estaba el número, igualito al del letrero.
¡Mi madre!
Se le secó la garganta, le temblaron las piernas, se le humedecieron las manos y lágrimas de hombre se arrancaron de sus ojos; sintió que el mundo del puerto se posaba sobre sus espaldas y exclamó:
- Ahora si que me caigo muerto aquí mismito!
- Concha e’la lora, esta si que es suertecita!
- Y qué hago ahora aquí parado, digo yo?
Temblando como una hoja encaminó sus pasos al interior del local, con voz tímida y baja preguntó a la señorita que atendía sí podría él cobrar una terminación. Ella le dijo:
- Podría venir mañana?, mire que aún no nos llegan las listas oficiales...
- Ay Dios!, y ahora qué hago? ¿Cómo paso esta noche callando lo que llevo encima?
Su paso se tornó ágil y salió un silbido de sus labios; caminó como si fuera el dueño de la calle. La alegría lo envolvía y no alcanzó a entrar a la casa cuando volvió a escuchar la eterna cantinela...y se juró...grita no más mujer, que hasta mañana te aguanto...vieja...
Muy temprano al día siguiente se fue a cobrar el número premiado, olvidándose de su pega en el puerto y del mundo que continuaba girando. Le dieron un cheque para un banco y carné en la mano lo cobró en la ventanilla. Una niña de ojitos verdes, que allí trabajaba, le dijo que era mucha plata y que mejor abriera una libreta de ahorro y gastara sólo de a poquito. La encontró tan re bonita, que total na’perdía y en voz alta le dijo:
- Cómo mande su mercé!
Puchas la libreta pa’linda que le dieron y tenía tantos ceros pa’l lado. Así y todo, con el bolsillo forrado en billetes, como para taparle la boca a la vieja, y llenar a los cabros de ropa, salió del banco.
Ah! entremedio recordó que tenía que buscar a su compadre y convidarlo a darse un baño de champaña, hasta ahogarse en sus burbujas...igualito que en las películas.
Pensando en sus nuevos planes emprendió el camino del zig-zag, cerro arriba. ¡Chitas! con su compadre recorrerían toditos los bares...uno por uno! Se comprarían una casa de huifas para ellos solos y de paso sacarían al guatón de la grúa y lo harían bailar hasta que bajara de peso. Cuando la parranda disminuyeran un poco se irían a una tienda y se comprarían una “pinta” nueva, de esas de miedo, con sombrero y todo! Total, si no se usan, da lo mismo, me saqué la lotería y qué jue!!!
Ah, su vida sería otra de ahora en adelante, le diría a la vieja: mire señora, haga el favol de bajarse en el tono de la voz al hablarme. Más respeto conmigo, soy el dueño de casa, sírvame el tes...
Estiró su temblorosa mano para abrir la puerta de la casita y como si fuera mágica se abrió de par en par y una chillona voz retumbó en sus oídos:
-¡Ajá! con que el tontito se sacó la lotería!!! ¡Ponga la torta en esta mano, que usted de administrar un peso… no sabe na!
- Ah y no ande soñando con salir con su compadre...ni a la esquina!!
En un dos por tres, sus sueños, su farra y su pequeña fortuna se habían metido en el profundo bolsillo del delantal floreado de su mujer.
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