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Estábamos en la casa de verano de mi amigo Franco. De noche cenamos afuera, en el jardín, iluminados por unos reflectores. Las luces alcanzaban a iluminar a los canteros de flores que nos rodeaban, y enseñaban algo del bosque que había un poco más allá, el resto del paisaje era todo oscuridad.
Desde los árboles llegaba una brisa por demás agradable y aromática, sin embargo, me inquietaba un poco la presencia tan cercana de un bosque enorme y oscuro. Supongo que mi aprensión hacia los lugares salvajes, había surgido en parte por haber mirado muchas películas de terror y leído muchos cuentos de ese género que transcurrían en lugares así; y seguramente contribuía mucho el hecho de que soy una mujer de ciudad carente de los instintos que arrastran a la gente a practicar algo en la naturaleza.

Rodeábamos una mesa de madera, sin mantel, y sobre ella las botellas ya estaban vacías o a medio terminar, en los platos quedaban los restos de la cena, y se hablaba de todo un poco, y cada ocurrencia resultaba graciosa, mas yo no podía evitar echar algunas miradas hacia el bosque.
Uno de los invitados, Carlos, al notar que yo miraba hacia los árboles, me preguntó con tono risueño:

- ¿Por qué miras tanto hacia el bosque, Eli? ¿Tienes miedo?… ¡Jeje!
- ¿Qué? ¿Miedo? Creo que has bebido mucho, ¡jaja! Miedo, que ocurrencia, ¡jaja!
- Tal vez vio algo -dijo Franco, el dueño del lugar, y señalando con el pulgar hacia atrás, hacia el bosque, agregó-. No quiero asustarlos, pero les digo, ahí ronda algo. No he visto qué es, y tampoco quiero averiguarlo, pues con esas “cosas” es mejor no meterse. Primero creí que podía ser un merodeador de carne y hueso, pero por la actitud de los perros me di cuenta que se trataba de algo más.
- ¿Qué hacían tus perros? Cuenta -lo interrogó Alicia, una de las mujeres presentes. Y como anticipándose a una respuesta aterradora, se arrimó a su esposo recostándose en él.
- Campeona y Tigre, dos pitbull entrenados como son, no se atrevían ni a gruñir, y sólo lanzaban aullidos levantando el hocico: era inquietante verlos, por eso no los traemos más. Una noche, una de las muchachas de la limpieza lanzó un grito espeluznante, estaba cortando jazmines aquí, en el jardín. Llegué corriendo y le pregunté qué pasaba. Muy alterada, me dijo que había visto a un hombre extremadamente alto y delgado caminando entre los árboles. Por la mañana busqué huellas en los alrededores pero no hallé ninguna.
- ¿Y no tienes miedo? -preguntó Daniel, otro de los presentes.
- Algo sí, pero creo que si uno no se pone a curiosear, creo que si uno no le da importancia a eso, no pasa nada.

Hugo, un amigo que estaba a mi lado, golpeó la mesa y se echó a reír con ganas, luego dijo, dirigiéndose a Franco:
- ¡Eres un gran mentiroso! ¡Jajaja! Lo del hombre alto y delgado lo sacaste de una leyenda, la leyenda del hombre delgado “Slenderman” le dicen.
Franco se echó a reír también, y pronto todos lo hicieron, y yo los iba a imitar, pero al mirar hacia el bosque, vi una figura delgada que se movía entre los árboles. Era un hombre vestido de traje. Se escondió tras un árbol y de repente asomó el torso y sonrió hacia mí mostrando una cabeza humana decapitada y cubierta de sangre. En ese momento, el hombre se echó a la boca aquella cabeza y lo último que escuché de mis amigos, fue un grito aterrador. Al momento en que volví la cabeza, ellos ya no estaban conmigo...

Texto agregado el 29-03-2013, y leído por 117 visitantes. (4 votos)


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