EL DÍA QUE BAILÉ CON MIROSLAVA*
Ya daban las nueve de la noche, cuando llegué al lugar en donde siempre me encontraba con mis amigos
Me senté y pedí una cerveza.
Una vendedora de flores paseaba exhibiendo sus plantas para amarrar corazones. Un bolero ofrecía sus servicios de limpieza de calzado mientras una vendedora de cigarros y muñecos de peluche se sentaba aburrida en un rincón esperando que el lugar se llenara con más clientela para ofrecer sus productos.
Casi a las nueve y treinta un grupo de mujeres llegó al local con una alegría que contagiaba hasta a las paredes. Todo el ambiente del lugar cambió. Hasta parecía que había entrado más luz.
Para mí, esa era una imagen mágica, sin embargo me quedé observando a lo lejos, como acostumbraba. Ver eso era como ver una película de fantasía.
Eran cuatro mujeres que tenían como característica principal ser tan diferentes que provocaban sentimientos similares.
Dos de ellas guardaban silencio y dejaban a las demás lucir su habilidad oratoria.
Una más, de regular estatura, con ojos negros y grandes sonreía y parecía ser la líder.
La cuarta era quizá la más peligrosa. Era tan hermosa que parecía un cuadro hecho a la medida. Al verla recordé aquella vieja película de Pedro Infante en la que en su disfraz de chofer de casa rica, en un gris, ese gris que el blanco y negro resaltaba, vestía su elegante uniforme. En medio de esa ostentosa familia aparecía una figura que deleitaba al espectador: sus ojos verdes aunque monocromáticos por las técnicas de la época, su perfecta nariz, sus suculentos labios que daban ganas de devorarse, su cuerpo casi perfecto, su sonrisa como de demonio angelical, uf, recordé que cada vez que la veía me hacía soñar con ser un Dios, me sentía un súper héroe que un día podría rescatar a una mujer como esa, como esa actriz: Miroslava.
Me hizo sentir tan bien, como el día en conocí a la mujer peligrosa.
¡Qué bien se siente conocer a un ángel!
La tomé en mi cerebro y la acurruqué en mi hipotálamo. Y ahí la guardé por mucho tiempo…
Hasta el día que alguien, o algo, hizo que la estrechara en mis sus brazos. Yo no podía creer que eso me ocurría a mí, fue una noche celestial, blanca, de algodón. Fue en un lugar donde se baila Salsa, se llamaba el Cha cha chá Café.
Yo si lo recuerdo aunque creo que ella no: poca luz, mucha gente y más ruido. “Déjame un beso que me dure hasta el lunes….” cantaba el vocalista del grupo de salsa que amenizaba esa noche.
Yo recuerdo su rostro con esa sonrisa de placer al bailar aquella pieza, disfrutaba cada nota y su cuerpo se contoneaba sin pudor y con tanto ritmo que parecía que nunca hubiera dejado de bailar esa canción. Demostraba su majestuosidad en la pista, miradas masculinas y femeninas volteaban a verla…
Yo no, yo sólo la adoraba.
Verla bailar sentir lo calido de su cuerpo, tocar el sudor de su espalda, oler su cuello entre vuelta y vuelta, y sus labios, esos pedazos de luna que se colgaban de su boca, eran hermosamente perfectos, tan perfectos que no pude más que besarlos.
Alguna vez leí sobre las cien cosas que uno debe hacer antes de morir. Creo que esa noche y varias cosas que viví después de esa noche con mi Miroslava particular, son definitivamente veinte de esas cosas que puedo presumir que hice si me muero.
La vida es una maravillosa máquina de perfección. Crea vida, construye paisajes, dota a los seres de energía y pasión. Todo en su justa medida. Concluye obras, seca ríos, deshiela fiordos, extingue vidas…
Y así fue mi encuentro con este ser al que hoy he empezado a entender. No se puede ser una persona tan explosiva y excitante si no fue creada por los dioses o por el diablo. Este tipo de seres se mueven entre el placer y el dolor con una facilidad apabullante, y a su paso dejan una estela de colores que van del negro al rosa que brillan como nada en el mundo conocido.
Este ser es perecedero, no puede existir algo tan sublime sin que tenga que terminar.
El hada, así la bauticé, desapareció un día.
Mi placer se convirtió en dolor, mi Miroslava partícular regresó a su pantalla de donde apareció.
Ella se fue y quedó en recuerdo adictivo.
A veces me siento con una copa en la mano y miro las mesas a mi alrededor, en una mesa dos parejas, en otra tres mujeres solas. Una más con hombres casi al filo de la silla a punto de caer por el alcohol. Nadie, sabe que yo un día…. como en un cuento…. bailé con Miroslava… “Déjame un beso grande, para quererte para soñarte para calmar este tormento….Déjame un beso que sea mi alimento”…
Marzo 2013
FIN
*Inspirado en una de las mejores épocas de mi vida, cuando conocí a mi Miroslava en el Paddy
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