ELLA SIEMPRE VOLO ETEREA
No había un olor nuevo, los que estaban eran los reconocidos,
los que estaban eran los que formaban el ambiente,
como capas que amortiguaban el afuera .
espacio conocido, aprendido de memoria,
o de repetición autómata.
Y sin embargo olores y espacios lugar,
casi custodia, casi seguridad.
No había luces que no concordaran con las sombras pegajosas.
de los cuatro rincones muertos.
No era tan diferente como aquella memoria
de entrar a una habitación amada,
donde el contacto con los mismas pertenencias formaban
parte del vivir.
No existía mucho mas allá que aquellos cuatro rincones
las paredes descarnadas.
De los los pozos que se conocían, la saliente q se evitaba.
Ahí estaba de nuevo.
Había vuelto .
El corazón podía, ahora detenerse.
En aquel espacio se podía respirar, con dificultad por cierto, con asco ,a veces,por cierto, pausadamente, o entrecortadamente.
Silencio
Primero el silencio
Hubiese sido insoportable el menor murmullo
Silencio
Pesadez casi sin existir
Nunca supo porque,
aun siendo esa cosa pesada y amorfa,
en la que la habían convertido las patadas y los golpes,
se pensaba que podía ser invisible.
eterea y alada.
Por eso llegaba a ese su pozo,
y el contacto con el suelo raso, su suelo,
la traía de nuevo a su vuelo, eterno.
Primero el silencio y los cuerpos corriéndose,
no se sabía si apiñándose en lo oscuro
si desplazándose sin orden
Lo que si se sabía con certeza es
que todos los cuerpos tenían incorporados y aprendidos los ritmos,
que el ambiente era parte de ellos y ellos formaban parte total de ese espacio,
Digamos que era viejos.
Digamos que se compartían.
Digamos que esa pesadez sanguinolenta que se respiraba
era parte de los cuerpos que al unísono se corrían armando un nuevo nido-
Volvía al nido descarnado de gemidioso,
sanguinopegote de llagas secas o frescas,
supurosos de rencores,
y pesados del silencio que pesa más por el miedo.
Volvía al descanso del miedo,
A otro miedo nido de conocidos sangrantes.
No pertenecía a ese desprecio
Nadie pertenecía a él
, ahí estaban perteneciéndose, sin nada más y nada menos que el dolor
y el hedor uniéndolos.
De esa perfecta unión de sangre, golpes, miedo, profanación, heroicidad, bajeza, inmundicia, cobardía, suplicas y horror… estaban naciendo ellos… ellos, que como ella, algún día contarían estas historias…
Nacían sobrevivientes…. Nunca supo porque, de esa bolsa de heridas y carne pateada, ella siempre voló etérea.
María del Rosario Alarcón
(Derechos reservados)
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